Doña Paula preparaba las mejores empanadas que Zoe alguna vez había probado. Aunque con el hambre que llevaba hubiera comido cualquier cosa, agradeció aquel majar con su habitual sonrisa.
Zoe era una joven amable y risueña, aunque muchas veces aquella actitud sólo fuera un escudo, siempre había obtenido buenos resultados.
Ni siquiera había logrado llevar su mochila a su nueva casa cuando Pedro apareció agitado y comenzó a jalar de su brazo con insistencia.
-¡Rápido Zoe! ¡Vení! ¡Algo malo pasa con Tito!- Pedro gritaba con desesperación mientras la arrastraba hacia un sendero que nunca había recorrido.
-Ya te alcanzo un maletín, vayan yendo.- dijo Lucía mientras todos los presentes corrían detrás de ellos.
El aullido del jaguar era débil pero atemorizante. Zoe comenzó a temblar pero rápidamente se tomó las manos para disimular. Jamás había atendido a un felino de ese tamaño y sentía que de su actuación dependía la mirada que recibiría durante el resto de su estadía.
Vicente fue el primero en entrar a la jaula, rápidamente se abalanzó sobre el animal herido y le colocó una especie de bozal improvisado. Podía aventurarse el dolor del pobre felino, no sólo en su falta de potencia, sino también en su mirada.
Zoe repasó la anatomía de los gatos en su mente, ese era el animal más parecido que alguna vez había asistido, y luego de una larga bocanada de aire, se arremangó la camisa y se arrodilló a su lado.
-Shh…- dijo con su suave voz y la desesperación de los presentes entró en una especie de tensa calma.
Acarició al animal desde el costado, en un intento de aproximación, pero el animal reaccionó para defenderse y arañó uno de sus brazos.
El grito de Lucía, que recién llegaba con el pesado maletín alertó a todos pero Zoe no le dio importancia y continuó la metódica palpación.
-¿Estás bien querida?- le preguntó Lucía apoyando la pesada caja en suelo a su lado.
-Sí, si, no es nada. Está deshidratado y su abdomen tiene algo de defensa, posiblemente tiene un sangrado interno. ¿Cuándo lo atropellaron?- les preguntó mientras comenzaba a inspeccionar los insumos con los que contaba.
-Ayer, pero caminaba y todo, creímos que estaba bien.- le respondió la mujer saliendo despacio de la jaula. Vicente había logrado atar al felino, pero en su estado podía atacar a cualquiera que se le acercase.
-Parece ser el hígado, algunos hematomas tardan en expresar síntomas. ¿Por casualidad cuentan con algún ecógrafo?- preguntó Zoe algo incrédula mientras separaba una aguja, una jeringa y una pequeña rasuradora.
-Hay uno viejo, es portátil, Noah a veces lo usa, debíamos recibir uno el mes pasado, pero aún estamos esperando. ¡Ya lo busco!- explicó Bernardo comenzando a correr en dirección a la cabaña principal.
Zoe cerró los ojos una vez más, normalmente contaría con un quirófano para intervenir al animal, pero allí apenas contaba con la linterna que sostenía María con sus manos temblorosas y demasiada tierra alrededor. Sin pensarlo más rasuró una parte de la pata delantera, recordaba la anatomía de los vasos de los gatos a la perfección y comenzó a palpar suplicando dar con la vena correcta. El hecho de que el animal estuviera deshidratado no colaboraba demasiado.
Continuaba recorriendo el trayecto con calma, de vez en cuando cerraba sus ojos, como si aquello le diera más concentración y de repente, la sintió. Una escueta sonrisa asomó a sus labios y rápidamente comenzó a trabajar. Limpió la zona con un desinfectante, colocó la vía y el suero lentamente comenzó a pasar.
Como si se tratara de una planta que llevaba mucho tiempo si ser regada, el animal comenzó a relajarse y su expresión se fue llenando de vitalidad, le administró algunos analgésicos y en cuanto Bernardo le acercó el pequeño ecógrafo portátil comenzó a revisar el abdomen del dolorido jaguar.
-Es el hígado, pero la buena noticia es que el sangrado no es activo.- dijo a su audiencia que aún la miraba expectante.
-Tiene el hígado lastimado pero está comenzando a sanar. Hay que sedarlo, darle líquidos y en un par de días debería mejorar.- dijo logrando unos cuantos gritos de alegría y más de algunos aplausos.
Zoe suspiró con alivio y sonrió con felicidad. Había superado su primera prueba y no había sido nada fácil.
-Vamos a dejarlo descansar, el último turno de turistas está por llegar y no queremos hacerlos esperar.- dijo Lucía sacando a cada uno de los presentes del lugar.
El jaguar se había quedado dormido y Vicente lo había logrado atar con mayor seguridad.
-Vamos señorita que le muestro su casa.- le dijo el hombre manteniendo la puerta de la jaula abierta para que lo siguiera.
-Vaya yendo Vicente, voy a asegurar el suero para que no se salga y lo alcanzo.- le respondió Zoe con tranquilidad. Si bien había logrado colocarle el suero, presentía que no sería fácil volver a hacerlo cuando el animal ganara vitalidad.
Volvió a acariciarlo, su pelaje era tan suave como brillante, si bien dormía, sus párpados se movieron como si estuviera disfrutando de aquel contacto. Se sacó la camisa y se la anudó en la cintura, los nervios del momento vivido y la incansable humedad la habían hecho sudar. Se secó la frente con el dorso de su mano y comenzó a guardar las cosas en el maletín.
-¡Señorita! ¿Está usted loca? ¡Salga de ahí inmediatamente!- la voz de un hombre con una mezcla de temor y furia la sobresaltó.
Se dio vuelta lentamente, temiendo que el animal se despertara y colocando uno de sus dedos sobre sus labios en señal de silencio lo vio por primera vez.
-Shh..- quiso decir pero el sonido apenas salió. Noah se había metido en la jaula y la había tomado del brazo con fuerza para arrastrarla fuera.
Aquellos brazos de fuertes músculos, debajo de la remera gris algo gastada, dejaban ver el borde de un tatuaje de gran tamaño, pero al levantar sus vista y encontrar su rostro tan cerca, Zoe casi pierde el aliento. Tenía unos ojos verdes profundos y en los escasos segundos que llegaron a mirarla de frente, pudo sentir que, a pesar del enfado mayúsculo que mostraban, escondían algo más.
-¿Qué está haciendo acá? ¿Acaso quiere morirse? ¿Dónde está Bernardo? ¿¡Bernardo!?- gritó con furia sin decidirse a soltarla aún.
Llegaba de una larga caminata desde el monte y algo le había llamado la atención en la jaula de recepción. Se había acercado apresurando su paso y había visto a una joven con los ojos cerrados acariciando con ternura al animal. Por un instante aquel rostro lo había atrapado, pero rápidamente el peligro que corría lo alcanzó y su instinto lo había llevado a prácticamente arrastrarla hacia el exterior sin poder ver nada más.
-Eh.. Yo .. yo soy..- comenzó a decir Zoe, pero su voz estaba empeñada en no querer salir.
-¡Usted no debería estar acá. Esta no es zona de turistas y ese de ahí no es un gatito doméstico!- le dijo mientras miraba sobre ella, sin demasiada dificultad, debido a la baja estatura de Zoe, en busca de alguien con algo de cordura que le explicara aquel imperdonable descuido.
-¡Bernardo!- volvió a gritar y entonces ella por fin pudo reaccionar.
Puso su mano con calma sobre la de Noah, que aún sostenía su brazo y enfrentó aquel rostro tan atractivo como contrariado.
-Si me suelta puedo explicarle.- le dijo con su dulce voz algo más firme.
Noah pareció descubrir en ese momento que aun la sostenía y mirando la mano de la joven sobre la suya, la apartó como si se quemara. Entonces por fin la volvió a mirar y cuando Zoe sonrió pudo ver como se iluminaba todo su rostro, que era tan hermoso como había sospechado desde la lejanía.
-¡Hey, Noah! - gritó Bernardo aproximándose con grandes pasos.
-Veo que ya conociste a Zoe, es la nueva veterinaria que mandaron desde Buenos Aires.- le dijo como si aquella información fuera algo bueno.
Noah volvió a mirarla y esta vez recorrió todo su cuerpo con algo de incredulidad. Zoe aún llevaba sus jeans algo ajustados, que ahora lucían cubiertos de tierra, la camisa en su cintura no lograba ocultar del todo sus curvas y la musculosa blanca era tan sentadora para sus generosos pechos, que Noah se vio obligado a correr la vista.
-Yo no pedí ninguna veterinaria.- fue lo único que llegó a decir. Ni hola, ni encantado, mucho menos perdón por arrastrarte de esa manera.
Zoe miró a Bernardo alzando una de sus cejas y el hombre sonrió con complicidad mientras alzaba ambos hombros.
-No es que me hayas pedido, creo que en verdad fui yo la que me ofrecí. Soy Zoe, encantada de conocerte… finalmente. Todos me hablaron muy bien de vos.- le dijo mientras se limpiaba su mano con la manga de la camisa y se la ofrecía en señal de saludo.
Noah volvió a mirarla pero no le contestó, se limitó a girar y volver a entrar en la jaula.
-¿Se puede saber por qué le pusiste la vía en la braquial en lugar de la humeral?- le preguntó como si fuera su profesor de anatomía en la facultad.
Zoe volvió a mirar a Bernardo y con algo de temor en sus ojos apretó los labios en busca de la respuesta correcta.
-Lo atropellaron ayer, Noah. Estaba muy deshidratado y Dios nos envió a la genia de Zoe. Casi bajaba del avión y ya la teníamos trabajando.- le dijo Bernardo intentando destruir la tensión entre los profesionales.
-De hecho, creo que por hoy ya tuvo mucho, pobre. Acompáñame Zoe así te muestro tu casa y podes descansar un rato.- le dijo señalando el camino con su mano.
Zoe lo miró y le regaló una escueta sonrisa, comenzó a caminar y al cabo de unos pasos se detuvo y giró para volver a mirar a Noah.
-Le coloqué la vía en una situación de emergencia, estaba a punto de tener un shock hipovolémico, la ecografía muestra una laceración hepática superior, que por suerte no está activa. Teniendo en cuenta que es la primera vez que atiendo a un felino de gran tamaño, supongo que lo que querías era agradecerme. Aunque no me sorprende que no lo hicieras, ya que ni siquiera te molestaste en presentarte.- le dijo logrando que el apuesto veterinario por fin se dignara a mirarla.
Noah comenzó a levantarse y al ver que sacudía su mano como si fuera a saludarla se adelantó.
-No te molestes, no es necesario ahora. Voy a cambiarme, espero poder ayudarte durante mi estadía.- le dijo y sin esperar respuesta, frente a la mirada de aprobación de Bernardo, lo dejó tan sorprendido como desestabilizado.