Recorrí varios pasillos más hasta llegar a mi salón, mi mochila pesaba demasiado, sentía que en cualquier momento se rompería alguno de los tirantes que la sujetaban.
El profesor Jefferson ya estaba en el salón, vestido siempre con su estilo moderno y sus lentes transparentes, sacaba sus libros y bolígrafos para ponerlos sobre el pupitre, miré a mi al rededor y dos asientos detrás del mío al lado izquierdo estaba como siempre aquella tierna chica de actitud tímida y distraída, me miraba y como era costumbre evitaba mi mirada a toda costa. Algunos compañeros se lanzaban bolas de papel hechas con hojas del cuaderno y una de ellas me golpeó la nuca, me pareció gracioso y una leve risa se escapó de mis labios.
—¿Alguien conoce a Martin Luther King? ¿ qué me pueden decir acerca de él?—
Preguntó repentinamente el profesor, apagando cada una de las voces que hacían ruido a la vez. Obvio, yo sabía quién era Martin Luther King, pero mi timidez me impidió levantar la mano, así que opté por guardar mis palabras y conservar mi sublime silencio.
Nadie respondía nada, parecía que nadie sabía absolutamente nada de historia, dudo que supieran la historia de su propio país, mucho menos habrían de saber sobre la historia de los Estados Unidos de América.
De pronto una llamada al celular del profesor interrumpió la clase y él, abruptamente, como sí de una emergencia se tratase sacó su teléfono móvil del bolsillo y respondió la llamada.
—¡Hola! Mariza, por favor, vamos a hablarlo, todo tiene una explicación y una solución, no dejes que un mal entendido acabe con todo lo que hemos construido, piensa en la niña—.
Era obvio que estaba pasando por una situación sentimental algo complicada, algo típico en las relaciones amorosas.
—Por favor nena, hablemos bien. No me digas es—
Decía en un tono de pesimismo, así que tuvo que salir del salón sin avisar. Quedamos perplejos, creo que nadie nunca había pasado por una situación igual: que un profesor abandonara la clase por cuestiones de amor.
Después de eso siguieron los juegos en el salón, y de nuevo las bolas de papel y los avioncillos comenzaron a volar por el salón. El profesor llegó quince minutos después para seguir impartiendo la clase, aunque su actitud carismática había cambiado a una complexión de seriedad.
Nos contó sobre Martin Luther King, nada que yo no supiera pero aún así me resultaba interesante que él hablara sobre algo que yo ya sabía. Para despedir la clase nos encargó de tarea un escrito sobre la vida de dicho personaje y los hechos más relevantes en su vida y pidió una disculpa por haberse salido del salón sin siquiera dar una explicación.
Ese día pasó con más lentitud de lo que habitualmente pasaba, no vi en el receso a los amigos que había hecho un día anterior, pero si volví a ver a Lorena, en la misma banca de siempre, charlando con sus amigos y de quien ya tenía certeza que era su novio.
Mi mirada estuvo centrada en ella en todo lo que duró el receso, pero ella no lo notó y tal vez nadie lo hizo, nunca he sido una persona que sea el centro de atención a no ser que haga algo vergonzoso, algo vergonzoso que estaba por suceder.
Faltaban diez minutos para que llegara la hora de entrada nuevamente, así que fui a beber un poco de agua, pero los bebederos de afuera estaban ocupados (supongo que soy algo impaciente) así que fui hacia los bebederos de adentro de la escuela, a pesar de que faltaba tiempo para empezar clases ya había estudiantes en los pasillos, caminando, platicando, algunos sentados en el suelo jugando con cartas de Yu-Gi-Oh .
Seguí caminando evadiendo Miradas, llegué hasta el bebedero cerca del pasillo de los sanitarios, había algunos chicos riendo y uno de ellos quien bebía agua tenía su cabello mojado y en el pizo había un pequeño charco de agua pero no tomé importancia, ellos se alejaron y aproveché para beber agua. Me acerqué y puse mi boca cerca de la salida del agua y le di vuelta a la manivela que abrir la compuerta del grifo, pero un fuerte chorro de agua fue a dar directo a mi pantalón, así que cerré el grifo rápidamente, pero volvía a abrirse, tenía que apretarle justamente hasta cierto punto, si daba la vuelta con demasiada presión volvía a salir el agua.
Mis labios apenas alcanzaron a humedecerse, miré a mi alrededor y aquellos mismos muchachos estaban mirándome y riendo, sus carcajadas podían escucharse por todo el pasillo, mi rostro se tornó de mil colores, me sentí avergonzado así que me retiré de allí directo hacia los baños, las risas seguían presentes mientras me alejaba.
—Te hiciste pipí, muchacho—
Escuché que dijo uno de ellos.
Llegué hasta el baño y tomé varias servilletas para secar manos y las hice bola para frotarlo contra mi pantalón, teniendo la esperanza de que eso ayudaría a secarme el pantalón, que era lo que más me interesaba en ese momento, escuché un ruido en uno de los compartimentos de los inodoros así que me metí a uno de los cubículos para no ser visto mientras hacía eso.
Cerré con seguro y seguí frotando contra mi ropa, pero la servilleta se había humedecido y no había logrado secar nada, así que tiré la toalla de papel al bote y seguí frotando con las palmas secas de mis manos, aunque tampoco funcionó. De pronto alguien a unos cuantos espacios al lado mío empezó a hablar en voz baja.
—¿Sigues ahí? No me quites el privilegio de seguir viendo a mi hija, ¡te lo suplico! El problema es solo tuyo y mío, ella es ajena. cualquier problema que nosotros podamos tener, sabes que no puedo estar sin verla—
Decía con una voz seria y grave.
—Por favor, diez años de matrimonio ¿ y ahora somos nada? Me parece despreciable... No...... No...... No me cuelgues, tuve un desliz pero ya fué, si yo pude olvidar tu pasado tormentoso tu deberías de olvidar mi error y empezar de nuevo, hacer como si nada hubiera pasado—
Era obvio que había hecho algo malo para que su esposa lo dejara, o al menos eso fué lo que me dió a entender con su conversación, de pronto se escuchó abrirse la puerta de entrada a los baños y el guardó silencio, así que aproveché para salir bajando mi playera lo más que podía para que no vieran mi pantalón húmedo, lo cual era bastante visible, en ese instante salió el profesor de historia de uno de los cubículos y al verme salir de otro se dió cuenta que había escuchado la plática e hizo un gesto extraño y me saludó levantando la cabeza, o al menos eso creo que fué "un saludo". Salí de ahí y me apresuré a llegar al salón, olvidé que ese día tocaban dos clases con el mismo profesor, pues impartía historia y geografía, me sentí de lo más incómodo al estar ahí, pues al entrar todos notaron la tremenda mancha en mi pantalón color gris y empezaron a hacer mofa de ello, los comentarios burlescos se hacían presentes nuevamente.
—Se hizo pipí—
—No alcanzó a llegar al baño—
—Se meó—
—Ya llegó el meón—
—Ahí viene el meado—
Entre otros más, mientras los demás reían.
Un minuto aproximado después que llegué al salón entró el profesor a impartir la clase las risas y juegos habían cesado, el profesor empezó a hablar pero cada que tenía la oportunidad de hacerlo volteaba a verme y centraba su mirada en mí y eso me incomodaba demasiado y así estuvo por toda la clase.
El día pasó lento, como si las horas tuvieran más minutos de lo normal, cada clase se prolongaba más y más.
Hasta que por fin llegó el ansiado momento de la salida, como siempre todos salían apresurados como si tuvieran tareas urgentes por hacer. Salí calmado, siempre me ha gustado ir en contra de la corriente (por así decirlo). Entre la gente pude ver a Eduardo y a Tomás caminando hacia la salida, pensaba en apurar mi paso y alcanzarles pero mi timidez me lo impidió, tal vez ni siquiera les había agradado o me recordaban , tan solo había tenido una leve conversación con ellos, pero esos chicos eran de mi agrado, me parecieron unos muchachos excelentes aunque eran casi desconocidos, tan solo conocía su primer nombre de ambos, mismo que ya había olvidado. Así que seguí caminando a mi paso.
Salí de las instalaciones y ubiqué mi autobús, afortunadamente estaba casi vacío aún, pensé que ya estaría casi por llenarse como era costumbre, pero fui de los primeros en llegar así que me ubiqué en uno de los asientos de adelante, no quería ir atrás como un completo asocial. Pasaban los segundos y se iba llenando de más estudiantes, llegó la chica tímida y tomó su mismo lugar de siempre en el último asiento de atrás, del lado izquierdo.
El chófer estaba por partir cuando me percaté de que todos evadían el lugar que había libre al lado mío, tal vez olía mal o tal vez les parecía demasiado feo, debo confesar que me sentí excluido y un nudo en la garganta se hizo notar cuando de pronto se sentó al lado mío un chico quien puso su mochila sobre sus rodillas, lo había visto antes, era el chico de cabello teñido que había visto en la mañana, noté que acomodó su cabello detrás de la oreja y sus movimientos eran bastante peculiares, algo afeminados pero no tomé importancia, pareciese que había acabado de tener nuevamente un DÉJÁ VÚ.
Ese día llegué a casa directamente a hacer mi tarea, desde pequeño solía hacer eso después de clases, mi madre siempre tiene la comida lista para cuando yo termino mi tarea, la cual no estaba nada complicada, así como la biografía de Martin Luther King qué aunque era para el lunes decidí hacerla ese mismo día, así que bajé a comer cuando terminé, estaba hambriento y mis tripas tenían una discusión entre ellas.
El día siguiente pasó desapercibido, todo igual que el día anterior, la monotonía volvía a hacerse prendete en mi día a día.
Era jueves y por fin se acercaba el viernes, estaba ansioso por ese sábado, aunque no me gustaba faltar a clases sentía que era necesario un descanso de la escuela, afortunadamente era jueves y solo quedaba un día de clases más, me levanté con buena actitud.
—Será un buen día, será un buen día, será un excelente día — Recalcaba en mi mente como una especie de mantra.
Llegué a la escuela, bajé del autobús y me fui para mi salón, aunque faltaban diez minutos para entrar decidí salir un momento, siempre llegábamos antes de que empezasen las clases.
Pasaron varias clases y todo iba normal en un día normal , pero una novedad perturbó mi monótona realidad, pasé mi receso sentado en la misma banca de siempre en la cafetería de la preparatoria en completa soledad, aunque estar rodeado de gente me causaba cierta incomodidad, así que ese sería mi último día tomando mi almuerzo en ese lugar. Faltando unos minutos me fui a la siguiente clase, pero siempre suelo ser demasiado puntual y llegué antes así que decidí esperar afuera para no sentirme encerrado en lo que llegaba la hora de volver a clases.
Estaba yo por llegar a mi salón cuando lo lejos por uno de los pasillos se escuchaba un bullicio, un griterío y silbidos que no entendía a la vez que vi pasar presurosamente a varios chicos hacia el lugar donde provenían aquellos gritos, corrían como si algo extraordinario estuviera pasando, algo fuera de lo común. Estaba yo ya a solo a unos pasos de mi salón, pero al mirar hacia atrás y ver todo el alboroto se adueñó de mi una intriga incontenible, así que mis impulsos reprimidos se dejaron llevar por el interés y me dirigí hacia aquel lugar donde cada vez habia más estudiantes y caminé dirigiéndome a paso lento para no parecer muy interesado en ver lo que ahí ocurría, pero que ironía, allí iba yo de fisgón.
Llegué hasta el pasillo de los baños y vi a lo lejos a un montón de estudiantes.
Había una bulla tremenda que se escuchaba por todo el pasillo, chicos y chicas pasaban corriendo por ambos lados para ver que estaba pasando, era más que obvio que era una pelea, pues se escuchaban abucheos y porras.
Llegué hasta afuera de donde estaban los salones, justo enfrente de aquella muchedumbre pero no alcanzaba a ver que ocurría, los chicos de enfrente eran más altos que yo y no alcanzaba a ver nada. Parado fuera del salón de tercero justo al lado de segundo grado estaba aquel chico de anteojos de días pasados, Tomás con quien había tomado el almuerzo junto con aquel chico gordo, se veía preocupado o asustado, rascaba su cabeza como si estuviera desesperado, como si quisiera hacer algo y no pudiera hacerlo, lo sé porque yo me he sentido así muchas veces. Hablaban y gritaban todos a la vez y yo no podía entender ninguna palabra. Me fui por la orilla de la turba y me acerqué a Tomás, el chico de lentes.
—¿Quienes están peleando? —
Me atreví a decir.
- — Lalo Saldaña y Víctor. Estaba molestándonos, Lalo se enojó y lo empujó, pero Víctor es violento y empezó a golpearlo—.
Respondió acomodando sus anteojos con su dedo.
Intenté meterme entre la gente para ver bien pero se hicieron todos hacia atrás a la vez, creo que fué para hacer espacio y no resultar golpeados también.
—¡Golpéalo!—
—Rómpele la cara—
Gritaban.
Di la vuelta a la multitud de personas y encontré un lugar por donde meterme, pero tuve que empujar un poco, me sorprende lo que la curiosidad puede causar en mí.
Quedé enfrente junto con los demás, algo apretujado pero podía ver, Eduardo Saldaña estaba en el suelo, no pude ver su cara porque sobre él estaba un chico delgado, y Lalo no es de apariencia delgada. Lalo movía sus pies sin parar, y noté que el chico sobre él le daba bofetadas mientras su oponente lanzaba quejidos y lloraba.
Algunos gritaban para que lo dejara en paz y algunos otros que lo golpeara más fuerte, había comentarios en pro y en contra.
El apoyo hacia Victor era más que el apoyo hacia Lalo que era casi nulo: así que éste, motivado por la turba de gente le dió un golpe en la cara a Lalo, lo hizo con tanta fuerza que pude ver su mano manchada en sangre. Yo solo apretaba mi quijada haciendo rechinar mis dientes de pura rabia al ver ese abuso.
—Pídeme perdón —
Repetía víctor con una voz que me daba miedo, era notorio todo su enojo.
Lalo se negaba a hacerlo y se lo hacía saber con un rotundo "no" lo cual más lo hacía enfurecer y lo golpeaba más fuerte. Sentí una impotencia tremenda al no poder hacer nada, y en un extraño y repentino impulso de mi cuerpo y mente en sincronía empujé a los chicos a mi lado para abrirme paso y quedé en frente junto con ellos, mis piernas y manos temblaban como nunca lo habían hecho, mi mandíbula se sentía tensa.
—¡Ya déjalo!—
Grité tan fuerte que me dolió la garganta, todos empezaron a mirarme, sentí vergüenza al instante. Víctor y Lalo también me Miraron, pero prefirió ignorarme y seguir golpeándolo. Lalo tenía una herida en su labio y le salía sangre por la nariz. ¿ donde estarían los profesores en ese momento? Nadie supo.
Víctor empujó la cabeza de Lalo hacia el suelo para impedir que se levantara.
—¡Vete a la mierda! ¡Maldito homo erectus!—
Gritó en un quejido el pobre de Lalo mientras los demás lanzaban una risa.
Víctor al escucharlo le dió un golpe en el estómago que lo dejó sin aire.
No aguantaba más, estaba yo tan furioso que un nuevo impulso se precipitó en llegar y lo empujé al suelo, haciéndolo caer a un lado de Lalo.
Aquel chico me miró con un rostro enfurecido y gritó fuerte mientras Lalo intentaba levantarse y recuperar el aliento. Uno de los amigos de aquel bravucón lo ayudó a levantarse y al estar de pie me tomó del cuello de la playera sin pensar dos veces y levantó su puño para golpearme, me llené de adrenalina y mi "sentido arácnido" se activó,pude ver su puño acercándose a gran velocidad hacia a mi, cada vez más y más y cuando esté estaba por golpearme yo le di un golpe en la nariz con mi frente, lo cuál impidió el golpe y lo hizo bajar la guardia. Me alejé de él reculando unos pasos y luego ayudé a Lalo a levantarse ya que este permanecía en cuclillas tocándose el abdomen, y jalándolo de su playera lo obligué a levantarse y le sugerí irnos de allí antes de que aquel chico se recupera del golpe: su amigo lo auxiliaba. Mi frente sentía un calor que no paraba de subir.
Salimos de entre aquella gente empujando a los demás para que se quitaran, pues tenían cerrado el paso.
El muchacho que ayudó a Victor a levantarse nos vio y decidió alcanzarnos para no dejarnos escapar, así que al ver esto nos echamos a correr con aquel chico detrás nuestro pero Tomás quien estaba a un lado de por donde él pasó, puso un pie en su camino y lo hizo caer tendido boca a bajo para luego salir huyendo de allí junto con nosotros.
Corrimos por todo el pasillo hasta dar la vuelta en la primera esquina, en el pasillo donde estaba el salón del profesor de matemáticas hasta llegar a la cafetería, no había nadie así que entramos apresurados y detrás de nosotros Tomás, huyendo a toda prisa.
Nos ocultamos detrás de la barra que separa la cocina del comedor y nos sentamos en el suelo recargados en la barra de concreto y azulejo con las rodillas flexionadas. Estábamos agitados y nuestras respiraciones eran notorias, sentía que Lalo podía escuchar mi corazón latir.
Tomás se sentó al lado de Lalo para recuperar el aire que había perdido por nuestro afán de escapar de aquellos chicos repugnantes.
Había sonado la campana de entrada a clases y los tres nos miramos mutuamente.
Lo cuál me pareció gracioso, pues estábamos en total silencio, solo nuestras respiraciones estaban presentes así que se me escapó una leve risa, lo cuál hizo reír al chico de lentes y después al chico regordete, por lo visto esa era nuestra forma de romper el silencio.
—¡Cuanta adrenalina!—
Exclamó Lalo extendiendo sus pies deslizándolos por el piso.
—Siento que se me va a salir el corazón por los oídos— Respondió Tomás, pensé que yo era el único que sentía eso.
— Los perdimos de vista. ¡No puedo creerlo! —
Mencioné yo para no quedarme en silencio.
Saqué papel higiénico de mi bolsillo (siempre llevo por si surge la necesidad de usarlo) y se lo pasé a Lalo quien tenía una hemorragia nasal.
—Gracias Javier— Dijo él, yo solo asentí con la cabeza y le respondí con una sonrisa, no pensé que todavía recordara mi nombre.
—Creo que ya no llegamos a clase— exclamé con voz temblorosa, mis nervios seguían de punta y mi respiración agitada.
—Ni hablar—
Mencionó Tomás mientras Lalo se limpiaba la nariz.
— Tendremos que esperar a que termine la clase para colarnos en el salón sin ser vistos.—
Y así tenía que hacerse, cada vez que termina una clase los profesores dejan el salón para dirigirse al siguiente grupo y suelen aprovechar esos cinco minutos para ir al baño o beber agua, así que eso nos daba la oportunidad de llegar desapercibidos por ellos, aunque esto no aplicaba exactamente para los estudiantes quienes teníamos que esperar a la hora de receso para poder ir al baño o beber agua.
Estuvimos sentados en el mismo lugar por poco menos de una hora. Lo cuál nos dio chance de conocernos un poco más.
—Se puede saber por qué te golpeó Victor? —Pregunté, tenía que ser un poco más sociable.
—Me odia, no hay una explicación más lógica que esa, es un cretino—
Respondió moviendo su cuello como si estuviera desacomodado y quisiera volverlo a su lugar.
—Desde que entramos se la pasa molestándonos en el salón. Se la pasa diciendo que soy un nerd y a Lalo le dice que es un obeso tonto—
Aclaró Tomás, quien no dejaba de mirar la mancha de su zapato derecho al hacer tropezar a aquel muchacho.
—Que yo sepa...— Proseguí. —No es ningún delito ser listo, o ser gordo—
Tal vez mi comentario no fue el más adecuado pero no quería parecer un completo asocial. Esto causó que me miraran de una forma extraña, creo que fue molestia.
—Es decir...— Continúe intentando remendar mi comentario anterior. —Tú eres gordo, tú eres el nerd y yo tengo voz de corneta, pero ¿ acaso ellos son perfectos?... Yo lo dudo, tu defecto Lalo no es que tengas un poco más de peso que ellos, y el Tuyo Tomás, no es usar anteojos y verte como un intelectual, y el mío no es el ser "raro"—
Hice énfasis en esa palabra.
—El problema son ellos y su pensamiento tan superficial, por creer que una persona debe ser delgada y atractiva y una personalidad extrovertida. De seguro tú, Tomás eres muy listo, ese es un gran talento, una virtud qué es más que obvio que ellos no tienen. Y tú Lalo, de seguro también tienes algún talento, algún don—
—¿Ser listo es un talento?— interrumpió Tomás.
—Yo quisiera ser inteligente. ¡sería genial! —intervino Lalo, elogiando la inteligencia de Tomás.
—Pero de seguro tienes otra virtud, algo en lo que seas bueno— Contesté .
—Estoy seguro que ser un obeso no es un talento ni mucho menos una virtud, tampoco ser un virgen empedernido con poca o nula vida social, mi inteligencia tampoco es una virtud, soy bastante lento aprendiendo—
Dijo Lalo en una forma tan graciosa que me hizo soltar una viva carcajada, aunque fui el único en reír.
—Ja, Ja, Ja, ja, no seas pesimista, de seguro algo bueno has de saber hacer, un talento oculto debes de tener— Concluí dándole ánimos.
—Negativo, camarada— Respondió
—¿Y tú? —
Intervino Tomás en la plática.
—¿Qué talento tienes Javier?—
—Supongo —. Respondí en total confianza.
—Su pongo que tener un extenso vocabulario es una virtud ¿o no? La literatura me encanta, leo día y noche, eso me ha ayudado a conocer muchas palabras de nuestro extenso lenguaje. Considero que mi léxico es mayor que el de la mayoría de las personas—
Miré a Eduardo Saldaña y pude imaginar grillos chillar al notar su expresión perdida de no haber entendido lo que dije.
—Deberíamos tener un club, el club de los marginados, de esos que son famosos precisamente por no ser los más populares—
—Estás mal, Javier. Ya somos lo suficientemente ridiculizados como para todavía encima de eso ser parte de un club de los no aceptados por la sociedad en general—.
Refunfuñó Tomás
—Ni hablar de eso, muy mala idea—
Aclaró Lalo quien al parecer tenía hambre, pues su estómago hacía sonidos raros.
—¡Que locura! toda mi vida he tenido buenas calificaciones y nunca he tenido una falta a menos que esté enfermo y hoy por un asunto totalmente ajeno a mí y a mi persona me fui de pinta. Y lo peor de todo es que ni siquiera me importa, me siento genial—
—Los he metido en un gran problema, no era mi intención, jamás pensé que ustedes me ayudarían a defenderme—
Se lamentó Lalo, lo cuál me pareció algo agradable.
—Yo no tengo problema ,así que no hay por qué pedir disculpas—
Exclamé sonriente sin moverme del lugar donde estaba sentado.
—No tolero el abuso hacia otras personas y menos hacia mis amigos—
Lalo me miró fijamente pensativo.
—No sabía que eramos amigos—
Me respondió y me sentí avergonzado, ni siquiera eramos amigos.
—Ni yo—
Dije agachando la cabeza para ocultar mi pena. Lalo puso su puño cerrado delante de mí, queriendo chocarlo con mi puño, así qué al darme cuenta de sus intenciones, levanté la cabeza y dimos un choque de puños amistoso.
—Lamento tanto haberlos metido en problemas, chicos—
Se disculpaba.
—Por mí está bien, no tengo ningún problema con eso—
Mencionó Tomás acomodando sus anteojos: parecía un ritual repetitivo.
—La verdad nunca había convivido tanto tiempo por personas de mi edad, y sentirme parte del rebaño se siente tan genial. Nunca había sido parte de una conversación—
Concluyó con una sonrisa enorme.
Lalo levantó su puño nuevamente y esta vez él y Tomás chocaron sus puños. Y después Tomás hizo lo mismo conmigo. Estuvimos todo ese rato platicando y conociéndonos mejor. Jamás había conocido personas tan geniales y con conversaciones tan amenas como con Tomás y Lalo.
Pasamos todo ese rato de la primer clase de la tarde platicando y conociéndonos un poco más.
Resulta que el padre de Tomas es un político que está haciendo su lucha para ser el presidente del municipio, es el menor de tres hermanos varones, bastante atractivos, según contó él, pues siempre hacen comparaciones entre él y sus hermanos y le hacen notar su diferencia, pues de los tres es el menos agraciado. Y su madre también trabaja en la presidencia y es quien organiza las campañas políticas.
Tomás es todo un cerebríto con un coeficiente intelectual bastante considerable.
Lalo por su lado, es hijo único y su padre trabaja de guardia de seguridad en una clínica de salud de prestigio en el sur de mi ciudad, su madre es ama de casa: una madre amorosa.
Lalo dijo ser fanático de animes como Naruto y Dragon Ball, al parecer es experto en esos temas. Hasta cantó uno de los tantos intros de la serie de Gokú. Y es un gran aficionado igualmente a los juegos de vídeo.
Yo también conté sobre mí:
Soy el hermano menor de dos hijos que tienen mis padres, mi hermano es arquitecto y reside en Estados Unidos de América. Y yo pues me considero un chico solitario, experto en soledad y en ahuyentar a la gente, fue la leve descripción sobre mí que hice.
Revisé la hora del celular, la primer clase iba a terminar así que dejamos nuestros lugares y nos dirigimos cada quien a nuestro salón intentando no ser vistos.
Al llegar al salón, donde había dejado mi mochila me percaté que aún seguía el profesor, todos los asientos estaban ocupados excepto el mío, al lado de mi pupitre vacío estaba mi mochila puesta en el suelo, donde la había dejado.
Me escondí en una esquina esperando a que saliera el profesor, quien no tardó mucho en hacerlo, así que me dirigí de nuevo a mi salón pero no me decidía a entrar, pues verían que me salté una clase, pero tomé valor y decidido entré al salón y tomé mi lugar.
Tenía todas las miradas puestas sobre mí todos me miraban con una expresión que no supe descifrar, habían descubierto que era yo quien faltaba.
Encogí mis hombros y lancé un suspiro victorioso por haber llegado antes que el siguiente profesor o profesora, aunque aún así la falta estaba presente en la lista de asistencia, pero preferí ignorarlo, total... ¿Que tan mal podría ser faltar a clases una vez en la vida?