— Deberías descansar. Se nota que está agotada —digo a la novicia que me asiste en las labores de limpieza en la bodega de imágenes. —No se preocupe, reverendo Enríquez. Estoy bien. Aún me queda mucho por hacer —responde, mientras sigue frotando el áspero piso con un cepillo desgastado. Sus palabras no me convencen. Su palidez es evidente, y aunque nuestras conversaciones hasta el momento habían sido escasas, se nota que es una joven educada y de buena familia. Posee una compostura natural, diligente y misericordiosa, cualidades que rara vez se encuentran reunidas en una misma persona. Estoy cada vez más seguro de que aún hay en ella bondades por descubrir durante mi estancia. Lo que no logro comprender es cómo alguien con su evidente pureza e inocencia ha terminado en un convento. A dif

