¿Por qué tenía que pasar esto? ¿Cómo pude ser tan ingenua? Sabía quién era él, lo supe desde el principio. No era un buen hombre. Todo en él gritaba peligro, pero una parte de mí, obstinada y ciega, se negó a aceptarlo. Camino apresurada, con el corazón en un puño, buscando refugio en la casa. Antes de llegar, giro para asegurarme de que no me sigue. Me detengo un instante, respiro hondo e intento recomponerme. Estoy agitada, y las lágrimas que escaparon seguramente han dejado rastro en mis mejillas. Con una mano temblorosa aliso mi vestido, limpio mi rostro y cruzo la puerta. —Ya están sirviendo el desayuno —me informa mamá al verme entrar. —Olvidé algo en el cuarto. Ya bajo —respondo, subiendo las escaleras con una serenidad fingida. Al cerrar la puerta de mi habitación, dejo que mi

