Allora jadeaba al terminar y tenía el cabello empapado en sudor. Se llevó la hoja plana a la frente, rezó, recogió la vaina del suelo y la envainó antes de regresar a la carreta. La camisa blanca manchada se le pegaba al pecho y la espalda, y Mitchell admiró la curvatura de sus pechos y sus pezones, que se asomaban prominentemente contra la tela, mientras se dirigía directamente al barril y se vertía un cucharón de agua sobre la cabeza. Repitió el gesto una vez más y luego bebió un largo trago antes de exhalar, satisfecha. "Eso fue impresionante", dijo Mitchell. Allora lo miró, quizá intentando descifrar lo que quería decir. Debió de entenderlo bien, pues asintió y le dedicó una sonrisa forzada antes de dirigirse al otro lado del vagón, donde estaba el lavadero. Él oyó el sonido de su de

