CAPÍTULO 1
Un año después...
Pierde la noción del tiempo en cuanto el barman ya no puede venderle más bebidas alcohólicas. Lo mira con una ira silenciosa.
—Lo siento Amenadiel pero sólo se me permite vender cuatro botellas por persona —le informa el cantinero.
—¿Y si te digo que no es para mí?
—¿Y si te digo que no soy un estúpido, muchacho?
—Sabes que no soy una persona violenta cuando estoy borracho, Richard. Vamos —se le estaba terminando la paciencia.
Nunca le había rogado a nadie y tampoco lo haría con Richard. No quería darle problemas a él. Era un viejo agotado y malhumorado cuando estaba trabajando. Ya era bastante miserable su vida como para sumarle otra desgracia más.
—Ve ahogar tus penas a otro sitio —le dijo Richard a regañadientes mientras secaba varias copas con un trapo y las colgaba.
—No tengo otro sitio y lo sabes. No quiero estar solo en casa.
No quiere estarlo. No desde aquel día. Le da terror la soledad desde que ella escogió a otro hombre. Menea la cabeza. Quiere borrar aquel recuerdo y no sabe cómo.
Richard detiene su tarea y apoya las manos sobre la barra, observándolo con cierta resignación.
—La cerveza no eliminara lo que sientes por ella. Intenta mudándote a otro sitio y ten otra nueva vida. Aprovecha que tienes dinero y que puedes hacerlo —le aconsejó el viejo.
Amenadiel levanta la vista de la botella vacía y lo mira directo a los ojos con cierta melancolía.
—Vaya a donde vaya ella viene conmigo. No tengo escapatoria.
El viejo menea la cabeza como si viera la tristeza palpitar en el pecho del joven. Sigue con su tarea y se aleja para atender a un cliente nuevo, dejándolo solo.
Amenadiel observa la palma de su mano y contempla con un nudo en la garganta en anillo en su dedo corazón. No ha podido quitarse la alianza de compromiso desde aquel día en McDonald's. Aprieta los labios de forma inmediata al notar que está sonriendo como un estúpido.
Ojalá nadie lo haya visto. Se siente un patético por seguir teniendo aquella joya que ha pasado a ser insignificante. Ha pasado un año y no pudo superarla.
¿Cómo podrá superarla si su rostro está tatuado en su mente?
Esos ojos color avellana los recuerda tan bien que siente rencor por ello. Color café por dentro y todo a su alrededor un verde que se hacía cada vez más claro. Algo confuso su color, pero precioso y potente ante cada mirada lanzada.
Tenía una forma de mirar tan fuerte que podía estremecer a cualquiera.
Esa nariz fina, rostro perfilado y pestañas tan largas que decoraban sus ojos enormes. Su manera de caminar. Tan segura de si misma. Una figura de infierno. Unas piernas tan largas y esos muslos tan carnosos que quería perderse en ellos.
La recuerda mordiéndose el labio inferior para reprimir una risa fresca por un chiste mal contado. No sabe si ella se percataba que cada vez que se enojaba arrugaba la nariz y que enarcaba las cejas cuando tenía todo bajo control.
No sabe si se percataba que cada vez que ella miraba a otra persona, él la estaba mirando a ella.
No sabe si ella sabe cuánto la amó y que por eso se sentía un imbécil porque la buscó por años para vengarse por haberle quitado su vino preciado.
El vino que Cupido le había heredado.
Los dioses que poseen hijos suelen regalarles algún objeto significativo para que no se olviden de dónde provienen. De cuál es su origen.
Y aquel objeto Aria se lo había robado para cometer una cacería y una serie de asesinatos contra hombres.
Aria había ingerido ese vino por completo para que todos los hombres cayeran muertos por ella. Increíble, astuta, inteligente y peligrosa.
Ella luego de robárselo en un momento de debilidad, había huido para poner en marcha su plan. Hasta que él, luego de buscarla por siglos, la encontró y como un débil se enamoró de la persona a la cual debía enviar al Inframundo de nuevo.
Cometió tantos errores. No podía sentirse más miserable de lo que se encontraba.
—Te he reconocido por la chaqueta azul y la enorme espalda que tienes. Me felicito por ser tan memoriosa.
Se da vuelta en dirección a la voz y se encuentra con Darla, su hermana. Frunce el ceño. Pasó tanto tiempo que ni siquiera se acordó de llamarla.
Tiene el cabello rubio recogido en una cola alta. Le ha crecido bastante y tiene un buen de maquillaje que lo lleva con cierto orgullo.
Toma asiento a su lado.
—¿Qué haces aquí, Darla? —Amenadiel no puede evitar sonar malhumorado.
No le gusta las visitas inesperadas. La única que tiene el privilegio de hacerlo sin que él se molestara ahora está casada con el idiota de Dante.
Se pasa una mano por el rostro, frustrado consigo mismo.
¡¿Lo había herido de tal forma y aun así seguía dándole ese privilegio?!
«¿Aria qué demonios me hiciste?»
—No —Darla levanta el dedo al igual que las cejas —¿Qué haces tú aquí, Amenadiel?
—No empieces con tus juegos de preguntas que se te dan fatal —le advierte.
—Sí, puede ser que se me dé fatal —ella se observa las uñas un instante y vuelve a clavar sus ojos en su hermano —. Pero a ti se te da fatal estar enamorado de una diosa que no pertenece a nuestro mundo privilegiado. Estás haciendo el ridículo. Perdón, quise decir, nos estás dejando en ridículo.
Darla afloja el cuerpo y su voz se enternece un poco antes de continuar hablando.
» Al principio querías asesinarla Amenadiel, juré ver la llama de tus ojos cuando viniste a mí a contarme que te había ultrajado una reliquia de nuestra madre Cupido ¿qué fue lo que te hizo amarla? La sensualidad y belleza que ella posee también puedes encontrarla en diosas del Olimpo e incluso en mundanas.
Amenadiel gruñe al darse cuenta que su hermana intenta persuadirlo y se pone de pie. Toma su celular de la barra y se marcha del bar con paso prepotente. Su rostro amenazante intimida a la clientela por un momento hasta que desaparece del sitio.
Darla ve como se aleja por la calle a través de enorme ventanal que da a la calle. Lanza un suspiro, deseando que su hermano entre en razón como todos los dioses esperan y velan por su angustia.
Siente como una mano se posa en su muslo izquierdo. Sobresaltada, mira a su lado y se encuentra con él.
Traga con fuerza. No esperaba su repentina presencia.
—¿Qué haces aquí? —ella le aparta la mano, completamente desconfiada.
—Vigilando un poco.
—Ya conseguiste lo que todos queríamos ¿por qué insistes en seguir a Amenadiel?
—Te dije que estoy vigilando un poco ¿acaso eres sorda? —se le endurece la voz y ella se echa un poco hacia atrás, removiéndose sobre su asiento.
—No te olvides que siempre estaré del lado de mi hermano —A Darla le tiembla un poco la voz por más que intenta parecer que no le afecta.
Ve como enciende un cigarro y se lo lleva a los labios. El humo no tarda en salir de ellos y choca con el rostro de la rubia. Ella tose un poco, pero no se atreve a enfrentarse con su arrogancia.
Él se inclina hacia el oído de ella para susurrarle algo:
—Te espero en el baño, espero que lleves un encaje de los que tanto me gustan —rosa con sus dientes el lóbulo de su oreja y ella cierra los ojos un instante.
Su cuerpo vibra ante su seducción.