Preludio

1530 Words
El día que conocí a Stefanía marcó el antes y el después en mi vida. Pese a que al principio solo éramos amigos, yo ya comenzaba a quererla como algo más. Mis sentimientos florecían cada que me encontraba cerca de ella. Me quedaba mudo cuando la escuchaba hablar. Era tan optimista, tan llena de vida. Eso fue lo que realmente me enamoró de ella. Las salidas, las conversaciones, los gustos que compartíamos... Todo parecía indicar que ella era el otro extremo de mi hilo rojo del destino. Sí, así mismo lo sentí. Cada día que pasaba, el destino me confirmaba lo que hace tiempo venía preguntándome. Vale decir que entregarle mi corazón a esa mujer significaba un gran riesgo luego de la traición que viví antes de regresar a Caracas. De hecho, fue esa traición la que me impulsó a tomar el primer autobús de regreso a mi ciudad natal. Han pasado dos años desde entonces. Y estoy más que agradecido con Dios por darme la dicha de tener a Stefanía a mi lado, de formar una hermosa y feliz familia con ella. Porque la amo con locura y desesperación. Es la mujer con quien quiero compartir el resto de mis días en la tierra. De eso estoy completamente seguro. Miré el reloj en mi celular. Noté que ella aun no estaba en la cama. Ella era una mujer dedicada a su trabajo, y la admiraba porque aun con una segunda carrera en curso, no faltaba a la agencia. Estaba organizada en cuanto al tiempo, y eso era algo que yo aun no sabía hacer. Me levanté con sigilo de la cama, cuidándome de no despertar a los mellizos que ya dormían plácidos en su cuna. Abrí la puerta y al asomar mi cuerpo, la vi sentada de espaldas a mí, con su mirada fija en la laptop. Supuse que no me había escuchado, pues tenía los auriculares puestos. Luego rió. Fruncí el ceño ante aquella reacción suya. Me preguntaba qué era lo que hacía. Pocos minutos después, entró Marco. Ella se quitó los auriculares y le saludó. Hablaban entre ellos y reían como si yo no estuviese allí. ¿Acaso ninguno de los dos se percató de mi presencia? Pensar aquello me revolvió el estómago. Decidí entrar de nuevo a la habitación, ella se acostaría a dormir tarde. Ya era un hecho. —Vete a bañar, Marco. Por el amor a Dios, te vas a resfriar —le escuché decir. ¿Qué pasaba? No entendía. Él le respondió que sonaba igual a su madrastra, lo que hizo que Stefanía enfureciera—. Haz lo que te dé la gana, Marco. A mí no me vuelvas a hablar. —Cerró la puerta con seguro. No supe más hasta que escuché la puerta del baño cerrarse. Quise levantarme en el momento y pedirle que se tranquilizara, pero ya era demasiado tarde. Stefanía entró al baño echa una furia. Tal vez la ducha la ayudaría a relajarse. Su celular comenzó a sonar de repente. No supe distinguir si era el reproductor de música o una llamada. La escuché murmurar algunas cosas ininteligibles y la duda se instaló de nuevo en mi mente. Luego deduje que era el reproductor y ella en lugar de cantar en voz alta como lo hacía en ciertas ocasiones, solo tarareó la letra. Pero una llamada interrumpió su ducha. Lo supe por la forma en que se expresó. ¿Quién la estará llamando? «No te pongas celoso, su amor te pertenece», aquellas palabras de Rómulo retumbaron como trueno en mi cabeza. La ironía y la burla en su voz. Recuerdo como si fuera ayer el momento en que él me dijo aquello. Fue una tarde en la Plaza Alfredo Sadel. Ella lo evitaba a toda costa, y, aun así, él se aparecía en donde fuera que ella estuviera. ¿Cómo lo hacía? No lo sabía. Así como tampoco lograba entender que él conociera cada debilidad de Stefanía, sus gustos, lo que ella odiaba y lo que le gustaba. La conocía incluso mejor que yo, que era su prometido. Era como si él supiera lo que había en la mente de mi novia. Le enviaba flores y detalles cada que podía. ¿Era eso posible estando en la cárcel? ¿Acaso ese infeliz tenía una especie de privilegios? Ya luego me encargaría de averiguar eso. Luego de una escena bastante incómoda, ella se escondió tras de mí, y él se atrevió a mirarme a la cara con una sonrisa cargada de hipocresía para decirme que no desconfiara de ella, que era incapaz de hacer algo que afectara su relación conmigo, que ella jamás le fallaría a nuestro amor. Sabía que ella no me era ni me sería infiel. Estaba seguro de su amor hacia mí y confiaba en ella plenamente. Del que desconfiaba era de Rómulo. Aun en prisión, el infeliz le llamaba con frecuencia, quien sabe de dónde. La cuestión es que lo hacía para provocarme. Y lo peor es que lo lograba. Logré conciliar el sueño, pero fue peor que la enfermedad. Como todas las noches, tuve la misma pesadilla. Desperté, miré la hora de nuevo y luego, por más que tratara de dormirme otra vez, me fue prácticamente imposible. —Creí que ya te habías dormido. —comentó, una vez que me di vuelta en la cama y la encontré con los ojos abiertos. —Y yo que te dormirías temprano. Son las dos de la madrugada. —Ella se limitó a sonreír y se encogió de hombros—. ¿Otra vez con las pesadillas? —Asintió—. Pues somos dos. Hace ya varias semanas que tengo la misma pesadilla, creo que iré a un psicólogo a ver que pasa conmigo. Ella sonrió con más ganas. —¿Y qué has soñado que te tiene tan mal? —cuestionó. —Contigo, pero no me malinterpretes. —Me apresuré a decir—. Yo amo soñar contigo, solo que... —La repulsión y la rabia me calaba los huesos de solo recordarlo. Stefanía me miró curiosa—. ¡Perro! No sé cómo decirlo. —añadí frustrado. Ella pasó su mano por mi brazo, sabía que eso me ayudaba a calmar mi tensión. —Tranquilo, si te duele mucho, no lo digas. —comentó. —No, no... Me da frustración, porque... —Suspiré y continué—: Bueno, en mis pesadillas, te casabas con alguien más. —¿Te refieres a él? —Su voz pareció quebrarse. Asentí en respuesta. El espanto se apoderó de su rostro—. ¡No! Ni loca me casaría con otra persona que no seas tú, José Miguel. —¿Lo dices en serio o solo por no hacerme sentir mal? —José Miguel, escucha bien lo que te voy a decir. —Enfoqué mi atención en ella, la única mujer de mi vida—. Yo te amo a ti y solo a ti, mi amor. Por supuesto que lo digo en serio. —Besé su frente, ella sonreía como siempre. —¿Y si algún día llegas a olvidar nuestro amor? ¿Qué pasará entonces? —Nunca permitas que eso ocurra. —susurró con su mano izquierda sobre mi mejilla—. Y si por alguna razón ajena a nuestra voluntad, sucediera... Estoy segura de que nunca encontraré un hombre como tú, nunca podría estar con alguien que no seas tú. La miré dubitativo. Seguro le parecería una locura lo que le iba a proponer, pero nada perdía con intentarlo, ¿cierto? Ella me miró confundida. Una sonrisa se formó en mis labios antes de hablar. Mis ojos no se despegaban de los suyos. Ella me conocía y sabía que algo se cocinaba en mi cabeza. Reí al ver que ella no podía descifrar lo que mi mente —Casémonos mañana. —Solté sin pensar. Ella se quedó en silencio, minutos después rompió a reír. La miré anonadado—. ¿Cuál es el chiste? Digo pa' reírme yo también. Ella hizo una breve pausa al notar mi seriedad. Aun así, sabía que moría de risa en su interior. —¿Tú te volviste loco, José Miguel? —cuestiono. Apretaba los labios para no reírse—. Ah, claro, ya sé porque no había champú esta mañana, ¡tú te lo tomaste! —De nuevo rió a carcajadas. —Epa... No es un juego, Stefanía... Hablo en serio, vale. —Y yo también, José Miguel. O sea, lo que me pides es una completa locura. —Lo sé. Yo solo... —Me quede callado por unos segundos. Ella me indicó que continuara. Suspiré y agregué—: Bueno, quería saber qué dirías al respecto, pues. —Su mirada reflejaba culpabilidad. —Bueno, podríamos considerar pautar el matrimonio civil para esta semana, ¿te parece? —Mi corazón se aceleró, como el primer día que la vi. Me imaginé aquel día, verla con su vestido blanco, como toda una princesa. Anhelaba ese momento—. Deberíamos avisarles a los muchachos, será algo privado, ya sabes. Aparte... Bueno, tu madre y yo... —No hubo terminado de hablar cuando yo me lancé a besarla. Ella no tardó en corresponderlo.   
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