Mi corazón latía a mil por hora. La angustia y el miedo se apoderaron de mí. ¿Y si Arón tenía razón? ¿Si de verdad le había pasado algo a Stefanía y a los niños? No. Eso no podía pasar. No me lo perdonaría. Ellos eran mi vida entera y si les hacían daño, no me lo perdonaría jamás. Minutos más tarde, mi celular sonó. Vi su nombre en la pantalla y no dudé en atender. Me explicó que apagó el celular por seguridad, pues estaba recibiendo llamadas de un número desconocido, y le dio miedo a contestar por no saber de qué ni de quien se trataba. Le pregunté dónde estaba para llegar hasta ella e irnos juntos. Ella me aseguró que estaba fuera de peligro, que estaba en el terminal de pasajeros La Bandera.
—Espérame ahí, no te vayas a mover. Apaga el celular, por si vuelven a llamar. Trata de comunic
