1. ¡Hola, Connecticut!

2067 Words
—No puedo creer que vayas a irte —Malcom se aferra a mí, hundiendo su cabeza en la curvatura de mi cuello. Rodeo su cintura con mis manos y sonrió contra su hombro. Este agradable chico se había convertido en mi novio desde hacía dieciocho meses, desde entonces, nos habíamos vuelto casi inseparables, al punto de que ahora, también me costaba trabajo hacerme a la idea de que volaría a Connecticut la próxima semana. —Malcom, amor —susurro al subir mis manos para hundir mis dedos en su cabello—, sabes que ir a Yale siempre ha sido mi sueño, al que no puedo renunciar. Aquellos bonitos ojos azules me enfocan con tristeza, mientras se dedica a asentir con la cabeza. —Además, aún me queda una semana en Miami. —De sólo pensarlo, se me estruja el corazón, mi rubia preciosa —farfulle al tratar de sonreír—, me siento orgulloso de ti, Kendall, aunque eso implique que no te veré a diario a como estoy acostumbrado hacerlo. Le devuelvo la sonrisa y acaricio su suave cabello castaño. Malcom era sin duda un gran chico, el cual había logrado entrar a mi corazón con gran facilidad. Los momentos a su lado jamás resultaron ser aburridos, solíamos nadar, correr, bailar, incluso ir a cantar karaoke. Además, de que fuese uno de los mejores amigos de mi hermano Kenneth, lo convirtió en una persona de gran confianza tanto para mí como para mis padres. —Te pedí que vinieras a mi casa para que me ayudes a conseguir un lugar donde quedarme —le recuerdo mientras vuelvo a girarme para sentarme frente al escritorio—. No hay que hablar acerca de mi partida, ayúdame con esto y luego hacemos lo que tú quieras. Una sonrisa maliciosa se forma en sus labios mientras levanta una ceja. —¿Lo que yo quiera? ¿Segura? Entrecierro los ojos y lo miro de forma sospechosa, lo que lo hace partirse de la risa. —¿Por qué siempre piensas en sexo? —me quejo al sacarle la lengua. —¿Qué? El sexo contigo es bueno —bromea al echarse a reír. —¡Me alagas! —digo al voltear los ojos. —Ken, no te enfades. Si a ti también te gusta, no puedes negarlo. Claro que no iba a negarlo, todas las ocasiones en las que podía concentrarme a la hora del sexo, lo disfrutaba, sin ninguna duda, Malcom era un tipo apasionado, aunque admitía que, no podía compararlo con el extraño al que le entregué mi virginidad hacía dos años atrás. —Bueno, ¿Me ayudas o no? —recrimino al continuar mi búsqueda de una compañera de piso para vivir. —Venga, déjame a mí —farfulle al alejar mi silla para posicionarse frente a la computadora—, que sea cercano a la universidad, ¿Cierto? —Ajá —respondo al acercarme a él para observar los sitios a los que entra. Enviamos correos electrónicos al menos a cinco chicas que al final me rechazan por algún motivo tonto, ya sea porque o apenas iba a iniciar el primer año de universidad, o simplemente porque no deseaban vivir con alguien de tan lejos a causa de temer que fuese alguna asesina en serie. Ya cuando estábamos por darnos por vencidos, fue cuando dimos con el lugar ideal, una chica llamada Audrey solicitaba un compañero de departamento para poder compartir los gastos, casi estaba terminando su segundo año de universidad, lo que me hizo pensar que sería un problema al yo iniciar, a como me lo habían dicho las otras chicas, pero, en cuanto le comenté que era mi primer año, no tuvo ningún problema, lo que me hizo sonreír ante el alivio que sentí. Envió fotos del lugar, era un departamento lo bastante cómodo para dos personas y muy cerca de la universidad, al final, solo me pidió que le pagara el primer mes para guardarme el lugar, lo que hice enseguida gracias a mis esfuerzos por ahorrar durante años para cuándo llegara este momento. —¡Ya lo tienes! —dice Malcom al levantar ambas manos para chocarlas con las mías. —Pensé que no lo lograríamos —sonrío aún con incredulidad tras sentir aquella paz al ya tener un lugar a donde ir. —Todo va a ir bien, Kendall. Vas a convertirte en la mejor periodista de toda Norteamérica. —Con ser una de las mejores, me conformo —digo al arrugar la nariz. Un pequeño grito deja mis labios cuando él se pone de pie para levantarme y hacer que enrolle mis piernas alrededor de su cintura. Me sostengo de su cuello y rio al ver la forma en que su mirada brilla ante la notoria calentura que lo invade. Sus manos se posicionan sobre mi trasero, encargándose de apretarlo de forma tan sensual, que hace que me caliente de inmediato. Sus labios invaden los míos, devorando, mordisqueando, succionando… su lengua invade mi cavidad, haciendo que mi cuerpo comience a ser recorrido por enormes olas de escalofríos que incitan a mis manos moverse por voluntad propia, dedicándome a prácticamente arrancar su ropa, caemos enredados a la cama entre risas y besos, dedicándonos a disfrutar de nuestros cuerpos desnudos. Aquellos instantes de intimidad con Malcom, eran bastante buenos, teníamos química, nos divertíamos, y al final, terminábamos hablando hasta sobre las teorías de la vida. Aún así debía de admitir que en ninguna de esas ocasiones llegué a experimentar lo mismo que sentí cuando tuve mi primera vez con el chico de ojos color tormenta. Maldito chico que jamás logré sacarlo de mi mente, puta vida que se había encargado de recordármelo cada día de mi existencia. j***r, si había sido una sola vez, y fue un completo desconocido, razón por la que siempre traté de encontrar el motivo por el que continuaba latente en mi cerebro. —¿Ken? Maldigo con los dientes apretados mientras golpeo mi cabeza contra la almohada al ver la mirada desconcertada por parte de Malcom, me había dado cuenta de que mis estúpidos pensamientos me habían traicionado otra vez. j***r, ¿Acaso nunca iba a ser capaz de tener sexo sin pensar en el estúpido chico de los ojos bonitos? ¡Maldita sea! Si ese hombre solo vino a arruinar mi vida. —¿Estás bien? —pregunta Malcom al dedicarse a acariciar los costados de mi rostro. Trago saliva con fuerza mientras trato de sonreír, otra vez la había cagado, nuevamente arruiné un momento especial con el chico al que quiero. —Lo siento —digo al llevar mi antebrazo hasta mi frente—, este maldito viaje me tiene abrumada y no me deja concentrarme, de solo pensar que no te veré a ti ni a mis padres tan seguido, me hace sentir mal —cubro mi rostro con ambas manos y niego con la cabeza—, ya suficiente tengo con tener lejos a mis hermanos. Suelto una carcajada cuando siento su rostro hundirse en la curvatura de mi cuello, lo que me provoca cosquillas al sentir el roce de su nariz contra mi piel. Malcom se deja caer a mi lado, atrayéndome a su pecho descubierto para envolverme en sus brazos. Un lento suspiro escapa de sus labios mientras se encarga de acariciar mi espalda desnuda. —También voy a extrañarte —susurra al besar mi sien—, lamentablemente no soy tan carga como tú, para haber ganado una beca de ese tipo en una universidad tan prestigiosa como Yale —lo siento sonreír contra mi cabeza, a la vez de que un lento suspiro deja sus labios—, pero, al menos podrás venir para las vacaciones, y en cuanto tenga la oportunidad, iré a visitarte. Giro sobre mi abdomen para quedar frente a él, estiro una mano y acaricio su rostro, en definitiva, Malcom no se merecía que pensara en un maldito desconocido cada vez que trataba de tener sexo con él. Malcom es lindo, simpático, tierno… debería de sentirme afortunada de tenerlo en mi vida. Entrelazo mis piernas con las suyas y me estiro para besarlo con gran lentitud, disfruto de sus labios, de la forma en que nuestras bocas encajan a la perfección. —Te quiero —le susurro contra los labios. —Y yo a ti, Kendall —musita en respuesta. (…) La despedida había sido lo más difícil. Mi madre no dejó de llorar en el aeropuerto, lo que me obligó a subir al avión sin mirar atrás, para después simplemente romper a llorar en pleno vuelo, mis ojos ardían y se sentían pesados cuando aterrizamos en Connecticut, pues prácticamente me pasé las cinco horas que duró el vuelo, en pleno llanto. Ni siquiera había sido capaz de ver el rostro de Malcom, pues si lo hacía, estaba segura de que querría quedarme un poco más. Pero, ahora sabía que debía de armarme de valor para enfrentarme a mi nueva vida, volé lejos de mi hogar para perseguir mis sueños, a lo que ahora debía de esforzarme para luchar y conseguirlos. Mientras camino hacia la salida del aeropuerto, saco mi móvil al sentir la llegada de un mensaje, sonrío al ver que es de parte de Kenneth, mi hermano mayor. “Si San Francisco es increíble, no me quiero imaginar como será Connecticut; ¡Que se prepare Yale, porque la grandiosa Kendall ha llegado!” Cubro mis labios con una mano al contener un sollozo cargado de emoción, a la vez que sentía como me invadía la nostalgia al tener tanto tiempo sin ver a mis hermanos. Él había entrado a la Universidad de San Francisco hacía dos años atrás, y un año después, fue Kevin quien lo acompañó, desde entonces, apenas y nos veíamos. “Te amo, imbécil” Me limito a responder para tratar de guardar mi móvil, pero, justo cuando intento hacerlo, un sujeto en bicicleta pasa con rapidez por la acera, arrebatándome el celular para luego pedalear con velocidad. —¡Hey! ¡Eso es mío! —trato de correr tras él, pero, el tipo se pierde con facilidad en la avenida. Aprieto mi nuca con ambas manos al comenzar a sentir un ataque de ansiedad al haber sido asaltada en los primeros minutos de haber llegado a Connecticut. Trago saliva con fuerza y niego con la cabeza al pensar en cómo iba a ser mi vida en este lugar si había comenzado de esta manera. Me giro para comenzar a caminar hacia donde dejé mi maleta, dedicándome a respirar despacio para aguantar las ganas que me invaden de ponerme a llorar otra vez, pero, en cuanto levanto la mirada, vuelvo a congelarme al ver que mi maleta ya no está donde la dejé. Un horrible escalofrío recorre toda mi columna vertebral al comenzar a buscarla como loca en todas las esquinas, dando un resultado negativo. Mi corazón palpita con fuerza, mis hombros suben y bajan con rapidez ante el pánico que se apodera de mí. ¡Maldita sea! ¡Traía mis ahorros ahí! —No entres en pánico, Kendall —me digo al tratar de tranquilizarme—, es solo una maleta, con los ahorros de casi toda tu vida —me rio ante lo estúpido que se escuchaba aquello mientras niego con la cabeza, j***r, si en definitiva estaba perdida—. Si solo hace falta que me parta un rayo —alargo en voz alta al buscar en los bolsillos de mis pantalones el poco dinero que me quedaba. Levanto la mirada al percibir como unas pequeñas gotas comienzan a caer sobre mí, gotas que con rapidez se convierten en un torrencial aguacero que me empapa por completo de pie a cabeza, bajo la mirada y me apresuro a cubrir mis pechos con mis manos al percibir como mis pezones erguidos se dibujan sobre la fina tela de la blusa blanca, indicándome que había sido muy mala idea no llevar sujetador para sentirme cómoda. —¡Maldita sea mi puta suerte! —grito al tratar de correr para protegerme de la lluvia. Sin dinero, sin celular, sin una maldita pieza de ropa… así había comenzado mi singular vida en un estado a más de mil kilómetros de distancia de mi casa. ¿Qué otra cosa podía salirme mal? Si en definitiva en cuestión de diez minutos me habían caído encima las siete plagas de Egipto. 
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