Capítulo 3
Daemon regresó al club "Output" con una sonrisa radiante en el rostro. La adrenalina aún corría por sus venas, y la imagen de Isabella, con sus ojos brillantes y su sonrisa seductora, seguía grabada en su mente. Se sentía eufórico, lleno de energía y confianza. Aunque ese sentimiento era nuevo y no sabía qué problemas le traería ese nivel desbloqueado.
El club estaba en su apogeo, la música pulsaba con fuerza y la pista de baile estaba llena de gente que se movía al ritmo de la música. Daemon se abrió paso entre la multitud, llegando a la zona VIP donde ya estaba Alex.
—¿Qué tal te fue, primo? —preguntó Alex, al ver a Daemon acercarse. Su rostro reflejaba curiosidad y un toque de picardía.
—De maravilla —respondió Daemon con una sonrisa de oreja a oreja. Sus ojos brillaban con emoción y satisfacción.
—No cabe duda de eso —dijo Alex, señalando la sonrisa de Daemon—. Se te ve muy feliz.
—Y lo estoy —respondió Daemon.
—¿Así que ya cayó en tus redes? —preguntó Alex con una sonrisa burlona.
Daemon solo guardó silencio, Isabella era un exquisito manjar que quería seguir probando. Se había dado cuenta que ese era su primer beso y también su primer orgasmo. Así que más que ella cayera en sus redes, era él quien había caído en una obsesión.
Mientras tanto, Isabella estaba en su habitación, dando vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. Tocaba sus labios con los dedos, recordando el beso apasionado de Daemon. Una sonrisa tonta se dibujaba en su rostro.
"Daemon...", pensó Isabella, su corazón estaba latiendo con fuerza. Las palabras de Daemon resonaban en su mente, "la próxima vez que te vea, te hago mía". La excitación y el deseo la invadieron, haciéndola temblar de anticipación.
Se levantó de la cama y se dirigió al baño. Se miró en el espejo y sonrió. Su cuerpo aún recordaba las caricias de Daemon, el calor de sus manos, la intensidad de sus besos.
—Espero verte pronto, Daemon —susurró Isabella, su voz llena de anhelo.
Se metió en la ducha y dejó que el agua caliente corriera sobre su cuerpo. Cerró los ojos y recordó el orgasmo que tuvo en el club, el placer que sintió al ser tocada por Daemon. Un escalofrío recorrió su cuerpo y un gemido escapó de sus labios.
—Daemon... —susurró Isabella una vez más, su estaba voz llena de deseo.
Salió de la ducha y se secó el cuerpo con una toalla suave. Se puso un camisón de seda y se acostó en la cama. Cerró los ojos y pronto se quedó dormida, estuvo soñando con Daemon, con sus besos, sus caricias, sus promesas. Soñando con el momento en que él la haría suya.
Por otro lado. A esas horas de la madrugada. El agente especial Michael Stevens del FBI se encontraba en su oficina, ubicada en el corazón del bajo Manhattan. La luz de los faros que alumbraban la calle entraba por el ventanal e iluminaba el escritorio de caoba ayudando a la lámpara que reposaba en una esquina del escritorio, sobre el cual reposaba un expediente grueso. Fotos de dos hombres, Jayden Arango y Calvin Cabrera, estaban esparcidas sobre la mesa. Michael llevaba años tras la pista de la escurridiza Mafia de Arango.
Las pesquisas lo habían llevado hasta estos dos individuos, cuyas actividades parecían entrelazarse con las de la mafia italiana.
Michael se reclinó en su silla de cuero, con la mirada fija en las fotografías. Jayden Arango, un hombre de negocios aparentemente intachable, era el principal sospechoso. Su fachada de empresario exitoso ocultaba, según las investigaciones, un papel clave en la estructura de la Mafia Colombia.
Calvin Cabrera, por su parte, era un abogado de renombre, con contactos en las altas esferas del poder. Se sospechaba que era el cerebro legal de la Mafia, el encargado de lavar el dinero y blindar las operaciones ilícitas.
Un sentimiento de frustración recorrió a Michael. A pesar de las pruebas circunstanciales y los testimonios anónimos, no había logrado construir un caso sólido contra ninguno de los dos.
—Necesitamos un plan —murmuró Michael para sí mismo.
Tomó su teléfono y marcó un número.
—Sarah, necesito verte en mi oficina. Tenemos que hablar sobre… —dijo Michael con voz firme extendiéndose en la explicación.
A los pocos minutos, Sarah, una joven agente de campo, entró en la oficina.
—¿Me llamó, señor? —preguntó Sarah.
—Sí, siéntate —respondió Michael—. Tenemos que idear una estrategia para acabar con Arango y Cabrera.
Sarah tomó asiento frente al escritorio y escuchó atentamente las instrucciones de Michael. Ella más que nadie sabía la obsesión de su jefe por acabar con Arango y todo tenía una explicación.
—Quiero que sigas investigando a fondo a Arango y Cabrera, necesitamos información de sus hijos —dijo Michael—. Necesitamos saber sus movimientos, sus contactos, sus secretos más oscuros.
—Entendido, señor —respondió Sarah con determinación.
—Además, necesito que infiltres a alguien en sus círculos —continuó Michael—. Necesitamos un topo que nos proporcione información desde adentro.
—Será un honor, señor —dijo Sarah con una sonrisa desafiante.
Michael asintió con satisfacción. Sabía que Sarah era la persona adecuada para esta misión. Era inteligente, valiente y tenía una gran capacidad de adaptación.
—Confío en ti, Sarah —dijo Michael—. Sé que no me defraudarás.
—No lo haré, señor —respondió Sarah con firmeza.
Michael se levantó de su silla y se acercó a la ventana. La ciudad de Nueva York se extendía ante sus ojos en un laberinto de luces y sombras. La lucha contra el crimen organizado era una tarea ardua, pero Michael estaba decidido a no rendirse.
—Pagarás muy caro, Arango —afirmó Michael con convicción.
Sarah asintió en silencio, compartiendo la determinación de su jefe. Ambos sabían que la batalla que tenían por delante sería larga y difícil, pero estaban dispuestos a darlo todo para llevar a los criminales ante la justicia.
Lo que Michael no sabía era que, en ese mismo momento, en Italia, uno de los mafiosos más peligrosos, y el cual trabajaba junto a Arango, era detenido por un cargamento de armas.
Vanno, un hombre ya mayor, era sacado de su lujosa mansión con pruebas suficientes que demostraban que había traficado armas a Colombia. Todo porque uno de sus hombres lo había traicionado. La traición, un puñal a la espalda que Vanno jamás esperó.
Vanno, por lo único que se preocupaba, era por su hija Gia. Su corazón latía con fuerza, un miedo helado lo recorría de pies a cabeza. No podía permitir que nada le pasara a su pequeña Gia.
—¡Papa! —gritaba la chica, su voz se escuchaba quebrada por el llanto. Peleaba con los oficiales para que lo soltaran.
—¡Corre Gia, vete lejos! —le gritó su padre con desesperación, su voz resonando en el aire como un trueno. Recibiendo varios golpes para que se callara.
Ella lloraba desconsoladamente, no deseaba dejarlo solo en manos de esos hombres.
—Detenganla, servirá de testigo —gritó el comandante.
Unos oficiales la detuvieron para llevarla como testigo.
Aún así, Gia, con la fuerza que solo el amor filial puede dar, golpeó a ambos oficiales, corriendo hasta llegar a la habitación de su padre. Cerró la puerta con llave, abrió la caja fuerte con manos temblorosas y sacó todo lo que su padre tenía allí, incluyendo documentos importantes. Buscó inmediatamente el pasadizo secreto que la llevaría a una salida segura.
Mientras recordaba las palabras de su amado padre. Sus lágrimas no paraban de salir.
"Mi amada princesa, Recuerda que si algo me pasa vete lejos, haz una vida fuera de este mundo"
Esas palabras resonaban en su cabeza, martillando fuerte en su corazón.
Cuando los oficiales pudieron abrir la puerta, ya era demasiado tarde. Gia había desaparecido como humo, esfumándose entre las sombras de la noche italiana. La noticia de la detención de Vanno y la fuga de Gia se propagó rápidamente por toda la ciudad. El mundo de la mafia italiana se estremeció ante la caída de uno de sus pilares.
Una noticia que sorprendió bastante a Arango, y también lo preocupó.
Mientras tanto, en algún lugar lejano, Gia, con el corazón destrozado y el miedo carcomiéndola por dentro, no se quedaría tranquila hasta sacar a su padre de la cárcel. La idea de su padre tras las rejas, sufriendo, quién sabe qué vejaciones, la llenaba de rabia e impotencia.
—Te sacaré de ese lugar, papá. Te lo juro —musitó Gia con voz temblorosa, pero llena de determinación.
Gia, una rosa en medio de un campo de espinas, se preparaba para convertirse en una guerrera. La fragilidad de su apariencia contrastaba con la fuerza que crecía en su interior, alimentada por el amor incondicional hacia su padre y la sed de venganza.
El camino que le esperaba no sería fácil. Gia era consciente de ello, pero no estaba dispuesta a rendirse. Recordaba las palabras de su padre, con su voz llena de preocupación y cariño: "Corre, Gia, vete lejos".
Él la quería a salvo, lejos de la oscuridad y el peligro que los rodeaba. Pero Gia no podía abandonarlo. Su padre la necesitaba y ella estaría allí para él, sin importar los obstáculos que se interpusieran en su camino.
Con cada recuerdo de su padre, la determinación de Gia se fortalecía. Utilizaría todas sus armas, lo aprendido, su inteligencia, su astucia y su valentía para liberar a su padre y devolverle la libertad que le habían arrebatado.
Gia se puso de pie, su cuerpo estaba temblando de miedo y rabia. Cerró los ojos y respiró hondo, tratando de calmar su corazón. "No voy a fallarte, papá", pensó con firmeza. "Te sacaré de ese infierno, te lo prometo".
Abrió los ojos y una nueva luz brilló en ellos. El miedo seguía presente, pero ya no la paralizaba. Lo utilizaría como combustible para impulsar su lucha, para convertirla en la guerrera que su padre necesitaba.
Gia se preparó para la batalla. Una batalla en la que no solo se enfrentaría a los enemigos de su padre, sino también a sus propios miedos y debilidades. Una batalla en la que Gia, la joven frágil, la princesa de papá, se transformaría en una guerrera implacable, dispuesta a todo por el hombre que le dio la vida y le enseñó el verdadero significado del amor y la lealtad.
Un brillo de esperanza pasó por su cabeza cuando recordó algo importante.
"Si algún día estás en peligro, y ya no tienes salida. Busca a la familia Arango. Ellos podrían ser tu última salvación"
Y con eso en mente, Gia busco un lugar para prepararse. Un cambio de imagen sería lo primordial.