Mayo 2017

3169 Words
capítulo I. De niña, siempre quise ser una princesa, de esas que aparecían en los cuentos de hadas, recuerdo que una vez en la escuela cuando tenía 7 años, me postulé para representar el papel de cenicienta en una obra de teatro, me había preparado, estudié todo el guion, porque a esa edad, si algo sabía hacer, era leer, memoricé mi diálogo de punto a punto, pero de nada Sirvió, al final de la audición, le habían dado el papel a Alice, quién tartamudeaba al leer, pero, tenía un aspecto angelical, su pelo era rubio brillante, y era tan delgada, que cabía dos veces en mí, pantalón escolar. El día de la obra, la gente aplaudía antes de que Alice terminara alguna frase Cuando jugaba a las muñecas con mí prima Elenita, nos peleábamos porque las dos, queríamos ser princesas, Ahora me doy cuenta de que me había encaprichado demasiado con eso, será porque nunca me sentí ser una, y nunca nadie me lo dijo, aunque mi casa, parecía un castillo, Y mi, mamá, una Reina, ella es tan hermosa y esbelta, que cuando me veo al espejo y noto la redondez que abraza todo mi cuerpo, me preguntó, ¿seré adoptada? ¿Por qué no soy así de linda como mi, mamá? Si hubiera tenido la dicha, me habría ahorrado, tantos momentos de disgustos y desprecios. De tanto querer ser princesa, mis primas, me apodaron Fiona, porque decían, que a la única princesa a la que me parecía, era a Fiona a la de la película de Sherk, pero no a la Fiona con el encanto de humana, si no, a la que aparecía por las noches. Al principio me enojaba, pero después, lo acepté, fuese como fuese, había encontrado a la princesa con quien identificarme. Terminé por convencerme, de que si me parecía a Fiona, excepto por su color de piel, pero si, en su figura regordeta, orejas pequeñas y nariz abombada. Cuando se enteraron en la escuela, no me llamaron más fiorela, sino Fiona, hasta el día de hoy. Mis maestros les advirtieron con severidad a mis compañeras, que mi nombre no era Fiona, sino Fiorela, y en el aula, todos lo respetaban, no tenían otra opción, porque de lo contrario, era una sanción segura. Fueron tantas las quejas que elevó mi nana ante la dirección escolar, que los profesores, a manera de cuidarme, fueron riguroso en ese asunto. Pero fuera del aula, las burlas grotescas seguían sin parar, pero yo, conseguí la manera de defenderme, sobre todo, cuando encontré la valentía para hacerlo, y esa osadía llegó con nombre y apellido a mis 10 años, desde Asia, de la mano de un niño Japones, llamado Daiki Itushi. Él tenía 12 años, se había mudado con sus padres y sus dos hermanos cerca de mi casa, y en muy poco tiempo, nos hicimos buenos amigos. Mi Madre les dio la bienvenida, invitándolos a una cena especial, como hacía con todos los que llegaban nuevo al barrio, era la única forma en la que se podía conocer a alguien en esta comunidad cerrada de leblon. Ahí conocí a Daiki por primera vez, no era muy alto de estatura, delgado, pero con espalda ancha y brazos musculosos. –hola me dijo, con seriedad, me llamo Daiki, y me extendió su mano agachando su cabeza redonda, con abundancia de pelo n***o. Sus manos eran suaves y firmes a la vez. Yo pensé en mi cabeza, que este pequeño recién conocido, era un adulto, atrapado en un cuerpo de chico, pero luego me enteré, que solo tenía dos años más que yo. Ese día en la cena, Daiki fue testigo, de la escena de discriminación a las que me sometían mis dos primas, Elenita e Isabella, con sus palabras despectivas a mi aspecto físico. –Que no comas tanto que te vas a reventar. Me amenazaban con que no iba a participar, en la fiesta de 15 de Isabella, y de verdad, eso a mi, me importaba muy poco, tenía solo 10 años, quería ser feliz a mi manera, acaso no lo podían entender. A mí no me gustaba mucho la idea de que ellas me visitaran, pero mi madre insistía que era la única familia que tenía cerca, ellas y mi tía Eleonor, porque a mis abuelos maternos, a los que no había vuelto a visitar desde que tenía 5 años. Vivían en un pueblo de So paulo, “Santo André” estábamos a más de 400 metros de distancia, y mi mamá, con eso de sus pasarelas y sus viajes constantes, nunca tenía el tiempo de llevarme con ellos, y mi padre, ni hablar, a ese ni lo recuerdo. Por eso, la única persona que siempre ha estado conmigo ha sido mi nana modesta, quien llegó a mi vida, como una salvación. Daiki, atestiguando aquel momento vergonzoso que me tocó vivir frente a él y su familia, al ver la vulnerabilidad que se escondía detrás de mis grandes ojos azules, quiso enseñarme su mecanismo de defensa. Me contó, que él practicaba desde los dos años, las artes marciales. Su papá le enseñaba a él y a su hermano, las artes del Karate Do y el Aikido. Mientras él me hablaba de esa vocación lo hacía con tanta ligereza, que me perdía en cada palabra, hasta que después, con permiso de mi nana, me invito una tarde a una de sus prácticas, y allí me encontré, en la sala de su casa, la que ellos habían adecuado para practicar su arte. Me contó que Su hermano Akemi, quien era 6 años mayor que él, se había ganado 5 medallas de oro compitiendo con otros equipos en su país. Esa tarde, su padre se había puesto en posición de combate y le pidió a sus dos hijos que lo atacaran, y él los esquivaba con tal rapidez, que mis ojos, no alcanzaba a captar la escena. Su hermana Hideki estaba en una esquina fotografiando la escena con el afán de subirlas a sus r************* . Ella a veces se unía a la práctica, pero amaba más la fotografía y la moda, tenía 18 años y quería seguir los pasos de su mamá, que era una diseñadora de ropa, muy conocida en su país, y el hecho de que ellos se hayan mudado a brasil, había sido por una oferta de trabajo importante que le hicieron a su mamá. Yo estaba feliz con la llegada de aquel muchachito Japones a mi vida, se había empeñado en que yo debía aprender sus artes marciales, porque me iban a servir como un dispositivo de socorro personal, y que además, me ayudaría a sentirme segura conmigo misma, después de verlo varias veces como practicaban él y su familia, accedí. Al principio me fue difícil, porque mi cuerpo no estaba acostumbrado, además, me sentía muy pesada, y casi siempre hacia el ridículo frente a todos, recuerdo cuando quise tirar mi primera patada al aire, mi cuerpo se desplomó al piso como bolsa de papas desparramadas, casi me muero de la vergüenza, pero al ver la cara de Daiki intentando contener la risa, explote en carcajadas y se desencadenó una risa grupal, que en mí se detuvo, cuando me empezó a doler la panza. No recuerdo la última vez, en la que me había reído tanto como ese día. Visitaba a los Itushi semanalmente, le había contado por teléfono a mi mamá la noticia, porque ella se había ido de viaje a París, y estaba encantada de que por fin, haya salido del mundo de las hadas mágicas y princesas en el que me había resguardado por tanto tiempo, para conocer el verdadero mundo que me rodeaba y de la mano de quien se había convertido en mi mejor amigo. Mis primas, cuando se enteraron de que mi mejor amigo era un niño Japones y que me enseñaba técnicas de combate, así ella le llamaban, como siempre, tuvieron opiniones para dar, – eres una niña, y debes jugar con otras niñas, que es eso del judo y el karate, todas esas tonterías son para los chicos. Pero cada vez que quisieron volverme a humillar con sus palabras despectivas, vieron en mí una actitud diferente, ya lo que me decían, no hacia hueco en mi corazón. Daiki tenía razón, las artes marciales sí que me habían ayudado, empece a ganar confianza en mi misma, en tan solo tres meses de práctica de aquella disciplina, logré mejorar considerablemente mi postura corporal, que, por lo regular, siempre andaba encorvada y con la cabeza baja, además, me sirvió también a la perdida de peso, que era mi talón de Aquiles, mi gran problemática. Tuve que ir abandonando poco a poco, mis malas prácticas alimenticias, las que a mis 8 años, ya me habían conducido a padecer de colesterol, ese término, lo fui entendido a través de la lectura, pero mientras lo entendía, mi madre me había sometido a una rigurosa dieta con más verduras y frutas, y yo lo odiaba, a ella le fascinaba, pues estaba acostumbrada a comer comidas insulsas, y a contar las calorías que llevaba a su boca, solo para mantener el peso ideal, que le demandaba su trabajo, pero yo amaba las papas fritas, las hamburguesas, los guisos, todo eso, lo aprendí a comer con mi abuela, creo que por eso, nos mudamos acá, porque mi mamá, siempre le reclamaba a mi lolita querida, que ella me consentía demasiado. Me crie entre revistas de modas, ropas de marca, según mi madre, de los mejores diseñadores, tacones altos, fiestas, pasarelas, joyas, y perfumes. Mi mamá me insistía que no me comiera las uñas, que caminase erguida, que tuviese modales de una señorita, y me reiteraba una y otra vez, que debía copiar más a mis primas, que siempre andaban detrás de ella, como perrito faldero. Pero yo nunca he soportado la idea de andar ante la gente con una sonrisa falsa, fingiendo ser feliz, cuando por dentro estoy hecha pedazos, y mi madre me dijo que en su trabajo, a veces tenía que aparentar algo que no era, para ganarse el respeto de la gente>, pero ahora que recuerdo, ella lo hacía siempre, porque cada vez que llegaba de sus viajes por el mundo, se encerraba en su habitación, y yo detrás de la puerta, la escuchaba llorar desconsolada, sin poder hacer nada. Entonces empecé a detestar su trabajo, porque en vez de hacerle bien, a ella le hacía mal, pero Ella no dejaba de mencionar que gracias a ese trabajo, teníamos todos aquellos lujos, porque desde que mi papá se borró de nuestras vidas, ella era quien mantenía a flote la casa. Aunque nunca estaba presente, eso también se lo debíamos a su labor, pero, yo siempre la veía posar en esas revistas importantes de moda que les encantaba ver a mis dos primas y a Hideki la hermana de Daiki. A veces cuando me agarraba la desesperación por la ausencia de mi madre, me solía comer una bolsa grande de papas fritas, o cualquier chuchería que encontraba guardada en el cajón debajo de mi cama, y mi mamá, siempre retaba a mi nana Modesta, y varias veces la amenazo con despedirla, porque ella debía vigilar que yo llevara la mejor alimentación, y equilibrada, para no subir de peso, pero yo le rogué que no lo hiciera, y le advertí, que si se iba ella, yo me iría detrás, aunque sea a escondidas. Modesta se parecía a mi abuelita Lola, cariñosa y brava para defenderme, cocinaba muy rico, hacia unas deleitosas feshuadas, tan deliciosas como las de mi abuela. Modesta me decía que yo me parecía a su nieta, aunque cuando me mostró una foto de ella, no pude ver ningún parecido, era delgada, de pelo lacio, y nariz fina, y yo, todo lo contrario. Daiki me dijo, que su mamá y la mía se parecen mucho, porque por el trabajo de ella, en un año, a ellos les toco mudarse en dos países diferentes, y yo rogaba con que brasil, les ayudara a sentar cabeza. Tengo la tendencia a aferrarme mucho a las cosas, pero solo a aquellas que me hacen bien, y en serio que Daiki era la única persona con la que yo me sentía bien, y no quería ni pensar que me dejase algún día, sentía que cada vez que me encariñaba con algo, la vida se empeñaba en quitármelo. En poco tiempo, me volví amante de las artes marciales, más que nada porque amaba pasar tiempo con Daiki y su familia, los veía más a ellos que a mi mamá. Desde que llego ese pequeño cabezón a mi vida, no tuve que aguantar más a las pesadas de mis primas, siempre que iban de visita, le daban razón de que yo estaba con Daiki, razones de las que se agarraban para criticarme. Mi mamá, desde que empezó a notar los cambios en mi figura y alimentación, se acercó más a los Itushi, quiso saber, cuál había sido la magia que usaron conmigo, que me enseño a comer, más que solo papas fritas y hamburguesas. Con los Itushi aprendí a comer otros alimentos que nunca antes me había atrevido a probar. Daiki, sabía mucho sobre plantas, verduras y flores. En su casa habían construido un jardín y tenían más tulipanes que cualquier otra flor. A mí me sorprendió ver aquellas flores de múltiples colores, que ocupaban casi todo el espacio del jardín, y él me contó que a ellos les encantaba cultivarlas, porque esas flores para la cultura Japonesa, representaban orden, constancia y eficacia. Una vez Daiki me llamo flor silvestre, para mí fue el primer piropo que había recibido en mi vida, porque los chicos en la escuela, solían llamarme, gordinflona, narigona, comilona, y un sinfín de insultos, que la lista era interminable. Cuando cumplí 14 años, mi peso era de 65 kilos, yo misma me sorprendí de lo mucho que había progresado, para ese entonces, ya manejaba muy bien las técnicas de Judo, karate y estaba descubriendo la Capoeira, que tarde me entere, que ese arte mezclado con música y danza, era propio de mi país. La familia de Daiki me invito a j***n a presenciar un torneo de Judo en el que Daiki participaría, nunca antes había estado en otro país, a pesar de que mi madre se la pasaba viajando, mi madre me dejo ir, y hasta decidió acompañarme, para ese entonces, ella y la señora Azami se habian hecho, amigas, porque la madre de Daiki había diseñado cientos de ropa de la que ella modelaba en algunas pasarelas. Ese fue mi último y único viaje junto a Daiki y su familia, mis noches de oraciones doble, ni mis promesas de abandonar la comida chatarra para siempre, resultaron para retener a Daiki a mi lado, y tal como lo predije, me prendí a la amistad de Daiki, como una estampa a una vaca, que luego me desprendió el destino haciéndome sangrar hasta el alma. La familia de Daiki se tuvo que mudar otra vez por trabajo, esa vez se volverían a Japón >Tranquila mi pequeña flor silvestre, no perderemos el contacto> me dijo Daiki al despedirse, me dio un beso en la frente, y me dejo mil recuerdos y se fue. En los postreros meses de su partida, hablábamos 15 minutos todos los días, a él le gustaba supervisarme para saber como iba mi progreso en las artes marciales, me enviaba videos de sus torneos, y de todos los lugares que le tocaba visitar. Esos 15 minutos de llamados diarias, pasaron a ser 15 minutos los lunes, miércoles y viernes, y yo esperaba con ansias esos momentos, que deseaba extender para no sentirme sola. Esos 15 minutos pasaron a ser 10, y de 3 días pasaron a ser solo fines de semana, y después, solo me quedaron los recuerdos de 4 y hermosos largos años en los que fui plenamente feliz. Después de ese revuelo que me paso en un dos por tres, del que todavía me estoy recuperando, me entro nuevamente la locura, mi madre siguió con sus andanzas de modelaje, y yo seguía largas horas sola en casa, bueno, no tan sola, con mi nana Modesta, pero ella hacia tantas cosas en la casa, que por las noches, terminaba tan cansada, que no se daba cuenta de que yo me quedaba en el sofá de la sala, toda la noche, comiendo chucherías hasta el hartazgo, volviendo a las pelis de princesas, pero ya no deseaba ser una, ya tenía edad para darme cuenta de que esas historias siempre terminaban unos felices por siempre, y mi vida real, no era para nada eso. Y como si las cosas no se pudieran poner peor, mi nana, me dijo, que se tenía que ir de viaje, una mañana recibió una llamada de su nieta Cristal, avisándole que la madre de esta, había sufrido un accidente por allá por manaos, a más de 2 mil kilómetros de nuestra casa, yo me quise morir, me aferre a sus faldas como cuando tenía 5 años, que había hecho lo mismo con mi abuelita Lola, y la historia se me volvía a repetir. Mi madre me dijo histéricamente que madurara, que ya era hora de que me diera cuenta, que la vida era más que un cuento de hadas, pero yo hace mucho que eso lo sabía, pero, me resistía a perder a la única persona que verdaderamente yo le importaba. Modesta me dijo – no me iré para siempre, mi princesa, te prometo que regresaré, pero antes de irme, quiero darte esto. Me entrego un a libreta blanca con hojas en blanco, la mira y le dije, –este cuaderno vacío para qué me sirve –quiero que escribas mientras no este –y que quieres que escriba le dije mientras me secaba las lágrimas, mientras me recostaba en su hombro –lo que se te ocurra, con esta agenda, te sentirás muy cerca de mi Y fue ahí en donde empece a escribir todas estas locuras, pero más loca se estaba volviendo mi mamá que no sabía que hacer conmigo, ella tuvo que restringirse con muchos de sus viajes, hasta encontrar a alguien que se quedara conmigo, porque mami, es muy quisquillosa con eso de dejar entrar a cualquiera en casa. Mi nana me llamaba siempre desde que se fue, y yo le contaba todas las aventuras que empece a escribir, en ese cuaderno, al que comencé a llamarle diario, también me puso al teléfono con su nieta Cristal, ella me decía que necesitaba una amiga aunque sea a la distancia, después de eso, cada vez que mi nana me llamaba, con la primera persona que hablaba era con Cristal. Pasaron 4 largos meses y a mi querida Modesta la seguía extrañando. Antes de volverla a ver, hablo con mi mamá largas horas en el teléfono, y después mami me aviso, que mi nanita, estaría de regreso. Ahora no me puedo aguantar la emoción, y acá estoy, esperando verla de nuevo.
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