Las estrellas salpicaban el cielo, extendiéndose como un manto infinito de luces frías que parecían observarnos en silencio. El suave susurro de las hojas acompañaba la escena, como si la naturaleza misma quisiera envolvernos en un secreto compartido. El aire olía a humo de leña y a tierra húmeda, mezclado con el perfume de la cena que aún chisporroteaba en la parrilla. Ivankov, Alexei y Semión se habían unido a nosotros durante la reunión. Su presencia no era opcional; Pavel lo había dejado claro con la brusquedad que lo caracterizaba. Esos hombres ahora eran piezas claves en la nueva estrategia para mantener el poder de la Bratva. No me sorprendía. El mundo en el que nos movíamos no daba cabida a los débiles, y necesitábamos a todos los leales a nuestro lado. Más tarde, decidimos unirn

