Ya en nuestra casa, acostados en la sala. El fuego de la chimenea crepitaba en la penumbra, proyectando sombras que se retorcían por las paredes como fantasmas del pasado. Zanoah y yo estábamos solos, recostados.
Yo, muy pensativo, temía que hubiera sido un error llevarla a aquella cacería de brujas en casa de mi madre. Un silencio pesado, cargado de palabras no dichas, se posaba sobre nosotros. Clavaba la vista en sus manos, que temblaban levemente mientras ella jugaba con su cabello, una mezcla de dolor contenido y curiosidad combativa en los ojos.
—Quiero pedirte disculpas —dije con voz baja—. No solo por no haberte protegido y exponerte a todo esto… sino por no haberme enfrentado a mis propios fantasmas antes.
Zanoah no respondió de inmediato.
—Tranquilo —susurró al fin—. No pasa n
