La puerta se cerró suavemente con un clic, el cerrojo del exterior asegurándose con un golpe que incluso pude escuchar desde dentro de la habitación. Estaba sola, sentada en esta cama impecable y extremadamente cómoda, y había sido secuestrada.
—Me vendió —mi corazón latía con fuerza, el pulso retumbando demasiado alto en mis oídos—. Para casarme con algún… algún matón de la mafia.
Una lágrima resbaló por mi rostro, finalmente cediendo el dique en ese ojo. Pero no sollozaría. No me derrumbaría ahora. Primero, sería inútil. Segundo, era una extraña realización: estaba demasiado entumecida para siquiera intentarlo. El peso de todo lo que estaba pasando me aplastaba tanto que simplemente no podía más.
—¿Cómo pudo hacerme esto?
Me dejé caer de espaldas sobre la cama, arrastrándome hasta el
