El almacén abandonado apestaba a orina y alcohol rancio. Había varias agujas usadas y condones esparcidos por el suelo de cemento agrietado, y todo estaba cubierto por una capa de mugre y polvo que me revolvía el estómago. —¿Por qué siempre son mierderos como este con estos tipos? ¿No podía ser un maldito restaurante donde “poseas” al personal? Joder. El grafiti, de distintos niveles de habilidad, cubría las paredes, y me tomé mi tiempo estudiando las frases, tratando de entender de quién era el territorio según lo que los artistas creían. Al fin y al cabo, mafias y pandillas eran dos caras de la misma moneda, y yo había trabajado con algunas cuando coincidíamos buscando a algún desgraciado que intentaba jodernos a ambos. —¿Contemplando el arte, Semion? —. El fuerte acento de Lorenzo c

