—Cinco meses después—
La habitación del hospital estaba bañada por suaves rayos de luz. Era casi de noche, y el sol proyectaba un resplandor amarillo por debajo del horizonte, marcando su despedida del día. Era una vista hermosa, pero nada comparada con la felicidad que me llenaba el pecho al mirar a mis bebés. Tenían apenas una hora de nacidos. No podía creer que hubiese dado vida a dos angelitos hermosos.
Serov estaba junto a sus cunas, observándolos con una mezcla de miedo y asombro. Aún no asimilaba que era padre, y ¿Cómo podría culparlo? A mí también me parecía un sueño. Una sonrisa le curvó los labios.
—Son hermosos —susurró, con el tono más suave que jamás le había escuchado—. Joder, Sofia. Son perfectos.
Mis ojos se llenaron de lágrimas de felicidad, y sonreí.
—Lo son. Somos p
