El sol apenas se asomaba por la ventana cuando abrí los ojos. Zanoah aún dormía, enredada entre sábanas de seda, con el cabello desordenado sobre la almohada y los labios entreabiertos. Parecía una obra de arte creada solo para mis ojos. Pero mi pecho ya sentía la presión de lo inevitable. Ese día no sería tranquilo. Nunca lo son, después de una noche perfecta. Ella dormía como si el mundo no pudiera tocarla. Yo dormía como si el mundo ya me estuviera apuntando con un arma. La habitación todavía olía a sexo, a sudor y a poder. En la penumbra, las esposas colgaban del cabecero, mudas testigos de lo que habíamos hecho horas antes. El camisón blanco, rasgado, descansaba en el suelo, y sus huellas quedaban marcadas en mi piel: uñas, dientes, aliento. Fui su presa, pero no su víctima. Me le

