Pavel se sentó al final de la larga mesa con una mueca. Su pecho subía y bajaba, y abría y cerraba los dedos. Inclinado en la silla, con una pierna cruzada sobre la otra, un gruñido animal salió de sus labios y golpeó con el puño el reposabrazos. ―Pavel, esto está empeorando. ¿Qué diablos es esto? ¿Por qué diablos siguen metiéndose con nosotros? Perdimos a seis hombres anoche. Se armó una pelea, cerca del maldito puerto, y salieron impunes. Están tratando de mandar un maldito mensaje. Si hay un momento para atacar, digo que es ahora ― tronó Serov por teléfono. Tenía asuntos que atender y no podía presentarse a la reunión. ―Cálmate, Serov ―ordenó Pavel―. La Mafit es enorme y organizada. Por eso matan a cuantos quieren y salen ilesos. Para derrotarlos, tenemos que ser más inteligentes y rá

