Pasaron unos días desde que mi padre llamó a Odorv. No lo había visto mucho después de eso. Ya no desayunábamos ni cenábamos juntos. Salía antes de que yo despertara, y yo ya estaba dormida cuando regresaba a casa. Lo odiaba por admitirlo, pero extrañaba su presencia en la casa. Se sentía demasiado grande y solitaria sin él, y sus cuñadas no habían vuelto desde el primer día. Para mi sorpresa, dejó la puerta de mi habitación desbloqueada, permitiéndome deambular por la casa a mi antojo. Aún no lo había hecho; no quería sentirme como en casa en su mansión, pero poco a poco estaba cayendo en la locura, mirando las paredes grises toda la mañana y la noche. Después de bañarme esa mañana, me puse uno de los vestidos largos que Isabela me había traído. Era de un amarillo brillante. Parecería

