Al día siguiente, con una leve resaca y el sueño aún pesado, Elise se levantó. No había dormido bien; su cabeza daba vueltas y su corazón latía sin pausa, pensando en Lucien. Se dirigió al baño, se lavó la cara y los dientes, recogió su cabello en una cola y salió directo a la cocina para preparar el biberón de su bebé. No tardaría mucho, luego terminaría de descansar en la fundación.
Al bajar las escaleras, notó que el comedor ya estaba casi listo para el desayuno. Phillippe estaba sentado en su lugar habitual, y había dos puestos más preparados, que ella asumió eran para los hermanos de Lucien. En ese momento, él apareció.
—Señorita Elise, ¿durmió bien? —Lucien salió de la cocina con una bandeja llena de comida, y una expresión de ternura en el rostro; el aroma que traía era irresistible.
—Buenos días, señor —respondió ella con una sonrisa tímida, aún un poco avergonzada—. Sí, dormí bien, gracias —aunque mentía.
—¡Elise! ¿Qué haces aquí? ¿Dormiste aquí? ¿Por qué no me dijiste? —Phillippe cruzó los brazos, molesto porque ella no le había contado que estaba en la mansión. Era un calco en actitud a su padre.
—Mi amor, llegué muy tarde anoche, pero mañana vendré temprano. Señor, voy a preparar un biberón para mi hijo y luego me voy. Disculpe si estoy ocupando espacio en su cocina —dijo Elise, bajando la cabeza mientras hablaba con Lucien.
—No tienes que pedirme permiso para eso —dijo Lucien con una sonrisa—. Además, he preparado desayuno para los tres. Ve, prepara el biberón de tu bebé y ven a compartir la mesa con nosotros.
—¿Quiere decir que desayune con ustedes? —Elise estaba completamente sorprendida por la invitación de su jefe.
—Claro que sí, no tardes mucho, el desayuno frío no es tan bueno —añadió él, y ella sonrió antes de salir corriendo hacia la cocina. Mientras preparaba el biberón, su mente estaba aún más revuelta. En las últimas horas, Lucien había tenido gestos con ella que jamás imaginó. Aunque le parecía repetitivo pensar en su confusión, su corazón latía acelerado; nerviosa, pero feliz. Cuánto deseaba que un hombre como él la notara de verdad.
Sentados los tres en la mesa, Elise se sentía radiante. Aquellos tres hombres que la rodeaban parecían su familia ideal: dos hijos adorables y un esposo tan guapo, majestuoso y millonario como Lucien, quien además cocinaba de maravilla.
—Dime, Elise, ¿qué planes tienes para esta tarde? —Lucien la sacó de sus pensamientos.
—La verdad, pienso descansar y lavar ropa que tengo pendiente —respondió ella—. En la fundación, mi turno de lavadora es los domingos.
Un nudo le subió a la garganta a Lucien, y carraspeó antes de hablar.
—Elise, ¿quieres que te adelante parte del salario para que busques un lugar donde vivir con Ángel? No creo que deban quedarse en esa fundación.
Al escucharlo, Elise se sonrojó profundamente, sin poder evitarlo.
—Señor, no, claro que no es necesario, yo estoy bien en la fundación, puedo esperar algunos días —respondió Elise, aunque su voz reflejaba duda.
En ese momento, el pequeño Phillippe intervino con una sonrisa inocente:
—Papi, ¿y por qué Elise no viene a vivir con nosotros? A mí me gusta estar con ella.
Lucien y Elise se miraron, ambos incómodos ante la inesperada propuesta. No sabían cómo responder.
—Hijo, es que no sé qué pueda pensar Elise, ella solamente te cuida de lunes a viernes —intentó explicar Lucien, pero Elise lo interrumpió.
—Phillippe, mi amor, yo no debo vivir en tu casa, yo simplemente te cuido cuando tu papi no está —dijo Elise, con un dejo de incomodidad.
—No, Elise, no es eso —replicó Lucien, mirando fijamente a Elise—. Es todo lo contrario. A mí, en lo personal, me gustaría que tú y tu hijo vinieran a vivir con nosotros. Esta mansión es muy grande, tendrían su propio cuarto. Las condiciones seguirían igual, solo tendrías que cuidar a Phillippe entre semana; los fines de semana serían completamente libres para que dispongas de ellos como quieras.
Elise guardó silencio, la propuesta era demasiado tentadora. Si había un lugar donde Ángel podría tener todas las comodidades y ella ahorraría mucho dinero para comprar una casa nueva, era allí. Pero le inquietaba la idea de compartir hogar con los hermanos de Lucien.
—Señor, estaría encantada de vivir aquí, sobre todo por tener más tiempo para cuidar a Phillippe —dijo, dudosa—, pero ¿qué pensarán sus hermanos de todo esto?
—No tienen que decir nada —respondió Lucien con firmeza—. Hasta ahora la mansión es mía, así que, si no tienes objeción, vamos por tus cosas y las de tu hijo para que se vengan a vivir aquí.
—¡Sí, papi! —exclamó Phillippe—. Es que Elise se parece a mami. Ella me cuenta cuentos como lo hacía mami, y me dice palabras bonitas. Ya no me siento tan solo como antes.
Al escuchar eso, Elise se sonrojó aún más. Por ninguna razón quería parecer que intentaba ocupar el lugar de la madre de Phillippe, y mucho menos el de la difunta esposa de Lucien.
—Lo sé, hijo, aunque Elise hace cosas que tu madre hacía, ella es especial, y espero que siempre la trates bien —dijo Lucien con una sonrisa, mientras los tres compartían ese momento.
De repente, unos pasos fuertes irrumpieron el comedor.
—¡Buenos días! No sabía que comías con la servidumbre, hermanito —dijo Victorie al aparecer, con aire arrogante. Se acercó, tomó una tajada de pan y se la llevó a la boca mientras lanzaba una mirada de desprecio a Elise.
—Ella no es parte de la servidumbre, es la tutora de Phillippe y quien lo cuida, así que por favor cuida tus palabras —respondió Lucien con firmeza, defendiéndola.
—¿Qué? Para mí sigue siendo una sirvienta como las otras —replicó Victorie, sentándose en un puesto y dirigiendo una mirada despectiva a Elise—. Ve y tráeme el desayuno: huevos revueltos con jamón, pan integral y té, ¡pero rápido! Que me muero de hambre.
Elise la miró confundida, meneando la cabeza, y buscó la mirada de Lucien, quien ya estaba ardiendo de ira.
—¿Cómo te atreves, Victorie? ¿Qué parte no entendiste? Ella no es una sirvienta —se levantó Lucien, apoyó las manos firmemente sobre la mesa y la fulminó con la mirada.
—Ya te dije, Lucien, para mí ella es servidumbre. Y ya que está aquí, esa mugrosa aparecida se levanta y me trae mi desayuno ¡Ahora mismo! —Victorie insistió, con voz desafiante.
—¡Pues no lo hará! —Lucien explotó—. Y ¿sabes qué? Retírate de mi mesa inmediatamente. Que vivas aquí por una petición de mi padre no te da derecho alguno en esta casa, ni sobre mis empleados, y menos sobre Elise. Aquí se trata a todos con respeto —sus ojos cambiaron de intensidad, perdiendo toda simpatía.
—Señor, no hace falta que discuta con su hermana por mi culpa. Bien, ella tiene razón en algo: puedo traerle su desayuno —Elise se aseguró de que su bebé estuviera bien sujeto en el cochecito, dejó la servilleta sobre sus piernas y se levantó, sorprendiendo a Lucien.
—¿Pero qué está haciendo, señorita Willys? No le di orden de levantarse —la furia de Lucien se reflejaba en su mirada.
—No se preocupe, señor Lucien, ya me encargo del desayuno de su hermana —respondió Elise con firmeza, dirigiéndose a la cocina.
En menos de tres minutos volvió con una bandeja en las manos.
Victorie la observó salir con una sonrisa arrogante, segura de haber humillado a Elise. Desde el primer día sabía que esa mujer no le agradaba.
—¡¿Pero qué es esto, idiota?! —exclamó Victorie, al ver lo que Elise había traído.
Lucien, resignado, se cogió la cabeza.
—Su desayuno, señorita Rochefort —Elise la miró desafiante, firme y sin un atisbo de miedo.
—Esto está crudo, el pan sigue dentro de la bolsa y el té está frío. ¿Se está burlando de mí, sirvienta? —Victorie miraba a Elise con desprecio.
—No, claro que no, señorita Rochefort. Es que yo no sé cocinar, y no fui contratada para eso —respondió Elise con tranquilidad.
—¡Lucien! ¿Vas a permitir que tu sirvienta se burle de mí? Soy tu hermana, hija de tus padres, ¿cómo dejas que esta estúpida me falte el respeto? —Victorie elevó la voz, furiosa.
—Lo siento, Victorie, pero ella tiene razón. No fue contratada para cocinar —Lucien trató de calmar la situación, aunque sus palabras solo enfurecieron más a su hermana.
Enfurecida, Victorie tomó la cacerola con los huevos crudos y, sin dudarlo, se los arrojó a Elise en la cabeza, dejando caer la mezcla viscosa sobre su rostro.
—¡Maldita sirvienta! No te metas conmigo, estúpida —gritó Victorie.
—¿Pero qué haces, señora? —Elise sintió cómo los huevos rodaban por su cara y, sin importarle que su jefe estuviera presente, se lanzó contra Victorie, agarrándola del cabello.
Ambas quedaron envueltas en un forcejeo vergonzoso y caótico. Lucien gritó intentando separarlas, pero sus palabras no bastaron. Finalmente, tuvo que intervenir con fuerza para apartar a las dos mujeres y detener la pelea.
—¿Pero qué les pasa? Parecen dos irracionales. ¿Desde cuándo se solucionan los problemas a golpes? —Lucien los reprendió con frustración.
—Mira, Lucien, si no echas a esa sirvienta ahora mismo, habrá serios problemas, te lo juro —Victorie, agitada, miraba a Elise con tanto odio que, de no ser por la intervención de Lucien, todo habría terminado peor.
—Prefiero quedarme sin empleo que aguantar las humillaciones de una riquilla como tú, y menos después de lo que me hiciste —respondió Elise, recogiendo a Ángel y dirigiéndose a las habitaciones. Solo quería una ducha y marcharse; estaba humillada, y por más que necesitara el trabajo, no soportaría ese maltrato.
—Phillippe, ven conmigo —Lucien tomó de la mano a su hijo y fue tras Elise, mientras Olivier emergía desde la piscina.
—¿Qué son esos gritos, Victorie? ¡Qué asco! ¿Y ese olor? —preguntó Olivier, curioso.
—Huele a huevos crudos estrellados en la cabeza de una sirvienta —respondió con desprecio.
—¿De qué hablas? Explícate mejor.
—La maldita niñera de Phillippe se cree dueña de esta casa, y eso no lo voy a permitir. Necesito que me ayudes a deshacerme de ella —Victorie lanzó una mirada cómplice a Olivier, quien sonrió satisfecho; esa era la ayuda que necesitaba para vengarse de todo lo que Elise le había hecho.
—Bueno hermanita, ¿Cuál es tu propuesta?
—Le haremos la vida imposible hasta que se largue de esta casa. Por lo que veo, a Lucien le gusta esa mugrosa, y hasta el muchachito parece que la quiere. Se está volviendo la preferida, pero no deja de ser una simple sirvienta y madre soltera. Así que me ayudas o me ayudas.
—Claro que sí, hermanita, todo sea por fastidiar a nuestro hermano perfecto. Además, nuestro plan va de maravilla, nos quedaremos con lo que nuestros padres le dejaron a Lucien. Ya no tenemos capital, y él es nuestra única salvación.
—Sí, pero primero debemos deshacernos de esa estúpida. No me da buena espina.
Olivier y Victorie estaban convencidos de que debían atacar a Elise. Habían notado que Lucien sentía algo especial por ella, y eso podía arruinar sus planes de quedarse con todo lo que le pertenecía a su hermano. Eso no lo iban a permitir bajo ningún concepto.