Después de una noche inquieta, Lucien se levantó con el alma ardiendo de rabia. No iba a permitir que una atrocidad como la que había sufrido Elise quedara impune, mucho menos bajo su propio techo. Estaba decidido a confrontar a Olivier de inmediato y asegurarse de que pagara por lo que había hecho. Tal como lo había previsto, su hermano llegó temprano esa mañana, como si nada.
—¡Vaya recibimiento! ¿Tienes algo por ahí para esta resaca infernal? —dijo Olivier con una sonrisa cínica al ver a Lucien esperándolo en la entrada.
—Eres un maldito descarado —espetó Lucien, negando con la cabeza, asqueado—. No cambias, ¿verdad?
—¿Y quién dijo que quiero cambiar?
—No me interesa si lo haces o no, pero vas a largarte de esta casa. Ya sé todo lo que pasó con Elise. Te voy a denunciar y haré que pagues con cárcel por lo que hiciste.
—¿Y quién es Elise? —replicó Olivier con tono burlón, como si se tratara de una broma.
—No empieces con tus idioteces. Me tienes harto, Olivier. Solo quiero saber algo: ¿por qué fuiste tan bajo? ¿Por qué abusaste de ella? —La voz de Lucien se tornó más grave, más oscura. La furia le hervía bajo la piel.
—Yo no abusé de nadie. No tengo idea de quién estás hablando —respondió Olivier encogiéndose de hombros, con la sonrisa aún dibujada en los labios mientras intentaba subir las escaleras.
Lucien lo sujetó de la camisa y lo empujó hacia atrás con fuerza.
—Deja de hacerte el inocente. Voy a descubrir todo lo que hiciste, y cuando tenga las pruebas, juro que vas a pagar. Eres una vergüenza, no pareces hijo de nuestros padres. Ellos jamás hubieran criado a alguien como tú.
—¡Suéltame, imbécil! —gruñó Olivier mientras se zafaba—. Y si no parezco de esta familia, pues mejor. Todos ustedes son unos inútiles. Y tú no tienes cómo probar nada, así que deja de hacerte el héroe. No me voy a ir de la mansión, también es mi casa, te guste o no. Anda, corre tras tu niñera, si tanto te importa. Tráemela otra vez, que esa mujer no es más que una pe...
Antes de que pudiera terminar la frase, Lucien le propinó un puñetazo directo en la boca. Olivier tambaleó hacia atrás, con sangre saliéndole del labio, pero en lugar de reaccionar, soltó una carcajada, como si todo le divirtiera. Luego se dio la vuelta y subió a su habitación, tambaleante, sin dejar de reír como un demente. Lucien lo observó con el pecho agitado, sabiendo que esto apenas comenzaba.
La actitud arrogante de Olivier solo alimentaba más la rabia de Lucien, quien no lo pensó dos veces antes de dirigirse directamente a la comisaría para denunciarlo formalmente.
—Buenos días, soy Lucien Rochefort —dijo al llegar, con un tono firme y decidido.
Al otro lado del escritorio, el comandante que lo atendía era el mismo que meses atrás había ignorado la denuncia que Elise intentó presentar.
—Claro, señor Rochefort, todo el mundo lo conoce. ¿En qué puedo servirle?
—Vengo a presentar una denuncia contra mi hermano.
La expresión del oficial cambió al instante; su rostro perdió color al recordar aquella denuncia desestimada por un generoso soborno de Olivier.
—¿Contra su hermano? ¿Y cuál es el motivo?
—Ese bastardo abusó de una mujer en mi casa. Se llama Elise Willys, trabajaba como niñera. Él la drogó y la violó mientras yo no estaba. Lo peor es que ella vino aquí a denunciarlo y alguien en este lugar no le permitió hacerlo. Lo cual me resulta incomprensible, considerando que hablamos de un delito grave.
El comandante tragó saliva, tratando de mantener la compostura.
—No sabría decirle quién fue el responsable de no recibir esa denuncia, señor Lucien. ¿Está completamente seguro de que ella vino hasta acá? ¿Y no será que está mintiendo con el fin de obtener algún beneficio?
—¿Me está diciendo que pongo en duda su palabra, comandante? —replicó Lucien con frialdad, su mirada fija en la del oficial.
—No, señor Rochefort, en absoluto. Solo que se trata de una acusación muy delicada, y si fue hace varios meses, será complicado actuar sin un registro formal de la denuncia.
—Tengo la fecha aproximada en la que ella vino. Revise sus archivos y si no encuentra nada, lo cual no me sorprendería, inicie el proceso de inmediato. Elise está dispuesta a declarar y tiene un parte médico que respalda su versión. Lo único que falta es que ustedes hagan su trabajo.
El oficial comenzó a mostrar signos evidentes de nerviosismo. Él sabía perfectamente que esa denuncia existió, aunque nunca quedó registrada. Si Lucien presionaba —y claramente lo haría— no solo Olivier iba a caer, sino también él.
—¿Dijo que tiene un parte médico? —preguntó, tragando saliva.
—Sí, tengo en mi poder un parte médico correspondiente a la misma fecha. Y, como estoy casi seguro de que no encontrarán ningún registro en sus archivos —porque me he enterado de que en esta comisaría opera una red de corrupción—, no me va a quedar más remedio que emprender una investigación por mi cuenta. No solo por lo que le hicieron a Elise, sino por muchas otras anomalías que saltan a la vista —Lucien no dejaba lugar a dudas en su tono. Sabía que el comandante no era precisamente un ejemplo de integridad, y si no soltaba la verdad, él se encargaría de exponerlo.
—¡Está bien! Admito que no hay ningún registro. Tal vez la mujer nunca vino o, si lo hizo, yo no estaba. Pero si hubiera sido yo quien la atendiera, le aseguro que las cosas habrían sido muy diferentes. Tomaré su denuncia ahora mismo. Luego ya se establecerá si hay suficientes pruebas contra su hermano Olivier.
El comandante comenzó a diligenciar la denuncia, y gracias a las conexiones e influencias de Lucien, ese mismo día una patrulla fue enviada directamente a la mansión con una orden de captura contra Olivier.
Cuando los oficiales llegaron, lo tomaron totalmente desprevenido, aún tambaleándose de la resaca de la noche anterior.
—Buenas tardes, ¿puede confirmar si usted es el señor Olivier Rochefort? —preguntó uno de los agentes, acercándose con firmeza.
—Sí, soy yo. ¿Qué ocurre? —respondió Olivier, sorprendido, mientras Lucien lo observaba desde la entrada, con una mezcla de serenidad y justicia.
—Está usted detenido por sospecha de abuso s****l. Debe acompañarnos de inmediato a la jefatura de policía.
—¿Qué? ¡Esto es una locura! ¡Yo no he hecho nada! Maldito seas, Lucien, ¡vas a pagar por esto!
—No te tengo miedo, hermano. Y no, no vas a salir de esta tan fácilmente. Prepárate para pasar una buena temporada tras las rejas.
—No te confíes tanto —escupió Olivier mientras lo esposaban—. Así como tú tienes tus influencias, yo también tengo las mías. No creas que vas a ganarme tan fácilmente.
—Pues déjame decirte que ya gané, y lo sabes. Que tengas buen viaje —le respondió Lucien con ironía.
Los agentes escoltaron a Olivier fuera de la mansión, bajo la mirada atónita de Victorie, quien al escuchar el alboroto, por fin salió de su habitación.
—¿Pero qué es todo esto, Lucien? ¿Por qué se llevan a Olivier? ¿Qué le hiciste a nuestro hermano?
—Será tu hermano, porque después de lo que hizo, yo no lo reconozco como tal. Es un ser despreciable… un abusador peligroso que no merece más protección.
—A ver, Lucien, ¿de qué estás hablando? No entiendo nada, me estás dejando completamente confundida, por favor, explícate —reclamó Victorie con el ceño fruncido.
—Victorie, mejor ni te metas. Tu querido hermano abusó de Elise, y además me manipuló para que la echara de la casa. Fui un imbécil con ella. ¿Y sabes qué? No le creo ni una sola palabra a Olivier.
—¡Eso que dices es gravísimo! ¿Estás escuchándote? Acusas a tu propio hermano de algo tan serio como eso, ¿y encima lo mandas a la cárcel? ¡Lucien, eres un pésimo hermano! —lo persiguió hasta el despacho, alterada.
—¿Pésimo hermano yo? No. Él lo es… y empiezo a sospechar que tú también. Ese día me insististe tanto para que me fuera a la galería, que ya no me parece una simple coincidencia. Empiezo a pensar que estás metida en esto, Victorie. Ustedes dos son tal para cual. Me están dejando claro que debo tener los ojos bien abiertos con ustedes.
—¿¡Conmigo!? ¿De verdad crees que yo tendría algo que ver con lo que le pasó a esa muerta de hambre? ¡Soy tu hermana, Lucien! ¿Y tú prefieres creerle a una extraña?
—Sí. Porque cualquier extraño vale más que ustedes dos. Y te advierto: si descubro que tuviste algo que ver con ese abuso, o con los robos constantes en la empresa, te haré pedazos sin pensarlo.
Lucien la tomó del brazo sin contemplaciones y la echó del despacho. Luego se sirvió una copa de vino, intentando calmar la tormenta que llevaba por dentro. Estaba rodeado de traiciones: sus hermanos eran un desastre, había caído sin querer en una situación confusa con Lía, las finanzas de la empresa volvían a tambalear… y lo peor de todo: Elise ya no quería saber nada de él.