—Olivier, sé que existe un acuerdo, pero quiero que te largues de mi casa de inmediato. No confío en ti.
—¿De verdad vamos a pelear por la niñera? —respondió con una sonrisa burlona—. Ya te lo advertí, esa mujer no era más que una oportunista. Le daba igual estar contigo o conmigo, solo buscaba quién tenía más para ofrecerle. Era puro interés.
—Cállate —replicó Lucien con los dientes apretados—. No quiero escuchar ni una sola palabra más sobre ella. Ya no está en esta casa y tampoco quiero hablar de ella. Lo único que quiero es que tú también te vayas.
—No pienso irme. El abogado fue claro: tengo derecho a quedarme. Si me voy, renuncio a mi parte de la mansión… y al resto de la herencia que tú, sin ningún derecho, te adjudicaste. Así que tendrás que acostumbrarte a mi presencia.
—Eso es precisamente lo que no pienso hacer: soportarte. Eres lo más bajo y despreciable que conozco —Lucien hablaba con la voz cargada de frustración. La imagen de Elise lo atormentaba, y aunque una parte de él deseaba creer que había sido víctima de su hermano, no podía borrar de su mente lo que había visto en el video. La aparente calma de Elise en esas imágenes lo confundía; no sabía que había sido drogada. Y aunque le dolía, prefería pensar que había sido engañado por ella, antes que aceptar su propia culpa por haber confiado ciegamente.
—Tus sentimientos hacia esa mujerzuela no son mi problema —insistió Olivier, con tono mordaz—. Pero no descargues tu rabia conmigo. Yo no hice nada que ella no quisiera. Fue ella quien entró en mi cuarto y se ofreció. ¿Qué querías que hiciera? Era irresistible, con ese cuerpo... esas curvas... estaba tan apretada que parecía que llevaba años sin acostarse con alguien...
No alcanzó a decir más. Lucien lo golpeó con toda la furia que llevaba contenida. Lo tomó por el cuello y lo derribó al suelo, descargando un golpe tras otro sin contenerse.
—¡Maldito! ¡Eres una basura, Olivier! —rugía entre golpe y golpe, enceguecido por la rabia.
Olivier, entre la sorpresa y la brutalidad de los puños, apenas podía defenderse. Lucien no solo lo estaba golpeando; lo estaba ahogando en la rabia, en la traición, y en su propia impotencia.
—¡Suéltame, Lucien! ¡Ya basta! —rugió Olivier, logrando liberarse con esfuerzo, la sangre le resbalaba por el rostro. Con la furia ardiendo en su interior, se abalanzó sobre Lucien y comenzó a golpearlo con la misma rabia descontrolada. Ambos rodaban por el suelo en una pelea salvaje, en la que los puños iban y venían sin tregua.
—¡¡Papá, nooo!! —el llanto desesperado de Phillippe retumbó en la sala, su voz aguda y temblorosa resonó desde lo alto de las escaleras.
Al escuchar a su hijo, Lucien se congeló. Olivier también detuvo sus golpes al instante. En ese momento, Victorie y Greis aparecieron precipitadamente. La empleada corrió hacia el niño, tomándolo en brazos mientras él seguía sollozando, y Victorie se interpuso entre los hermanos con firmeza.
—¡¿Qué demonios les pasa?! ¡¿Están locos los dos?! ¡Van a terminar matándose! —gritó, empujando a Lucien hacia atrás.
—¡Eso es lo que quiero! ¡Matar a este bastardo! —rugió Lucien, con los ojos llenos de furia, y se lanzó nuevamente contra Olivier, que yacía maltrecho en el suelo.
—¡No, papá, no lo mates! ¡No quiero que mates a mi tío Olivier! —el pequeño, entre sollozos y miedo, suplicó desde los brazos de Greis.
La súplica de su hijo fue como un golpe seco al pecho de Lucien. Su rabia se apagó de golpe, como si se hubiera accionado un interruptor dentro de él. Lo miró, cubierto de lágrimas y temblando, y el peso de la culpa lo invadió por completo. Soltó a Olivier, quien jadeaba adolorido, y corrió hacia su hijo.
—Perdóname, mi amor. Perdóname, no voy a hacerle daño, te lo juro —susurró, abrazándolo con fuerza, sin notar que lo estaba manchando con su propia sangre.
—Papá, no... no me abraces. Tengo miedo —gimió el niño, estremecido, mirando con horror la sangre que ahora cubría su ropa.
—Greis, por favor... llévatelo, cámbialo —pidió Lucien, sintiéndose el peor padre del mundo—. Perdóname, hijo. Perdóname.
—Lucien —intervino Victorie, con tono más suave—. Necesitamos llevar a Olivier al hospital. Los dos están muy mal.
—Yo no voy a ir a ningún lado con este desgraciado —espetó Lucien con frialdad—. Vayan ustedes. Déjenme solo.
Dio media vuelta y subió las escaleras sin mirar atrás. Entró a su habitación y al ver su reflejo en el espejo, se encontró con un rostro cubierto de hematomas y cortes. Respirando con dificultad, abrió el botiquín del baño y, en silencio, comenzó a curarse las heridas, con la mente hecha un torbellino de rabia, confusión y remordimiento.
Mientras se curaba las heridas, no dejaba de sentirse miserable. Deseaba salir corriendo en busca de Elise, enfrentarla y escuchar su versión de los hechos. Tal vez ella tenía razón. Tal vez todo había sido una trampa y Olivier, en efecto, la había forzado. Si eso resultaba ser cierto, jamás podría perdonarse por lo que había hecho. Sabía que una explicación era necesaria, y el peso de la duda comenzaba a hundirlo en la culpa.