RENUNCIANDO A TODO

2399 Words
Elise percibe cómo el humo comienza a invadirle los pulmones, quemándole las fosas nasales. Las alarmas ya retumban por todo el lugar y el ulular de las sirenas anuncia la llegada de los bomberos. Medio dormida, aturdida por los gases tóxicos, se incorpora con esfuerzo de la cama y envuelve entre sus brazos a su bebé. —¡Ayuda, por favor! ¡Auxilio! —grita con voz desgarrada, aunque apenas logra hacerse oír entre el espeso humo. El pequeño también empieza a mostrar signos de ahogo. Con el instinto de madre a flor de piel, Elise corre al baño, abre la llave del lavabo y empapa una toalla, que presiona contra el rostro de su hijo, intentando protegerlo mientras busca desesperadamente una salida. Pero las llamas ya lo devoran todo. El calor es insoportable, el aire se vuelve más denso, y su cuerpo empieza a rendirse; entre las quemaduras y la intoxicación, sus fuerzas la abandonan. —¿Hay alguien aquí? —una voz masculina rompe el caos. Un bombero entra, sofocando parte del fuego, y tropieza con Elise, que yace en el suelo abrazada a su hijo. —¡Aquí! ¡Una mujer y un bebé! —grita a sus compañeros mientras otros socorristas se apresuran a ayudar. Elise ha perdido el conocimiento, pero su pulso aún late con debilidad. Ángel, gracias a la improvisada protección de la toalla húmeda, ha logrado sobrevivir sin asfixiarse. A unos kilómetros, en la mansión, Greis observa desde su ventana cómo las llamas iluminan el cielo nocturno. La densa columna de humo es imposible de ignorar. Alarmada, sale corriendo hacia la sala, sabiendo que algo terrible acaba de ocurrir. —¡Señor! ¡Señor Lucien! Hay un incendio en el supermercado de Sam, ¡por favor baje! —gritó Greis con desesperación. Aunque Lucien apenas comenzaba a quedarse dormido, la urgencia en su voz lo hizo levantarse de inmediato y bajar las escaleras a toda prisa. —¿Qué sucede, Greis? ¿Por qué estás gritando así? —¡Es el super de Sam, señor! Está en llamas… y creo que la señorita Elise estaba trabajando allí con su pequeño Ángel. ¡Déjeme ir, por favor, necesito saber si están bien! —¿Qué? Voy yo mismo ahora. Por favor, encárguese de Phillippe —dijo Lucien sin perder un segundo. Salió tal como estaba, sin abrigo, con el teléfono en la mano, y corrió hacia el lugar, que por fortuna quedaba a tan solo unas pocas cuadras de su casa. Al llegar, el panorama era desolador: el supermercado estaba reducido a escombros humeantes. Los bomberos habían controlado el fuego, pero la destrucción era total. En medio del caos, Lucien distinguió una ambulancia a punto de partir rumbo al hospital. —¡Por favor! ¿Las personas que estaban dentro están a salvo? —preguntó con evidente angustia a uno de los bomberos. —Señor, no puedo darle muchos detalles. La mujer sufrió quemaduras graves. El niño, gracias a su madre, solo tiene heridas leves. Van de emergencia al hospital. —Déjenme acompañarlos, soy lo único que tienen. —¿Y usted quién es? —Lucien Rochefort. A partir de ahora, yo me haré cargo de ellos —respondió con firmeza. Al notar la evidente soledad en la que habían encontrado a Elise, el bombero asintió y le permitió subir a la ambulancia. Dentro, Elise yacía inconsciente en la camilla, su cuerpo cubierto de quemaduras. A su lado, Ángel permanecía abrazado a ella, aferrado a su madre con fuerza. Aunque el pequeño estaba fuera de peligro, Elise parecía estar luchando por su vida. Lucien, conmovido hasta las lágrimas, le tomó la mano sin soltarla, como si con ese gesto pudiera aferrarla a la vida. —Elise, por favor… resiste. Tienes que vivir por Ángel —suplicó Lucien con voz entrecortada, inclinado sobre ella mientras el vaivén de la ambulancia los llevaba al hospital. En su estado de semiconsciencia, Elise logró reconocer su voz y parpadeó lentamente. —Señor… ¿qué hace aquí? —Shh… no hables, eso no importa ahora. Te llevaré al mejor hospital de la ciudad. No voy a dejar que nada malo les pase, ni a ti ni a tu hijo. —Señor Lucien… si yo no sobrevivo, prométame que no abandonará a mi niño. No me siento bien… —No digas eso, vas a estar bien. Te lo prometo —respondió con voz firme, aunque las lágrimas le traicionaron y comenzaron a rodar por su rostro. Verla tan frágil, con la piel lastimada, el rostro enrojecido y cubierto de hollín, le provocaba una profunda impotencia. Quería arrancarla de esa camilla y hacerla despertar, pero no podía. Apenas llegaron al hospital, el equipo médico se la llevó de inmediato para atenderla, mientras Ángel, protegido por el instinto heroico de su madre, solo presentaba quemaduras leves que también requerían atención médica. Pasaron horas eternas de incertidumbre hasta que finalmente un médico se acercó a Lucien con noticias. —Doctor… ¿cómo está Elise? —Señor Rochefort, su condición es delicada. Tiene quemaduras de consideración en varias zonas del cuerpo. Vamos a necesitar realizar varias cirugías reconstructivas. Será un proceso largo y demandante. —¿Y el niño? —El niño está estable, puede estar tranquilo por ahora —respondió el médico con tono sereno—. Sin embargo, deberá permanecer hospitalizado mientras su madre continúe internada. El vínculo entre ellos es esencial para su recuperación. Por el momento, lo único que podemos hacer es esperar. Lucien asintió con resignación. Las palabras del médico eran un golpe duro, pero no tenía intención de apartarse de su lado. Había hecho una promesa, y pensaba cumplirla. Aun así, decidió regresar brevemente a casa para cambiarse. Estaba por marcharse cuando un agente de policía lo interceptó en el pasillo. —Señor Lucien, ¿cómo se encuentra la señorita Willys? —Grave —respondió con gesto serio—. Aún no tenemos un pronóstico claro. Los médicos están haciendo todo lo posible. ¿Ya se sabe qué provocó el incendio? —Fue intencional. Hallamos un galón de gasolina en las inmediaciones, lo que indica que alguien lo provocó. Pero no hay huellas ni evidencias concretas que nos ayuden a identificar al responsable. ¿Sabe usted si la señorita Willys tenía algún enemigo? —No que yo sepa. Elise era una mujer reservada, no solía relacionarse con muchas personas ni meterse en problemas. —¿Y qué hay de los propietarios del supermercado? ¿Había alguna tensión entre ellos? —Al contrario, fueron ellos quienes le ofrecieron el trabajo. Hasta donde sé, siempre la trataron bien. No veo razón para que quisieran hacerle daño. —Entonces, ¿por qué está usted aquí, señor Lucien? —preguntó el oficial, con un tono más inquisitivo. Lucien sostuvo la mirada, sin vacilar. —Porque soy la única persona que tiene ahora. No pienso dejarla sola. —Eso no importa —respondió Lucien con firmeza—. Vine porque ella está completamente sola en el mundo… y no podía quedarme de brazos cruzados. —Entiendo, señor Lucien —asintió el oficial con cierto respeto en la mirada—. Por ahora no tengo más preguntas. Espero sinceramente que la señorita Willys se recupere pronto, así podremos continuar con la investigación. Ya informamos a los dueños del supermercado, están en camino. Gracias por su colaboración. El policía le tendió la mano y se marchó, dejando a Lucien con una mezcla de inquietud y sospechas. Aunque le dolía admitirlo, en lo más profundo sabía que el responsable de ese ataque… podía ser alguien muy cercano. Tal vez incluso su propio hermano. Un par de días después… —Elise, ¿cómo te sientes? —preguntó Lucien con voz suave, sentado junto a su camilla. No se había movido de allí desde que la internaron. —Lucien… —murmuró ella con dificultad, su voz áspera por el esfuerzo—. ¿Dónde está Ángel? ¿Está bien? —Está perfectamente. Lo tienen en pediatría, bajo cuidado constante. Me aseguré de que no le falte nada. Pero dime, ¿tú cómo te sientes? —Gracias por todo lo que haces… No me siento bien, pero necesito ver a mi hijo —intentó incorporarse, pero al moverse, un dolor intenso recorrió su cuerpo—. ¡Ah! ¡Me duele! ¿Por qué estoy vendada así? ¿Qué me pasó? —Elise, sufriste quemaduras graves. Tuviste suerte de sobrevivir, pero ahora necesitas descansar y sanar. —No puede ser… ¿quemaduras graves? —repitió con incredulidad, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. —Necesito que me digas si viste algo inusual aquella noche en el supermercado. Fue un incendio provocado. ¿Recuerdas algún detalle? —No… no vi nada, Lucien. Todo ocurrió tan rápido… No entiendo quién podría ser tan cruel como para querer matarme a mí… ¡y a mi bebé! —rompió en llanto, con un dolor más profundo que el físico. —No lo sé, Elise —dijo Lucien con tono sereno, tomándole la mano—. La policía está investigando, harán todo lo posible por encontrar al culpable. Pero ahora lo más importante es que te concentres en sanar, por ti… y por Ángel. —Pobre señor Sam… ¿cómo pude fallarle así? Me confió su supermercado y lo perdí todo. Su casa también quedó destruida… ahora ni siquiera tenemos un techo donde vivir —dijo Elise con tristeza, la voz apenas audible entre lágrimas. —No te angusties por eso —la reconfortó Lucien—. Sam ya está al tanto de todo. Tiene un seguro que cubre este tipo de situaciones. Nada está completamente perdido, tranquila. Mientras conversaban, Jacques apareció en la puerta del hospital, acercándose con paso decidido. —¡Elise! Me alegra tanto verte —saludó con una sonrisa, dándole un beso en la mejilla. A Lucien solo le dirigió una mirada rápida y alzó las cejas con cierta tensión. —Jacques… lo siento tanto. De verdad no sé qué ocurrió. El fuego empezó de repente y no tuve tiempo de hacer nada. Arruiné todo. No sé cómo voy a responderte por los daños —dijo Elise, completamente desbordada, mientras las lágrimas seguían cayendo. —No tienes por qué preocuparte por eso ahora —le respondió Jacques con voz suave—. Mi padre tiene un seguro que cubrirá gran parte de los daños. Lo más importante es que tú y Ángel estén a salvo. Por eso, decidimos que lo mejor sería que te vinieras a vivir con nosotros a la otra ciudad. Queremos ayudarte a recuperarte y cuidar de ustedes. —Eso no será necesario —intervino Lucien de inmediato—. Ella ya tiene quien la cuide aquí. Me encargaré de Elise y de su hijo. —¿Perdón? Claro que no. Vendrá con nosotros. No permitiré que vuelvas a tratarla como tu empleada doméstica. Ahora tiene a alguien que sí se preocupa por ella —dijo Jacques con firmeza. —¿De qué estás hablando? Si fuera como tú dices, no estaría en esta situación. Y no, no pienso tratarla como empleada. Eso nunca fue mi intención. —¿Ah, no? ¿Entonces por qué tanto interés en tenerla en tu casa? —retrucó Jacques, cruzando miradas con Lucien. Por un instante, ambos se quedaron en silencio, enfrentándose con los ojos. Lucien no respondió. La verdad era que Elise había sido solo su niñera… y aún no sabía cómo explicar lo que ahora sentía. Elise, agotada de la tensión, decidió intervenir. —¿Nadie va a preguntarme qué quiero yo? Me iré con Ángel a un apartamento pequeño. Afortunadamente, lo que se quemó fue material… todavía tengo algo de dinero ahorrado de mis salarios, y pienso usarlo. Jacques, si me permites, lo retiraré del banco. —Por supuesto, Elise. Es tu dinero. No nos debes nada —respondió Jacques, con un tono más sereno. —Pero mírate… estás débil, necesitas cuidados. Déjame ayudarte, Elise, quiero estar contigo —dijo Lucien con una ternura inusual que conmovió incluso a él mismo; jamás le había hablado con tanto afecto. —Señor Lucien… no quiero volver a su casa, hay demasiadas razones para ello, y una de las principales es su hermano, Olivier. No me siento segura bajo ese techo —respondió Elise con firmeza. —Olivier ya no vive en la mansión, Elise. Allí no te faltará nada, podrías recuperarte con todas las comodidades. —Lo has oído, Rochefort —intervino Jacques—. Ella no quiere ir contigo, y no tendría por qué hacerlo. Fuiste su jefe, sí, pero jamás le creíste cuando denunció el abuso de tu hermano. La echaste a la calle cuando más te necesitaba. ¿Ahora vienes a ofrecer ayuda? ¿Qué pretendes, redimirte? ¡Es absurdo! —¿Y tú qué sabes, Jacques? —respondió Lucien conteniéndose—. La única que puede decidir es Elise. Y no olvides que requiere atención médica, posiblemente cirugías reconstructivas. No puede hacerlo todo sola. —¡Basta! —interrumpió Elise con fuerza, visiblemente abrumada—. Estoy cansada de que hablen por mí. Jacques, entiendo tu apoyo, y créeme, me duele profundamente lo del supermercado. Tú y tu padre confiaron en mí, y siento que les fallé. Pero ya no quiero depender de nadie. Necesito sanar a mi manera, hacerme cargo de Ángel y de mí misma. Quiero hacerlo sola. —Elise… ya te lo he dicho —contestó Jacques, frustrado, sin saber cómo hacerla cambiar de opinión. —Perdóname, Jacques… pero si ambos pudieran salir ahora, me harían un gran favor. No me siento bien, ni física ni emocionalmente. El dolor es demasiado —dijo Elise con voz apagada, evitando sus miradas mientras fijaba la vista en la ventana. Allí, en silencio, trataba de contener el torbellino que sentía. Ser madre ya era una tarea desafiante, y ahora, enfrentando las secuelas de sus heridas, sabía que vendrían nuevas limitaciones, no solo físicas, sino también emocionales. Aun así, no quería depender de nadie. Ni siquiera de Jacques, quien siempre había sido amable con ella. Sentía que ya había abusado bastante de su bondad, y la culpa por haber fallado en el supermercado la agobiaba. En cuanto a Lucien, lo único que quedaba era desilusión. No sabía cuánto tiempo más le tomaría sanar las heridas que él le había causado con su indiferencia y sus errores. Por ahora, lo único que necesitaba… era estar sola.
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