Más tarde, esa misma mañana, Lucien y Phillippe están desayunando como de costumbre, pero esta vez Elise no los acompañó. No toleraba los desplantes que le estaba haciendo su jefe, así que simplemente decidió tomarse el día libre, tal como él se lo había ofrecido de madrugada. Ella ya estaba lista para salir junto a su hijo.
—Elise, buenos días, ¿no desayunas con nosotros? —Lucien estaba de buen humor esa mañana; por lo visto, la salida del día anterior lo había dejado así.
—No, señor. Usted me dijo que me daría el día libre, pues bien, hoy saldré de la mansión.
—¿Ah, sí? ¿Y se puede saber para dónde? —el tono de voz de Lucien tenía un toque de sarcasmo.
—Es mi día libre, señor. ¿Tengo que decirle a dónde me voy?
—No, por supuesto que no, señorita Willys, pero tampoco tiene que responderme de esa manera.
Ella no podía evitar contestarle de esa forma.
—Le he contestado como siempre, señor. Disculpe si mi tono de voz se malentendió. Ahora, con permiso, me tengo que ir —Elise sale sin ni siquiera despedirse. Actuaba de la misma manera indiferente que lo había hecho su jefe los últimos días, y aunque odiaba comportarse así, no quería que él sintiera que le estaba dando importancia.
—Papi, Elise está algo triste —Phillippe, aunque era pequeño, notaba las emociones de los adultos que lo rodeaban, y se había dado cuenta de que ella, la noche anterior, había llorado.
—¿Por qué estás diciendo eso, pequeño?
—Porque anoche la vi con su cara muy, muy triste, y se le veían los ojos como cuando uno tiene muchas ganas de llorar. Ella pensó que yo estaba dormido, pero no pude dormir porque la escuché sollozar. Creo que está triste.
—Sí, pequeño, tal vez lo esté. Acaba de desayunar y vamos al fútbol —las palabras de Phillippe le quedaron sonando a Lucien. Lamentaba que Elise estuviera triste, pero no quería pensar que él tuviera algo que ver con su tristeza, así que simplemente decidió omitir que eso estaba pasando.
Mientras tanto, ella decide volver a la fundación a visitar a su amiga, pero por el camino se da cuenta de que el súper de Sam está abierto de nuevo. No podía perder la oportunidad de saludarlo. Al abrir la puerta del negocio, se sorprende al ver que quien está atendiendo es un hombre joven, casi de su edad, con un aire parecido al de Sam, pero muy guapo: rubio, de ojos claros, y con una sonrisa blanca como un diamante.
—Señorita, ¿en qué puedo ayudarte? —él sale del mostrador a atenderla personalmente.
—Buenos días, es que venía buscando al señor Sam, pero veo que no se encuentra.
—¿Mi padre? Sí, está un poco enfermo. Pero me llamo Jacques, soy su hijo. Mucho gusto —él le extiende su suave mano a Elise. Ella le responde.
—Soy Elise, una vieja amiga del señor Sam. ¿Cómo así que está enfermo? ¿Puedo visitarlo?
—Sí, claro. Bueno, está enfermo para atender la tienda, pero puede salir. Si me espera un segundo, voy hasta su recámara y ya regreso. ¿Puedo dejarle encargado el súper un momento?
—Oh, ¡claro que sí! Ojalá, Sam, pueda atenderme.
Cinco minutos después, Sam viene caminando apoyado en un bastón. En su rostro se notaba el deterioro de los últimos meses, pero al verla, sonrió feliz.
—¡Mi niña! ¡Qué gusto verte! No pude avisarte que ya había llegado a la ciudad, perdí tu número y no pude volver a contactarte.
—Qué gusto, Sam. Es que he estado trabajando y tampoco he tenido la oportunidad de pasar por aquí. También ha sido descuido mío.
—Pero mira qué grande está mi pequeño... Pasa, muchacha. ¿Ya conoces a mi hijo? Es mi hijo menor, un chico muy guapo y trabajador —las mejillas de Elise se sonrojan por la descripción.
—Sí, ya nos presentamos.
—Sí, papá. Qué buenas amigas tienes... No tenía idea de que tenías una amiga tan joven y hermosa como Elise.
—¿Verdad que es muy guapa, muchacho?
—Ay, por favor, me están haciendo sonrojar —Elise cambia la visita que tenía planeado hacer ese día y se queda compartiendo el día con Sam y Jacques.
Detrás de la casa de Sam había un jardín hermoso, e hicieron una barbacoa para el almuerzo. Sam estaba agotado y se quedó dormido en una silla, así que Jacques y Elise se quedaron conversando a solas.
—No puedo creer que el padre de tu hijo se haya ido, es un patán.
—Bueno, así suceden las cosas... pero ahora que lo pienso bien, fue lo mejor que me pudo pasar. Cuando me casé dejé de trabajar, dependía solo de él, y pues bueno, cuando se fue me enseñó una gran lección. Aunque, créeme, aún no me recupero financieramente —hasta mi casa perdí gracias a él—, me siento fuerte y decidida. Tener un hijo sola no es para nada fácil. A veces, en las noches, siento ganas de llorar porque sé que Ángel algún día me preguntará por su padre.
—No deberías sentirte así. Sé que es difícil decirlo desde la posición en la que estoy, pero eres una gran mamá. Todo lo que me has contado que has tenido que pasar por cuidar y proteger a tu hijo es verdaderamente admirable. Una mujer así como tú vale oro.
Elise cambiaba de colores durante la conversación con Jacques. Cada vez que él le decía algo hermoso, ella se sonrojaba automáticamente. Hacía muchísimo tiempo que no escuchaba palabras bonitas que la halagaran, y, a decir verdad, no quería escucharlas, pues su corazón estaba prendado del de Lucien.
—Ya es tarde, me tengo que ir, Jacques. Muchas gracias por toda la invitación. Creo que Sam no despertará pronto, ¿lo podrías saludar por mí?
—Claro que sí, Elise. Me gustaría saber si podrías darme tu número... es decir, que intercambiemos mensajes y, tal vez, hablar... y, por qué no, salir a tomar algo.
—Claro que es posible, pero prefiero decirte las cosas desde un principio: soy madre de un pequeño y no puedo darme el lujo de salir con nadie, ya que siempre tengo que estar cuidándolo. La única persona que me ayudaba con él era tu madre, y ella ya no está. No confío en nadie que desee cuidarlo para que yo pueda salir.
—Oh, no, por favor, tengo claro a la perfección que tienes a tu pequeño, y no me molestaría si salimos también con él. Además, sería un plan como ir a comer un helado y ver qué pasa.
Jacques la hipnotiza con su encantadora sonrisa.
Elise se queda en silencio por un minuto, pero saca su teléfono y se lo pasa a Jacques para que guarde su número; él hace lo mismo con el suyo. Ella sale de su casa directo a la mansión. Se sentía algo nerviosa por lo que acababa de suceder, pero no se iba a confiar. En ese momento, creía que ningún hombre tenía una buena intención con ella.
Sin darse cuenta, le pasó lo mismo que el día anterior a Lucien: perdió la noción del tiempo. Y, al llegar a la mansión, ahora era él quien la estaba esperando.
—¿Por qué has llegado a esta hora? —estaba sentado en su sofá, con una copa de vino en la mano.
—Es mi día libre, señor Lucien. No pensé que tuviera un horario de salida o de llegada.
—Estas no son horas para que usted esté por la calle con Ángel, además de que lo está exponiendo al inclemente frío de la noche. La inseguridad por estos lares está en aumento.
—Pero eso no fue lo que usted pensó esta madrugada, cuando llegó ebrio —Elise, como siempre, no puede guardar silencio y suelta una de sus impertinencias.
Lucien abre los ojos, y si ya estaba enojado, su respuesta lo había hecho enfurecer aún más. Se levanta y se acerca a ella.
—Es que yo no estaba con un pequeño de meses en la calle, sabiendo que tiene una condición respiratoria especial, Elise. De verdad que no puedo tolerar siempre su irresponsabilidad. Si tiene cosas que hacer en su día libre, pues dígame y yo cuido al pequeño, pero no lo exponga.
Lucien sale directo hacia su estudio, confundido por la verdadera razón de su molestia. Se queda pensando si de verdad se trataba de Ángel, o si lo que le incomodaba en realidad era que Elise saliera sola, tan tarde, y sin saber él dónde estaba.
Elise también se queda confundida y va directo a su cuarto. Deja a Ángel en una pequeña cuna que había adecuado en los últimos días, y sale hacia la cocina a preparar un biberón. Al salir nuevamente, se cruza con Lucien, que está saliendo del estudio, pero su rostro ya había cambiado.
—Discúlpeme, Elise. Sé que no debí hablarle de esa manera, pero estaba un poco enojado porque usted se demoró.
—¿Enojado por qué? Si yo estoy cumpliendo con todos mis horarios laborales.
—Eso lo sé, pero no comprendo por qué sentí un aire de enojo. Es que usted nunca sale, y pues… se estaba demorando mucho. También estaba preocupado.
—Sí, sé que la situación de Ángel lo identifica porque usted también tiene un hijo, pero de mi hijo me encargo yo. Además, jamás pondría a mi hijo en un peligro innecesario. No tiene por qué preocuparse.
—Es que también estaba preocupado por usted.
Elise recordó cómo, la noche anterior, también se preocupó por él, mientras él estaba con otra mujer, y se sintió fatal.
—Pues nosotros estamos bien, señor Lucien. Muchas gracias por sus atenciones.
Elise siguió de largo hacia su habitación. Sabía que eso había sido un golpe bajo para Lucien, pues por fin logró devolverle la indiferencia con la que él la venía tratando desde hace tiempo.