Las visitas familiares nunca me gustaron, y está no es la excepción. Pero no tenía más alternativas, así que Ryan, el del matrimonio perfecto, estaba aquí. Y cada que abría la boca me molestaba aún más, porque Ryan hablaba como si supiera. Como si tuviera derecho a saber. Lo miré en silencio unos segundos. Mis dedos tamborileaban apenas contra el escritorio, un ritmo mecánico para mantenerme en control. ¿Me hace bien? Qué pregunta tan simple y maldita. —No lo sé— le respondí sin rodeos, manteniéndole la mirada —No estoy acostumbrada a necesitar a alguien, Ryan. Y menos a alguien como ella.— Él no dijo nada de inmediato. Solo me observó, como si intentara leerme. Siempre había sido así. Tranquilo. Comprensivo. El favorito. El hijo que nuestra madre moldeó para presumir, para encajar.

