Una mujer, dos amores

1842 Words
Todo el tiempo la mantuvo aprisionada en sus brazos y era la sensación más embriagadora que sintió en su vida. Por primera vez después de muchos años tenía en su vida una mujer que no estaba dispuesta a cualquier cosa por congraciarse con él, incluyendo a la neurótica de Blanca y contradictoriamente a su propia madre. Cuando Mariana lo mandó al diablo fue un duro golpe a su joven y vulnerable ego, a partir de ese momento hubo un interminable desfile de mujeres en su vida, mujeres a quienes usaba sin importarle nada de ellas más que su satisfacción personal y lo más enfermizo fue que ellas estaban tan felices de servirle que finalmente terminó por asquearse de todas. Sin quererlo o sin proponérselo entro en una fase de celibato que alarmo a su madre; por lo tanto, se dedicó a buscarle esposa para evitar que se volviera homosexual y asegurar su descendencia por las vías normales. Lo más triste fue que la única que ella considero lo suficiente mujer para su primogénito, ya tenía dos hermosos hijos y nunca podría darle uno propio. Blanca se vio muy astuta al dejar que su nueva familia se enterara años después de la boda y tuvo la suficiente capacidad para fingirse muy desilusionada y completamente destrozada, cuando en un estudio de fertilidad, que ya no pudo falsificar les informaron que era imposible lograr un embarazo debido a que la señora se sometió a la cirugía de la salpingoclasia después de su último parto y por supuesto que juró sobre la biblia que ella jamás firmó dicho consentimiento e incluso pretendía poner una demanda al hospital por negligencia, idea que por supuesto su madre apoyo. Lo peor de todo fue que no le concedieron el divorcio tan rápido como hubiese querido, aun cuando no tenía nada que lo uniera a ella, los niños son estupendos y llegó a amarlos mucho, seguiría viéndolos si no fuera porque su ex esposa se lo prohibió, quería lastimarlo de alguna manera. —Lo siento mucho, pero debo regresar a casa con mi esposo — hizo ademán de levantarse, pero la mantenía pegada a su cuerpo sin dejar que se moviera un centímetro, y la besó de nuevo asfixiándola. —Si me lo permitieras, yo podría borrar esos malos recuerdos de tu mente y aprenderás a amarme, sería absolutamente tuyo y lo tendrías todo. —Por favor Marco, en serio tengo que regresar. Mira yo… yo te prometo pensarlo seriamente y hablar con él. —Está bien, te dejare ir. De cualquier manera, si no hablas tú con él lo haré yo. Te llevaré a tu casa — la soltó y se levantó de la cama, de muy buena gana se quedaría con ella, no la dejaría ir de su lado nunca. Ese hombre no la merecía, lo odiaba profundamente porque le enseño las mieles del sexo y ella lo idolatraba por eso. Sin embargo, todo eso cambiaría cuando compartiera su cama. La vio acomodarse la ropa de prisa y tomar todas sus cosas, se paró cerca de la puerta esperándolo — Estás nerviosa e impaciente por regresar a su lado y seguramente ni siquiera reparó en tu ausencia o en la falta de comunicación. —Como sea tengo que regresar, no puedo nada más desaparecer y ya. La tomó del brazo y salió con ella al estacionamiento, le abrió la puerta y ocupó su lugar. Detestaba la idea de llevarla, era como si se la estuviera entregando en los brazos, y no quería ni imaginar que el infeliz le pusiera las manos encima esa misma noche. No, no, no podía soportar la idea, quería volver al hotel recoger sus cosas y llevársela lejos. Sin embargo también estaba el trabajo, no podía botarlo. La milicia no perdonaba, lo tomarían como desertor y lo encarcelarían, al menos tenía que pasar seis meses en el puesto y podría pedir su cambio a cualquier parte del país. Para Mariana el trayecto fue eterno, le temblaban las manos. Tenía miedo de que Marco tuviera razón y su esposo no la echara de menos en todo el día. Rogaba porque llegarán pronto, quería refugiarse en sus brazos y por el resto de la noche, no pensar en nada más que en hacer el amor. Pero al día siguiente tendría que hablar con él, le explicaría todas sus inquietudes y le pediría que la dejara regresar con su familia. Prefería mil veces regresar a casa de sus padres y esperar que él fuera a verla más adelante (aun cuando pasara un año entero) a seguir en esta ciudad con Marco Solorio acosandola y presionando todo el tiempo. Iba a ser muy difícil lograr que Gerardo la dejara irse sin darle muy buenos argumentos. El no aceptaría tonterías como: me siento sola, extraño a mi familia o frases similares. Tenía un nudo en la garganta, le sudaban las manos, sentía un tremendo vacío en la boca del estómago. No era miedo a que le reclamara su ausencia o le pidiera explicaciones; sino más bien, era a encontrar la casa vacía y darse cuenta que llegaría más tarde que de costumbre y por lo tanto no se dió por enterado que llego tarde. Y ahora, a cada metro que se acercaban a su destino, temía la despedida, le aterraba la idea de que Solorio la obligará a comprometerse y que si no le daba por su lado, corría el riesgo de que no la dejara bajar del auto. En cuanto frenará saldría corriendo hacia la casa, albergaba la esperanza de que no la siguiera hasta la puerta y de que cabría la prudencia en su egocéntrica y maniática cabeza. Así lo hizo, en cuanto el coche se detuvo, no miro hacia atrás en ningún momento. Lo tomó tan de sorpresa que no alcanzo a reaccionar o eso quería pensar. Como fuera, cerró la puerta de calle con seguro en cuanto entró. Subió de prisa las escaleras y noto que no se veía luz en ninguna de la habitaciones del departamento, abrió la puerta de entrada esperando encontrarlo de pie, en mitad de la sala, molesto y exigiendo explicaciones por su tardanza. Pero ahí no había nadie, todo estaba en penumbra y se sintió tan descorazonada, tan triste, tan deprimida. Se dejó caer al suelo entre los muebles y lloró amargamente mojando con sus lágrimas el terciopelo del sillón. Quizá solo fueron unos minutos, pero le pareció una eternidad cuando el timbre sonó y la voz de Gerardo salió del interfono. —Mariana, ¿estás ahí? Abre, cerraste la puerta con seguro. Se levantó del suelo y se acercó a la bocina para decirle que ahora bajaba. En cuanto abrió la tomó del brazo con fuerza, cerró la puerta y sin soltar el brazo o disminuir la fuerza, subieron la escalera. El corazón de Mariana dio un vuelco de alegría, mientras la aprehensión le oprimía los pulmones y le dolía el estómago, jamás lo había visto tan serio y tan enojado. Cerró la puerta tranquilamente, pero su cuerpo estaba rígido por la tensión y la furia. Bruscamente la hizo sentar en el sillón donde minutos antes descargaba su frustración. —¿Me puedes decir dónde demonios te metiste toda la tarde? — le costó un poco modular la voz y controlar su enojo, pero no por eso el tono fue menos duro — En el trabajo no porque estuve llamando hasta después de la hora del cierre, así que no uses ese pretexto. Sentía su mirada acusadora, exigente, esperando una respuesta convincente. No tenía ninguna y no podía mirarlo a la cara, si algo no era es ser tonto e ingenuo y no creería cualquier cosa. —¡Vamos habla! — la presiono — No te quedes callada, quiero una explicación. — seguía muda, con la mirada perdida traspasándolo como si fuera un holograma, quizá pensando en una excusa convincente. Se estaba desesperando ante su mutismo, se le terminaba la paciencia. — ¡Habla maldita sea! El grito la sobresaltó, no pensó que fuera a ponerse en ese estado de furia. Siempre era tan controlado, tan sereno, siempre rehuía las peleas o se salía por la tangente cuando lo provocaba o simplemente salía con sus bromas habituales para desechar su enojo y terminar besándola y abrazándola, algo a lo que ella jamás podía resistirse y terminaba olvidando lo que quería discutir. Su mente no lograba concentrarse para buscar una respuesta creíble, algo parecido a la verdad o sospecharía que algo le ocultaba y no la dejaría en paz hasta sacarle la verdad. —Increíblemente estas acabando con la poca paciencia que me queda - otra vez con gran esfuerzo para controlar el volumen de su voz, el grito debieron escucharlo hasta los vecinos y ahora estarían más al pendiente, pero su esposa seguía igual, sin responder, se estremeció con el grito pero nada más. Acabo perdiendo la paciencia y la levantó del sillón tomándola por los brazos y sacudiéndola, la acercó tanto a su cara que casi la levantó del suelo y ella terminó de puntillas mirándolo asustada. Y al verla directamente al rostro se dio cuenta, algo le había pasado. Tenía el rímel corrido, el cabello revuelto, los ojos suplicantes, brillantes y llorosos, la preciosa boca en una mueca dolorosa, el rostro completamente pálido, la separó un poco y vio su ropa arrugada y descompuesta. Las lágrimas afloraron de sus ojos y resbalaron por sus mejillas, quiso decir algo pero los violentos sollozos sacudieron su cuerpo y le fue imposible articular palabra alguna. Y entonces lo comprendió todo, no podía hablar porque estaba luchando contra las lágrimas, quería evitar a toda costa derrumbarse ante sus ojos. Trataba de ocultarle algo, eso seguro y algo grave. Le rozó apenas los labios y la abrazó, la estrechó contra su pecho para controlar el temblor de su cuerpo. Y de pronto sintió el irrefrenable deseo de hacerle el amor, de sentir el calor dentro de su cuerpo, de poseerla y con ello asegurarse que estaba bien y nada le había pasado, nada de lo cual él no podría protegerla. Si estaba tan enojado era precisamente por eso, porque no sabía nada de ella y estaba mortalmente asustado pensando en la infinidad de cosas que podrían pasarle en una ciudad desconocida y peor aún sabiendo que cuando ella lo llamó la noto rara y no presto atención porque estaba tan ocupado que terminó apagando los teléfonos para que nadie lo molestara. Y cuando su mente se despejo un poco, cayó en la cuenta y le llamó pero el teléfono estaba apagado, en el trabajo le dijeron que había salido a comer pero ya no regresó en toda la tarde. Vino a casa y tampoco la encontró, desesperado salió a buscarla por los pocos lugares que ella conocía, la ciudad era tan grande y la verdad no había prestado atención cuando ella le detallo los lugares que había estado conociendo desde que llegó. Y por eso se desesperó más, podría estar en cualquier lugar y no sabía por dónde demonios empezar a buscar.
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