El viento se había empecinado en hacer volar aquella cortina clara ofreciendo la vista del campo presuntuosa. El aroma al pan recién horneado se mezclaba con el de la tarta de arándanos casera abriendo el apetito de quien estuviera cerca y las gallinas cacareaban especialmente fuerte aquella tarde completando la postal más clásica que un campo puede ofrecer. Ingrid peinaba a su muñeca con uno de los peines de madera que solía tener en su antigua caja de madera, aunque estaba a punto de cumplir los 16 años, aquella era una de las pocas actividades que la mantenía ocupada mientras esperaba a que su madre terminara con sus labores. Aunque ya no jugara con muñecas, la sensación de aquel suave cabello de lana entre las cerdas del cepillo le ofrecían una sensación de bienestar que le permitía

