18-Un iceberg.

1188 Words
Ericsson bajó del piso de arriba y se sentó en el sofá. Lo miró significativamente. Eiden bromeó.  —Hermano, nunca te has levantado tarde. Solo ha pasado seis meses desde la última vez que nos vimos. Has cambiado muchísimo. La señora me ha pedido que venga a recogerlos. ¡Date prisa y dile al cuñado que se levante!. La señora lleva mucho tiempo hablando de él. Escuche que estaba enfermo. Últimamente ha comprado muchos medicamentos. Eiden rió y le dio una palmadita en el hombro con miedo. —¡Hermano! ¡Ya que el cuñado está enfermo, debes controlarte!. Ángelo solo sentía una incomodidad en todo el cuerpo, un dolor profundo y superficial que lo asaltaba por completo. Parecía que le habían absorbido todas las fuerzas, y lo sostuvo con las últimas fuerzas que le quedaban para levantarse de la cama. Un sirviente trajo mucho conjuntos y trajes planchados y los colocó sobre la encimera. —¡Buenos días, Joven Collins!. La puerta del dormitorio se abrió de golpe y entró la figura erguida de Ericsson. Vestía un traje a medida que le daba un aspecto elegante, y Ángelo resopló fríamente para sus adentros. Sus pasos se detuvieron frente a su cama. Como si evitara su mirada, Ángelo no levantó la cabeza en absoluto mientras se cubría las mejillas sonrojadas con una toalla y se envolvía en ella antes de entrar al baño. Pasó frente a él. El hombre apenas había levantado la mano, pero antes de que pudiera tocarle el pelo, él ya se había alejado... Debes odiarlo, ¿verdad?. Tampoco pensó que fuera demasiado excesivo, pero al ver sus ojos llorosos mirándolo... Lamentablemente, al final perdió el control. Probablemente, se descontroló demasiado, lo que hizo incapaz de enojarse y regañarlo. No era que mereciera la reprimenda, sino que sentía lástima por él. Hasta que Ángelo salió del baño, no se fue. —Vístete y te llevaré de vuelta a la casa de mis padres. —De acuerdo. Su simple asentimiento sorprendió un poco a Ericsson. ¿Sospechaba que este niño se había iluminado? ¿O tramaba algo malo?... No le dio demasiadas vueltas. Sin importar lo que planeara, esperaba con ansias la "grata sorpresa" que le daría. Ángelo se desató la bata y la tomó como si fuera aire, cambiándose de ropa con naturalidad. Ericsson se sentó en el sofá y contempló su espalda, blanca como la nieve, desde lejos. ¿Acaso no era tan humano?. Ángelo bajó las escaleras delante, mientras Ericsson lo seguía a paso firme, admirando su elegante andar. El traje fue confeccionado especialmente para él, revelando la elegante belleza de un joven tan hermoso como él. Justo al bajar las escaleras, la mirada de Eiden se posó en Ángelo. Vestía un traje azul rey, con la piel blanca como la nieve y unas cejas pintorescas. De repente comprendió por qué su hermano se despertaba tan tarde. —¡Cuñado!, ¡Cuñado!... Ángelo lo miró con indiferencia. No le gustaba mucho esa forma de tratarlo; era como el nombre de «Joven Collins», igual de repugnante. Sin embargo, no lo reveló en su rostro. La comisura de su boca era perfecta, revelando una sonrisa amable y encantadora. Ericsson lo miró con frialdad. De repente, se dio cuenta de que había perdido la compostura y dio un paso atrás. —Hola, cuñado. Me llamo Eiden y soy el hermano menor de Eric. No le interesaba conocer a los miembros de la familia de Ericsson, ya que de todas formas se divorciaran pronto. Con suerte, el banquete de esa noche sería una despedida. Al ver eso, Ericsson se alegró muchísimo. Cuando Ericsson se disponía a llamar a mamá Jani para que trajera la tercera ración, Ángelo se limpió la boca con una servilleta. Esperó más de una hora antes de subir al auto. La vieja casa se encontraba en las afueras de la capital y era una villa independiente. Cuando decidió construirla allí, también fue para apaciguar la personalidad tranquila de la Señora. La vieja casa no parecía vieja en absoluto. Parecía un castillo. Al caer la noche, todas las luces de la villa se encendieron. Ericsson dobló los brazos, indicándole a Ángelo que lo abrazara. Ángelo lo miró fríamente y entró pavoneándose sin prestarle atención. —Este niño... —maldijo Ericsson en voz baja y no tuvo más remedio que seguirlo. Le sujetó la mano con fuerza y dijo con una sonrisa — ¿Piensas decir la verdad esta noche?. La expresión de Ángelo permaneció inmóvil mientras observaba los rostros desconocidos en el pasillo. Cuando los demás lo miraron y rieron, él también respondió cortésmente, sonriendo mientras decía dos palabras —¿Qué opinan?. Ericsson sintió aún más curiosidad. ¿Qué clase de truco pretendía esta niño? Aparte de decirle la verdad, no tenía ninguna carta de triunfo. La gran sala de estar estaba llena de la singular vida de una familia adinerada que derrochaba dinero. Su mirada, sin darse cuenta, recorrió el rostro de Miranda. Hizo la vista gorda, pero cuando Miranda lo vio, se quedó un poco atónita. No era por su belleza, sino por la ropa que vestía: la última moda hecha a medida de las mejores marcas, un grupo de luces azul zafiro. En un espacio sin luces, su traje brillaba como una perla luminosa. ¡Solo hay uno en el mundo! Obviamente, no había nadie más que Ericsson para conseguir este traje, pues la marca había sido creada personalmente por la Señora y era una de las filiales del Conglomerado del grupo Rey. ¡Qué envidiable! Miranda estaba junto a la señora. En cuanto Ericsson entró, la señora vio de inmediato a Ángelo, que estaba a su lado. Su mirada cariñosa estaba llena de un fuerte amor maternal, y sin decir nada, se acercó y lo abrazó. —Hijo mío, has sufrido tanto. ¿Hijo mío? Ángelo se sobresaltó. Esta noble dama debía ser la madre de Ericsson. Abrazarlo así delante de todos era prácticamente arrancarles el odio. Curiosamente, se sentía bien... Para un chico que no se sentía en familia desde hacía mucho tiempo, ansiaba demasiado ese abrazo. No pudo evitar extender la mano para responder, pero de repente recordó a qué había venido. Su dedo se detuvo en el aire y lo retiró. Su expresión fría y orgullosa era como la de un iceberg. Miranda se rió de él en su interior. Este chico, que no sabía qué era lo mejor para sí mismo, se atrevía a darse aires delante de la señora. La señora sin duda tenía métodos para lidiar con él. —¡Por favor, suéltame, no entiendo nada de lo que dices!. Se sobresaltó Ericsson. Este pequeño zorro salvaje, sabía que no estaría tranquilo esa noche. —Mamá, está un poco cansado. Nunca te había visto, así que no está muy de buen humor. Le daré una lección cuando vuelva. La señora se sobresaltó un momento, luego rió levemente y tomó con gracia una copa de champán de la bandeja del camarero. —Mientras te guste, está bien. Los jóvenes cuando están enfermos tienen mal carácter, por favor, asume más responsabilidad. —No estoy enfermo.
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