Capítulo 1: Mentiras que muestran verdades

1626 Words
Fernanda siempre pensó que ser una buena persona no le causaría problemas en la vida. Sin embargo; las mentiras que salieron a relucir en aquella tarde tormentosa, le mostraron la verdad. Su vida era un espejismo estructurado de ilusiones que estaba por desaparecer. Las lágrimas recorrían las pálidas mejillas de la muchacha a causa de la angustia que le carcomía el pecho, por no saber de su esposo desde hace más de una semana. Se encontraba sentada frente al detective en el ministerio público. —Entonces ¿la última vez que usted tuvo contacto con su esposo fue hace una semana? —le preguntaba el detective a la angustiada muchacha, le tendió un pañuelo para que se secara la cascada de lamento sobre sus cachetes. —Sí señor —dijo Fernanda aceptando el pañuelo, perdió su vista en el reloj de la pared que trabajaba con su manecillas sin cesar contando los segundos para dar el tiempo aproximado en el que se encontraban presentes. Se dice de manera popular que el gris representa la tristeza y la muchacha la tenía plasmada en el color de sus ojos, su agonía se fortalecía con cada tic toc del reloj de la pared. Cada minuto que pasaba, para ella era como perder un pedazo de esperanza por encontrar a su esposo. —¿Qué fue lo último que hizo con él? ¿Hay algún lugar que hayan ido antes de su desaparición? —preguntó el detective a la mujer distraída por sus tormentosos pensamientos— ¿señora? —¿Qué? ¿disculpe? —pronunció la mujer al no captar en el aire las palabras del detective. Sacudió ligeramente su cabeza para volver al presente y verlo a la cara. —¿Visitó algún lugar en especial con él antes de su desaparición? —Si, fuimos al banco ese día porque nos dieron el préstamo para comprar nuestra casa —Fernanda sintió como su garganta se cerraba ante la negación de no querer dejar salir el llanto de nostalgia por todos los proyectos futuros que había soñado al lado de su amado. Ella y Diego habían soñado con comprar su casa con un jardín donde plantarían un naranjo, pues a ella le fascinaba el olor a cítricos. Tendrían a un perro, un golden retriever al que le pondrían de nombre Kaiser. En sus veladas románticas soñaban con formar una familia, Diego de vez en cuando le decía que deseaba ser padre de tres niñas, aunque siempre terminaban discutiendo por los nombres que les podrían a sus bebés. Soñaban con unas vacaciones familiares en el carbe mexicano o ir a Francia si algún día el dinero pudiera alcanzarles, eran felices, compartiendo sueños e ilusiones tomados de la mano. Fernanda se llevó una mano al pecho por una punzada dolorosa que sintió a causa de los bellos y tormentos recuerdos que pasaban como una película dentro de su mente. Recordó cómo había conocido al amor de su vida en su último día como universitaria. Diego Valencia, un joven pianista que encantaba a las mujeres con sus ojos azules, había visto a la muchacha bailando en medio de la pista con sus amigas mientras él tocaba el piano. En medio de la coquetería con las demás mujeres que lo buscaban en sus descansos, los ojos grises de Fernanda lo habían cautivado tanto, que no dudó en acercarse a ella en cuanto la vió sola. Los pensamientos de Fernanda fueron interrumpidos al ver cómo el detective se llevaba su taza de café a los labios tratando de disimular una carcajada ahogada, lo que le hizo fruncir el ceño a la mujer ¿acaso se estaba burlando el muy idiota de su dolor? “¡qué falta de profesionalismo!” gritó la mujer en sus adentros, estaba pasando por la peor situación que estaba teniendo en su vida, como para que un imbécil le causara gracia su desgracia. —¿Se puede saber qué le parece gracioso detective? ¿Acaso se está burlando de mi desesperación por encontrar a mi marido? —Fernanda no pudo ocultar su furia que se hizo presente en tono de voz que golpeaba como un boxeador enfurecido a un saco de arena. Tenía por ahorcarlo con sus puños enardecidos. —Señora de Valencia, una disculpa no fue mi intención ofenderla, pero tengo que hacerle algunas preguntas un tanto personales —el detective se reacomodó en su silla detrás de su escritorio. Fernanda asintió levemente con la cabeza— ¿a nombre de quién quedó el préstamo bancario? —A mi nombre, Fernanda Martín —respondió la mujer sin vacilar. —¿Y el dinero en qué cuenta bancaria quedó resguardado? —En la cuenta de mi esposo, él iba a ver a la persona de bienes raíces para firmar las escrituras, ambos fuimos a ver las propiedades y nos decidimos por una casa ubicada casi al centro de la ciudad, tenía la cita al día siguiente. El detective entrelazó sus dedos frente a su rostro, recargando sus codos sobre la superficie de su escritorio, contenía la respiración tratando de hilar lo que estaba pasando con la mujer que tenía frente a él. Un silencio tenso se hizo entre ambos, dando paso al ruido causado por el papeleo, los teclados en uso de las computadoras y los murmullos lamentosos alrededor. Había varios casos que atender en el ministerio. —¿Por qué el préstamo quedó a su nombre? —Como le había dicho detective en días anteriores, mi esposo es una persona con un trabajo independiente, él es pianista y le pagan por evento sin una nómina de por medio, yo en cambio, trabajo en una empresa, un trabajo formal con una nómina que pudo comprobar mis ingresos ante el banco —contestó Fernanda con naturalidad, el hombre frente a ella, meditó un momento las posibilidades que pasaban por su cabeza en ese momento, sin mover un sólo músculo de su cuerpo. —Señora Martín, es así como le llamaré a partir de éste momento, dejaré de lado el apellido de su marido ¿tiene usted alguna manera de acceder a la cuenta bancaria de su esposo? Fernanda pensó por un momento su respuesta, no era difícil deducir qué era lo que el detective trataba de averiguar, pues de alguna manera tenía que cerciorarse que Diego no la haya estafado, dejándola con una deuda millonaria y él desapareciendo sin dejar rastro alguno. — Si, por supuesto, si me presta su computadora lo puedo hacer ya mismo —Fernanda comenzó a tener un pulso de maraquero a causa de un nerviosismo que la invadía, pues las preguntas del detective no eran normales. Confiaba en Diego, siempre lo había hecho y ésto sólo era una prueba de ello. El detective se hizo a un lado para que ella pudiera pasar a la computadora y acceder a la cuenta bancaria de su esposo. Cada tecleo que daba, era como un paso más desfilando rumbo a un matadero, por alguna razón se sentía nerviosa ¿qué tal si al acceder por completo a la cuenta de Diego se encuentra con una cuenta en ceros? ¿en verdad conocía a Diego?. La página del portal bancario estaba cargando, una vez que puso la contraseña, pasaron diez eternos segundos, en los que Fernanda escuchaba el martilleo de su corazón sobre sus tímpanos, causándole dolor y aturdimiento en su cabeza. Cuando finalmente cargó, se llevó una mano al pecho al ver que el dinero seguía intacto. Diego, después de todo, no la había traicionado. Se despidió del detective minutos más tarde, éste le estaría informando en cuanto tuviera alguna pista del paradero de su esposo. La mujer no quería llegar a su departamento vacío y encontrarse con los recuerdos de su marido, pues la ansiedad se había vuelto parte de su rutina al ser su compañera de noche y adornar sus ojos con surcos enormes como una señal de su preocupación. Su esposo estaba desaparecido y eso le daba un golpeteo en el pecho, dándole un dolor constante en el alma, que se reflejaba en dolores de cabeza y de garganta por una lucha a causa de aguantarse el llanto. Decidió que lo mejor era ir a casa de su madre, al menos ahí no estaría sola. La soledad en esos momentos de su vida era el peor enemigo que podía tener en sus ratos de desesperación. Cada que ella comía, cada vez que ella despertaba en una cama cálida, o se daba un baño con agua caliente, un remordimiento de bienestar la atosiga, pues la hacía preguntarse si Diego se encontraba bien ¿qué hacía ella tomando un baño de agua caliente cuando su esposo estaba desaparecido? ¿qué hacía intentando comer a sus horas para no desvanecer cuando Diego tal vez estaba pasando hambre? Habían pasado tres días desde que Fernanda había ido por última vez al ministerio público. Su nueva rutina en las mañanas eran levantarse, desayunar con su madre, hablar con el detective para ver si había más información sobre el paradero de su esposo y por último gastar su tiempo haciendo una búsqueda que al final del día resultaba inútil. Esa misma mañana había decidido ir a su departamento. Tal vez dentro de las cosas de Diego podría haber pistas que lo condujeran a su paradero. Había evitado ir durante días al lugar que le recordaba a su esposo, pero era necesario si quería investigar a fondo el paradero de su esposo. Llegó a su departamento media hora más tarde. Al abrir la puerta se encontró ante sus ojos con vacío en su interior que se vio reflejado con un terror en su corazón. Fernanda se topó de bruces, como un fuerte golpe repentino a su sistema nervioso, con su departamento completamente vacío.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD