Capítulo II: Decisión

1094 Words
Narra Soledad Mi abuelita había estado durmiendo todo el día. Como era mi descanso la pude cuidar. Cuando iba a trabajar a la guardería, mi vecina Martha me ayudaba a cuidarla. Mi sueldo no era suficiente para sustentarnos, mucho menos para sus medicamentos. Necesitaba ayuda para levantarse para usar el baño, y no había forma de que pudiera llegar a la cocina por agua o un refrigerio. Si tuviéramos más dinero o algún tipo de seguro, habría contratado a una enfermera de tiempo completo para ella hace meses cuando le diagnosticaron Cáncer de Ovario. Mi abuela tosió en la otra habitación, y dejé lo que estaba haciendo y corrí por el pasillo. La habitación estaba oscura, pero pude verla luchando por sentarse. Me acerqué al borde de la cama y puse mis manos detrás de ella, ayudándola a levantarse. —Puedo hacerlo—parecía molesta, pero me di cuenta de que era más por ella misma que por mí. Siempre había sido muy activa. La mataba estar tan estacionaria. —¿Necesitas algo? ¿Baño? ¿Beber agua? ¿Bocadillo? —No, mamá — dijo en broma. Ella sonrió, y parecía que iba a desgarrar su piel de papel. Unos minutos más tarde, terminé ayudándola a ir al baño y luego fui a la cocina a calentar una sopa. Cuando volví, estaba dormida de nuevo, con la cabeza echada hacia atrás y la boca abierta. Me senté en la silla junto a su cama y la vi descansar. *** Debí haberme quedado dormida porque cuando abrí los ojos, la habitación estaba completamente oscura. No podía ver a mi abuela en la cama, pero podía escuchar su respiración dificultosa, como siempre. Entonces me levanté y fui a la sala, encendí la luz. Cuando lo hice mi mirada se dirigió hacia el piso, cerca de la puerta: había un sobre amarillo. Me pareció extraño que no estuviera en el buzón como correspondía. Me acerqué y lo tomé, mi nombre estaba escrito sobre él. Era liviano, así que supuse que era algún documento. Lo abrí y efectivamente era papel. Comencé a leerla y a medida que lo hacía mi garganta se volvía cada vez más seca de la impresión del contenido. Me lo había enviado el señor Gabriel Montreal, el millonario que casi nadie ha visto y que vive en una hacienda alejado de todos. Habían muchos rumores sobre él: unos decían que era un ogro amargado, un hombre desdichado y sin familia. Otros, que sus negocios eran turbios y otras pocas se atrevían a decir que era un criminal que había venido a la ciudad a ocultarse. Eran muchos rumores, pero nadie sabia la verdad. Tomé asiento en la silla frente al comedor. Comprendiendo lo que él me estaba pidiendo en esos documentos. El señor Montreal, me pedía convertirme en su esposa a cambio de dos millones de dólares, más los gastos médicos y una enfermera de tiempo completo para mi abuela. Era algo realmente descabellado ¿que tipo de hombre le ofrece a una desconocida que se case con él a cambio de dinero? En ese momento, mi celular vibró. Era una llamada del hospital. Respondí de inmediato. —Hola—dije. —Señorita Baltimore, le hablo desde las oficina del Hospital San Diego—dijo.—. Le habló para comunicarle sobre el aumento que sufrirán algunos medicamentos y otros servicios para el tratamiento de quimioterapia—agregó, luego me dio los detalles —. También debo recordarle que tiene pagos vencidos—añadió dejándome claro que debía pagar. —Sí por supuesto—pude decir con un nudo en la garganta, colgué la llamada después de eso ¿ de donde iba a sacar el dinero para pagar las facturas? También tenía otras deudas: agua, electricidad, y otros servicios. Mis pensamientos se detuvieron por un momento cuando sentí el papel en mi mano de nuevo. Los guardé de nuevo y los llevé a mi cuarto, no podía dejar que nadie lo viera. Era un asunto que debía pensar o descartar. Dos días después... Las facturas se iban acumulando, intenté como otras veces pedir préstamos, pero no me lo dieron. Luego de tanto pensarlo no tuve otra opción que aceptar la propuesta del señor Montreal. Necesitaba el dinero de inmediato. En los documentos mencionaba que nuestro matrimonio seria por un año completo y que después de ese tiempo podiamos divorciarnos. Tambien debía firmar la hoja, para que quedara claro que yo estaba de acuerdo. Luego debía regresarlo al código postal de origen, es decir a su casa. Así que lo firme y lo puse en el buzón para que le llegará. El siguiente paso era mudarme a su hacienda tres días después de enviar el documento firmado. No habían más detalles, solo debía confiar que él cumpliría su parte. Al día siguiente hubo dos golpes en la puerta, me dirigí abrir. Una mujer de mediana edad estaba en el umbral. —Soy Ericka Montes, el señor Montreal me envió. Seré la enfermera de su abuela—se presentó—. Me dijo que le diera esto—mencionó entregandome un folder, lo abrí y pude ver facturas donde constaba que la deuda con el hospital, y los servicios públicos de la casa estaban liquidados—. También envió comida para la despensa y medicamentos. si no le molesta puedo pedirle al proveedor que los ingrese a la casa—me dijo amablemente. Yo estaba muda, solo pude asentir. Ella sonrió, miró hacia la calle e hizo una señal. Segundos después el proveedor ingresó todo a las casa. Habían mucho más comida de la que yo podía comprar. La señora Montes, también me notificó que Gabriel Montreal, se le había ocurrido una historia falsa para que yo le mencionara a mí abuela, para justificar el tiempo que estaria afuera , me dejó claro que tendria derecho en volver a casa para visitarla. Así que fui a su cuarto y le avise que había conseguido un nuevo trabajo en una ONG de ayuda integral para niños huérfanos, que me pagarían más pero que era un trabajo que se requería viajar constantemente. También le dije que la organización se encargaría de proveer sus medicamentos, gastos médicos, comida y el sueldo de la enfermera. —Te dije que un día nuestra suerte cambiaría —me dijo muy emocionada. Se había creído la historia. Aunque me dolía mentirle no tuve otra opción. Le daría un infarto si se enterar que me vendi por dinero. Solo esperaba que todo saliera bien y de no arrepentirme de la decisión que había tomado.
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