CAPÍTULO 1-2

2326 Words
La secretaria—una agradable mujer de mediana edad—anotó su nombre, la invitó a tomar asiento y se fue a la oficina interna para informarle a su jefe sobre la llegada de Dev. Dev comenzó a hojear algunas revistas mientras esperaba—inicialmente, sólo para calmar sus nervios, pero apenas después de un minuto se encontraba absorbida por ellas. Casi consideró una intrusión cuando la asistente regresó para decirle que el Maestro Larramac la atendería en ese momento. Siguió a la mujer hasta la oficina interna, un tributo al eclecticismo. Larramac obviamente era un coleccionista de cachivaches, porque la habitación estaba adornada con extraños artilugios pequeños: un hidrante antiguo, un surtido de rocas coloridas, un conjunto de floreros de porcelana y muchas cosas pequeñas que ella no reconoció de inmediato. Afiches cubrían las paredes: “Trabajar es lo que haces, para que algún día no tengas que hacerlo más” y “Creo en meterme en agua caliente—me mantiene limpio.” Luego Dev notó al hombre detrás del escritorio. Era muy delgado y su cuerpo parecía estar compuesto en su totalidad por ángulos agudos. Sus ropas eran de violentos tonos rojos y azules, y su bragueta sólo era un estaño solapado. Su perilla se estaba poniendo gris y su cabello se estaba haciendo un poco más escaso—aunque no lo suficientemente como para justificar un transplante. La parte afeitada desde adelante hacia atrás a lo largo de su cuero cabelludo—una modificación que indicaba que deseaba unirse a la Sociedad algún día—estaba tatuada con un diseño de números hábilmente entrelazados para formar un intrigante patrón. Su mirada nunca era fija, sino que lanzaba miradas alrededor de la oficina, como si temiera perderse de algún evento trascendental. “¿Es usted Ardeva Korrell?” preguntó al tiempo que ambos estrechaban sus manos. “Correcto.” “No hay muchos capitanes del sexo femenino, ¿no es así?” Su discurso era tan rápido como desafiante. Dev no podía decidir si su trato era bueno o malo. “Había otra además de mi en mi clase de graduación, de ciento diez personas,” respondió formalmente. “A pesar de ello, hay incluso menos enanos pelirrojos y zurdos en la profesión.” “Me lo imagino. ¿De dónde proviene?” “Soy de Eos.” Larramac levantó una ceja pero no dijo nada, un gesto que imposibilitaba a Dev interpretar sus pensamientos. “Y usted desea ser capitana de astronave.” “Soy una capitana. Mis credenciales y licencias están todas en orden. Lo que busco es una nave.” Larramac negó con la cabeza. “Mi problema es que tengo una nave y por el momento no tengo capitán. ¿Hace usted muchas preguntas?” “¿En qué manera?” “¿Debe usted saber todo lo que sucede a bordo de su nave?” “Es el deber de un capitán saber todo lo que está sucediendo—” “Despedí a mi anterior capitán por ser demasiado curioso.” “—Pero hay algunas cosas que no es tan importante conocer como otras,” alcanzó a decir Dev oportunamente. A veces, las preferencias personales deben ceder ante el ímpetu de la necesidad, después de todo. “Mi trabajo principal sería llevar la nave con seguridad de un puerto a otro. Todo lo que corresponda a eso es mi responsabilidad, desde el mantenimiento hasta la astrogación. Otros asuntos podrían ser circundantes a la marcha de la nave, y sobre esos puedo ir con más delicadeza.” Larramac rumió durante un momento, acariciando su perilla. Alcanzó una pila de papeles y sacó una hoja que Dev reconoció como la planilla que ella había enviado la semana anterior. “De acuerdo con su currículo, ha tenido muchos empleos distintos. No ha permanecido con ninguna nave durante más de un año. ¿A qué se debe eso?” Dev suspiró. Alguien siempre le hacía esta pregunta, aunque la respuesta parecía tan obvia. “Los prejuicios. A muchos hombres no les gusta trabajar bajo el mando de una capitana. A quienes no les importa eso, se sienten incómodos con el hecho de que soy eoana. Si verifica mis referencias, notará usted que mis empleadores por lo general me recomiendan altamente. Soy una buena capitana que ha sido víctima de las circunstancias.” “No pago mucho; no puedo permitírmelo. Seiscientos galacs mensuales, más beneficios de ley.” Para una capitana con su entrenamiento y experiencia, esa suma era irrisoria; desafortunadamente, su situación financiera no era graciosa. “Yo debería estar ganando fácilmente el doble de esa cantidad,” dijo. “Pero supongo que el negocio está duro.” “Difícilmente puedo decir que me encuentro en la misma clasificación de Lenning TransSpacial o deVrie Shipping,” admitió Larramac. “Voy a los pequeños planetas que ellos omiten, aquellos con los márgenes coste-beneficio más bajos. Tengo que lamer el tazón que me entregan, para decirlo de alguna manera. Salgo adelante y he podido crecer. La empresa ha crecido durante los últimos dos años, y no veo ninguna razón por la cual ese crecimiento no debería continuar. Me quedo con las personas si pueden hacer el trabajo, y soy bastante bueno con los ascensos. Si me agrada la manera como hace usted el primer viaje, podemos hablar sobre un aumento salarial.” Dev miró a su posible empleador. Parecía del tipo honesto; un poco muy sincero, un poco entregado al entusiasmo y al ímpetu, pero distante del peor de los jefes con quienes haya trabajado. “Me he tomado la libertad,” prosiguió Larramac, “de buscar su nombre en mi diagrama.” “¿Diagrama?” “Sí, los patrones de letras, todos tienen significados, aunque los sepa o no. Usted tiene un buen nombre, se mezcla con todo lo demás.” “Estoy segura que mis padres se lo agradecerían; fue su elección,” dijo secamente. Se preguntó sobre la cordura de una persona que diagramaría el nombre de una persona antes de decidir si contratarla o no. Oh, bueno, cualquiera que lleve a su cargo Elliptic Enterprises debe tener algunas excentricidades. “Hay una cosa que me gustaría especificar,” continuó ella. “¿Debo tener autoridad disciplinaria completa sobre mi equipo?” “¿Por qué eso?” “Por una cosa, es tradicional. Pero más que eso, el equipo debe saber que usted está detrás de mí en todos los asuntos. Como lo he dicho, a algunos hombres les molesta recibir órdenes de una mujer. A no ser que mi palabra sea la ley—ley ejecutiva—no puedo garantizar la marcha de la nave sin problemas.” “Suena razonable. Entonces ¿hacemos negocios?” Dev negó con su cabeza. “Negocios. ¿Cuándo me necesita?” “Foxfire debe partir dentro de dos semanas. Supongo que usted querrá venir y verla de primera mano antes de ese momento.” ¿Sólo dos semanas para conocer una nave de carga de arriba a abajo? “Por Espacio, ¡sí! Mejor comienzo mañana a adaptarme a ella, aprendiendo sus capacidades e idiosincrasias.” Larramac la miró con extrañeza. “Pensé que ustedes los eoanos no juraban por Espacio.” “Es un falso juicio popular. Es cierto que no estamos particularmente maravillados con los poderes místicos del universo; pero cuando hablo galingua tengo que arreglármelas con las frases para expresar mis pensamientos, incluyendo los clichés convencionales. La pureza ideológica no sustituye a la comprensión.” “Usted es una mujer extraña, capitana Korrell.” “Escogeré aceptar eso como un cumplido, Maestro Larramac.” Sonrió. “Cualquier cosa que no sea un insulto directo es más fácil de aceptar como un cumplido.” “Insisto en que me llame Roscil.” “Y personalmente, prefiero que me llame Dev.” “Entonces Dev, eso es. ¿Le importaría almorzar conmigo?” Dev dudó. Esa, aunque ella no lo había mencionado, era otra razón por la cual cambiaba de un empleo a otro—principalmente empleadores amorosos que creyeron que los deberes de una capitana eran tanto horizontales como verticales. Ella no era virgen, ni una puritana, pero aprendió, mediante una amarga experiencia, que el sexo frecuentemente perjudicaba las relaciones de negocios. Por otra parte, su situación financiera era tal que no podía negarse a aceptar una comida gratuita. La sinceridad de Larramac era refrescante, pero podría hacerse tan desagradable como el toqueteo de otra persona. Supongo que tendré que investigar sobre él en algún momento, pensó. Puede ser tarde o temprano. “Es una buena idea,” le dijo. *** Mientras luchaba a través de la lluvia daschamesa, Dev pensó afectuosamente sobre ese almuerzo. El impetuoso exterior de Larramac puede intimidar a la mayoría de las personas, pero ella vio más allá de eso. Larramac, un hombre solitario en su interior, prefería rechazar antes que ser rechazado. En ese momento, él no le dejó hablar, por lo cual ella se sintió agradecida. Se lo había permitido hace una semana, a lo cual ella pudo evadir hábilmente sin lastimarlo. Por lo tanto, quedaron establecidas las reglas del juego, las cuales él cortésmente guardó. Por supuesto, había otras cosas por las que ella pudo haberlo estrangulado—tales como su insistencia en acompañarla en este primer viaje para “ver qué tan bien te desempeñas.” A pesar de eso, ella estaba razonablemente satisfecha con él. Las luces de otro bar daschamés parpadeaban tenuemente frente a ella, y ella volteó hacia el bar. Mientras se acercaba, pudo ver, de pie al lado del edificio, el carro que los daschameses le habían prestado a la nave—un indicativo bastante justo de que sus desobedientes tripulantes se encontraban allí. Aceleró el paso. Ambos hombres eran fáciles de encontrar al momento en que ella entró en el bar—eran las únicas manchas de color en el lugar. Gros Dunnis, el ingeniero, era un hombre corpulento, de dos metros de alto y vestido con un uniforme espacial de colores verde oscuro y plata. Su cabello rojo y su barba toda roja estaban combinados, en ese momento, con su rostro completamente rojo que delataba su intoxicación. Dmitor Zhurat, el arreador de robots, era un hombre mucho más bajo y rechoncho—de hecho, era casi del mismo tamaño y figura de los nativos. Aún así, su uniforme rojo y azul sobresalía con facilidad entre los insípidos tonos tierra empleados en las ropas de los daschameses. Zhurat fue el primero en verla. “Bien, no es esta nueshtra capitancita saliendo de su torre para unirshe a nosotros. Gros, tenemosh una distinguida visitante. Debemos demoshtrarle dignidad.” Dunnis, un ebrio más alegre, se dirigió a ella. “Hola, capitana, ¿le importaría tomarshe algo con nosotrosh?” “Ustedes dos debían estar de vuelta en la nave hace dos horas y media,” dijo Dev con ecuanimidad. “Creo que mejor deberían venir conmigo.” “Debemos habernos olvidado de la hora,” dijo Zhurat en son de burla. “Pero venga a tomarse algo con nosotros y luego nos iremos.” “Ustedes saben que yo no bebo.” “Eso esh cierto. Usted es muy buena como para beber con nosotrosh, ¿No es así?” “‘La mente sana no requiere estímulos externos para relajarse,’” citó Dev. “¿Usted me está llamando loco a mí?” “Le estoy llamando borracho y desordenado. Sus salarios serán retenidos y se les asignarán labores de castigo. Les aconsejo que vengan pacíficamente, antes de que haya problemas.” Abrió un poco sus pies en una postura de cuclillas, preparada para cualquier cosa. En la esquina, el propietario mostró señales de agitación. Se mantuvo repitiendo algo una y otra vez. Sin quitarle los ojos de encima a Zhurat, Dev encendió el traductor de su casco una vez más. “…hay demasiada gente aquí, hay demasiada gente aquí hoy,” estaba diciendo el cantinero. “Mis amigos y yo nos iremos en un segundo,” le dijo. El propietario, a pesar de ello, estaba poco sosegado por su promesa. Aplaudió con ambas manos varias veces en lo que Dev llegó a entender que era un gesto daschamés de nerviosismo. “Los dioses se ofenderán, hay demasiada gente,” dijo el propietario. Dev lo ignoró y continuó hablándole a Zhurat. “Sólo se lo diré una vez más. Vámonos.” “Malditos eoanos malcriados,” murmuró Zhurat. “Creen que son mejoresh que cualquierash...” Dev se movió suavemente cruzando la sala y puso una de sus manos sobre el hombro de su subordinado. “Vamos, Zhurat, es hora de irnos. Estará mucho más cómodo de vuelta en la nave. No queremos ofender a los dioses de esta gente, ¿no?” “¡Quítese de encima mío!” rugió Zhurat. Encogió su hombro para deshacerse de la mano de la capitana, pero sus dedos de aferraron, causándole dolor y no se quitaban. Miró hacia el rostro de Dev y le pareció tan firme como una estatua de mármol. Rápidamente miró de nueva hacia su vaso medio vacío. “No querrá usted que alguien se enoje,” repitió Dev en un tono suave pero firme, “ni los dioses, ni yo.” “¡Dioses!” resopló Zhurat. Se puso de pie y Dev retiró su mano de su hombro. “No hay dioses.” Él retrocedió su auricular para traducir, y repitió sus observaciones. “¡No hay dioses!” dijo en voz alta. Se tambaleó hasta el centro de la habitación. “Son ovejas, todos ustedes,” dijo. Dev asumió que el computador había traducido “ovejas” como una referencia local apropiada. “No tienen agallas, no se divierten, no tienen vidas. Viven en estas miserables chocitas porque temen tomar las riendas de sus propias vidas y crean a estos grandes dioses malvados como excusa para no tener que hacer nada. Todos ustedes son un fraude y sus dioses son los mayores fraudes.” La atmósfera en la habitación se tornó en un silencio sepulcral. Todos los ojos, tanto humanos como daschameses estaban puestos sobre Zhurat. El silencio era como aquel entre el último tictac de una bomba de tiempo y su explosión. Dev aclaró su garganta. “Creo que usted pudo haber herido sus sentimientos,” dijo. A pesar de ello, la observación sólo añadió leña al fuego. “Les mostraré,” gritó. “Les mostraré todo.” Y corrió repentinamente hacia afuera del bar. “Vamos,” dijo Dev a Dunnis. “Ayúdame a atraparlo antes de que se lastime.” La lluvia caía con más fuerza cuando salieron a buscarlo, una lluvia fría y batiente que limitaba la visión y golpeaba en la cabeza. El ritmo de las gotas que caían era casi suficiente para ahogar sus pensamientos. Dev se sintió desorientada, y el brillo de su linterna sólo alcanzó unos pocos metros antes de que el manto de la oscuridad la absorbiese. Zhurat no se encontraba a la vista. Ella no tenía idea de la dirección que él tomó al irse, pero seguir hacia adelante en línea recta parecía la mejor opción. Tomó la mano de Dunnis y lo haló hacia ella como si fuera un niño pequeño. Veinte metros más adelante, vieron a Zhurat de pie, solo, en un pequeño espacio despejado entre algunas chozas. “Vamos, bastardos,” gritó. “¿Dónde están? ¡Déjenme ver el poder de los grandes dioses de Dascham!” Dev notó que había ojos mirando a través de grietas en las chozas, probablemente observando con desconfianza a este extraño que retó a los dioses. ¿Era un valiente o un tonto? ¿O acaso él mismo era un dios, que podía hablar así? “¡Los desafío!” gritó Zhurat. “Yo, Dmitor Zhurat, ¡yo reto a los dioses!” Esa escena se quedó grabada para siempre en la memoria de Dev. Zhurat de pie a solas en el claro, con sus brazos extendidos hacia el cielo, ondeando sus puños cerrados en el aire. Luego una ensordecedora explosión y un rápido resplandor, de intensidad cegadora, hicieron que Dev y Dunnis cerraran sus ojos. Dev podría haber jurado que escuchó un sonido crepitante y… ¿eso fue un grito entre la torrencial lluvia? No podía decirlo con certeza. Cuando Dev abrió sus ojos otra vez, Zhurat había desaparecido—sólo su uniforme yacía humeante sobre el piso entre una pila de ceniza que se desvanecía rápidamente.
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