13

1746 Words

CAPITULO 13 ¡Dios santo! Si acaso me escuchas ten piedad de mi alma, giro mi pie derecho para darme media vuelta y huir de aquí, pero el pecho duro y musculoso de Puerto me detiene. Alzo la cabeza para encontrarme con es sonrisa ladina que dibuja en sus labios cada vez que me va a meter en problemas. Toma mi brazo con tanta familiaridad y miro para todos lados en busca de alguien que nos esté viendo y gracias al cielo todos están ocupados en sus quehaceres laborales. Me echo hacia atrás y aprieto los párpados al reconocer la loción de Miguel. El italiano sigue ejerciendo presión sobre mi piel. Tiro del agarre—Entonces quedamos así, señor Russo—el abuelo tiene el entrecejo arrugado y la mandíbula tensa. —¿En que quedamos?—¡Por los clavos de Cristo! El magnate suelta la pregunta de la n

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