Melisa no sabía cuántas cosas Alexander ya había tirado al suelo del dormitorio. Desde que llegaron a casa, ya había arrojado un jarrón a la pared, derribado la mesita de noche, pateado la mesa de café y arrojado un cuadro por la ventana. Ella no estaba segura de sí quedarse allí o encerrarse en su habitación, hasta que él se calmara. Pensando que la segunda opción sería la más sensata, comenzó a caminar lentamente hacia su habitación, pero tuvo que detenerse al escuchar su voz profunda. —No te muevas, Melisa, o no responderé por mí mismo. —Creo que será mejor que te calmes un poco antes de hablar, cualquier cosa. —¿De verdad crees que podré calmarme después de todo lo que pasó? —Sé que las cosas se salieron un poco de control, pero no debes descargar tu enojo con tus pertenencias. —

