Cuando la mujer dijo eso, de tener un hijo y ser madre soltera, a Melisa se le rompió el corazón, supo lo difícil que era cuidar a un niño sola, más aún, desempleada. Que la mujer había sido soberbia, no lo podía negar, pero ya había recibido su castigo, haber sido insultada en público, por el propio dueño de la empresa. Melisa ya había pensado lo suficiente y que despedir a la mujer sería demasiado exagerado. Pero también sabía que no tenía ninguna influencia sobre Alexander, y que, aunque quisiera interceder por esa desafortunada mujer, era su palabra la que allí era válida y suficiente. —Vamos, Melisa —dijo de nuevo, en un tono aterrador, al darse cuenta de que todavía estaba parada. Dejando a la mujer allí, caminó rápidamente, tratando de seguirle el ritmo, mientras él caminaba a

