Capítulo 2

1054 Words
Analía y Nathaniel se quedaron en silencio mirándose, luego ella se inclinó y tocó los labios del hombre con suavidad, repitió el gesto un par de veces más, había deseado aquel contacto, aquella cercanía, quería que se repitiera y se lo rogó con la mirada, pero Nathaniel se veía bastante ausente e impactado con la situación.  El joven no podía creer que había entrado en aquel viejo cliché, jefe y empleada, lo más terrible era que parecía no haber vuelta atrás, no quería dejar de mirar aquellos labios, sentirlos y gozar de ellos y a su dueña.  Extendió una de sus manos y acarició la mejilla de la chica, pasó su dedo sobre los labios de aquella mujer y sintió placer en todo su cuerpo, pero una fuerte pinchada de culpabilidad en su pecho, se tornaba insoportable en su garganta.  Nathaniel Williams sabía que ella estaba prohibida. Analía cerró los ojos con el fin de olvidar lo que estaba sucediendo, su jefe estaba pensando en la manera de rechazarle con clase, como a aquellas personas a las que cuyos casos no producían publicidad al bufete ni brindaban ninguna experiencia para ellos, por lo que pasaban por la pena de informarles que sin el capital económico no podrían ayudarles. Nathaniel hizo lo mismo justo en aquel momento y la acarició como a una niña ilusionada por su cumpleaños a quien le informan que no habrá payaso.  Analía dejó de sonreír e intentó ocultar las lágrimas poniéndose de lado, la mujer cerró los ojos con fuerza y Nathaniel retiró su mano de la mejilla de la joven mujer.  —Creo que te tienes que ir, me las arreglaré sola.  —Analía, no volverá a pasar —dijo asustado—. Yo solo… se me ha ido la mano.  Los dos se miraron a los ojos, él con angustia por su selección de palabras y ella molesta por la actitud inmadura del joven. Hubiese preterido mil veces que  reconociera que sentía algo de atracción por ella que la típica evasión de responsabilidad. Ella pensó que era lo mejor, complicarse con una relación era una cosa, pero una relación con su jefe era lo peor que se le podía ocurrir.  —¿Sabes lo que estoy sintiendo? —preguntó ella enojada.  —No, pero… es la peor farsa —respondió al borde de la histeria—. Esto no sale bien, nunca. Analía se movió de su lado de la cama y le miró entristecida, asustada por la magnitud de sus gritos y aquellas palabras, Nathaniel se puso en pie y llevó ambas manos a la cabeza. La deseaba, pero no la metería en eso, aquella tormentosa vida que llevaba, aquella rigidez y frivolidad, no la haría partícipe de la tristeza y destrucción, su vida era un jodido infierno y no tomaría un pedazo del perfecto paraíso que Dios creó para los buenos, justos y amorosos para cumplir una condena con él. —Insisto, tienes que irte de mi casa. —Señaló ella y él negó con la cabeza. Nathaniel se puso en pie y salió de la casa la única despedida que la mujer escuchó fue el fuerte portazo con el que un Nate enojado con él mismo cerró la puerta. >  Completa y absolutamente. Nate se frotó el rostro varias veces frustrado.  ¿Cómo llegó a eso?Tanto que había criticado a su padrastro y a todos los hombre que se les ocurrió cagar su vida y su imagen con un amorío con sus empleadas y ahí estaba caliente por Analía la cual es indispensable en su día a día.   ¿Desde cuándo le gustaba esa chica?  Lo encontraba normal, la mujer además de ser inteligente, tener habilidades legales y comerciales impresionantes. Era bonita, divertida, pero...  ¿Qué sentía por ella? ¿Le gustaba? ¿La amaba? No podía siquiera decirle nada al respecto, porque francamente no sabía lo que sentía, podía hablar por horas sobre lo indispensable que es en su vida, pero no que sentía por aquella chica. Si le gustaba Lía, qué podía hacer, coger con ella y despedirle o dejarle ilusionarse con la idea de un amor interminable con final feliz. ¿Qué podía hacer… pedirle que fuese su novia, amante, amiga, o algo más liberal? Simplemente era una locura, y lo había cagado por completo con ese beso. La joven recibió una llamada por parte de su abuela y decidió ir a visitarle mientras se recuperaba, así no tendría que recibir migaja de un hombre que le besaba y huía, a ninguna mujer le gusta que huyan de ella así lo esté gritando.  La mujer bajó del tren y divisó a su abuela, le rodeó con los brazos y comenzó a llorar.  —Oh, cariño, ¿quién te ha hecho daño? —preguntó Carminita a su nieta quien lloraba destrozada. La mujer respetó el silencio que su nieta había decidido hacer, decidió que se apartase, al fin de cuentas ellos le habían dado la espalda por las decisiones tomadas en un pasado.  Sam no tenía la valentía para dejar a su nieta a un lado, lo hizo una vez con su hija y eso le costó gran parte de su felicidad y no lo volvería hacer, no cometería el error de privarse en conocer a su nieta y lo que ocurría con su vida.  —Cariño, ¿me quieres contar? —insistió la abuela.  Analía no quería comentar ningún tema romántico con su abuela, porque al fin y al cabo ella amaba al hombre encerrado en la mansión Brooks quien sacaría aquella información con mentiras y todo tipo de retorcidas tácticas. Analía miró a su abuela directo a los ojos, quién le veía con preocupación, y decidió contarle un corto fragmento, omitiendo lo importante.  —No podré ser madre de nuevo abuela, he dañado mi útero con un dispositivo anticonceptivo —respondió y la mujer le miró pasmada—.  ¿Podré ver a Isabela?  —Sabes que tu abuelo no la dejará, la condición es que vuelvas, hija. Nos preocupas a todos, por favor.  —No. Me dieron la espalda y así yo tenga las de perder, saldré sola adelante.  —Hija, Jack es un estúpido, te lo dice la mujer que ha compartido un millón de experiencias con él, pero por favor, no le hagas esto a Isabela.  —Abuela, seguiré trabajando y luchando por mi hija, iré un día, la cargaré y le llevaré conmigo.  La mujer dejó a su  nieta descansar, sabía que era de las personas  más tercas del planeta, podría igualar a su padre en cualquier momento, pero no dudaba  que necesitaba más apoyo  y que algo terrible había estado ocurriendo en su vida, pensaba dejarle descansar y vivir como ella quería, sola y melancólica durante algunos días. 
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