CAPÍTULO UNO

2684 Words
CAPÍTULO UNO Jessie Hunt, agotada y sudorosa, colocó la última de las cajas de embalaje sobre la moqueta del comedor. Ya podía sentir cómo se le empezaban a tensar los músculos y sabía que al día siguiente le iba a doler todo el cuerpo. Sin embargo, cuando miró a Kyle, no pudo evitar que le saliera una sonrisa. Se habían mudado oficialmente. La enorme sonrisa que había en su rostro le hacía saber que él estaba pensando lo mismo. Tenía la camiseta empapada, pero, cuando se acercó y le dio un abrazo de lo más amoroso, le dio igual. “Ahora vivimos aquí,” le susurró al oído, antes de besarle con gentileza en el cuello. “Creo que nos merecemos un trago para celebrarlo, ¿no crees?” “Sin duda alguna,” asintió ella. “¿Champán? ¿Cerveza?” “Quizá una cerveza,” sugirió Jessie, “y un chupito de Gatorade. Tengo la impresión de que se me puede agarrotar el cuerpo en cualquier momento.” “Enseguida vuelvo,” dijo Kyle, mientras se dirigía a la cocina. Jessie se movió del comedor al estudio y se tiró en el sofá, notando como su camiseta empapada de sudor se pegaba a la sábana que cubría el mobiliario. Estaban a finales de agosto y hasta en la comunidad costera de Westport Beach in Orange County, el clima era tórrido y pegajoso. La temperatura rondaba fácilmente los treinta y tantos grados. Por supuesto, eso no era nada en comparación con el centro urbano de Los Ángeles, donde habían vivido hasta esta mañana. Rodeada de asfalto y hormigón y de rascacielos resplandecientes, con frecuencia Jessie salía de su apartamento al calor del postrero verano para enfrentarse a temperaturas de más de 37 grados. Comparado con eso, esto resultaba un alivio. Se recordó a sí misma que este era exactamente el tipo de ventaja que justificaba mudarse de la vida a la que se había acostumbrado en la ciudad. Iba a canjear la agitación de las transitadas calles de Los Ángeles por las refrescantes brisas marinas. En vez de ir a restaurantes nuevos de moda, visitarían cafeterías junto al mar. En vez de tomar el metro o un Uber para ir a la inauguración de una galería de arte, iban a presenciar una carrera de yates en el puerto. Y, por supuesto, estaba todo el dinero adicional. Le llevaría algún tiempo acostumbrarse, pero le había prometido a su marido acoger su nueva vida con los brazos abiertos y tenía la intención de cumplir con su palabra. Kyle entró a la habitación, con cervezas y Gatorades en la mano. Se había quitado su camiseta mojada. Jessie pretendió ignorar los impresionantes abdominales y pectorales de su marido. No se explicaba cómo se las podía arreglar para mantener ese físico trabajando tantas horas para su compañía, aunque no se quejaba de ello. Él se le acercó, le entregó las bebidas, y se sentó a su lado. “¿Sabías que hay un frigorífico para vino en la despensa?” le preguntó. “Sí,” dijo ella, riendo con incredulidad. “¿No te diste cuenta de ello cuando vinimos a ver la casa las dos últimas veces?” “Simplemente asumí que se trataba de otro armario así que nunca lo abrí hasta ahora. Está bastante bien, ¿eh?” “Sí, bastante bien, chico guapo,” asintió ella, maravillándose ante la manera en que sus ricitos rubios permanecían perfectamente colocados, sin que importara lo desaliñado que estuviera el resto de él. “Tú eres la bonita,” dijo él, retirando el pelo castaño que le llegaba hasta los hombros de sus ojos verdes y mirándola con sus penetrantes ojos azules. “Me alegro de haberte sacado de la ciudad. Estaba harto de todos esos modernos con sombreritos de fieltro echándote los tejos.” “No es que los sombreritos fueran un gran reclamo, la verdad. Apenas podía verles las caras para decidir si eran mi tipo.” “Eso es porque eres toda una amazona,” dijo él, pretendiendo no ponerse celoso al escuchar su leve provocación. “Cualquier chico que mida menos de 1,80 tiene que romperse el cuello para mirar al pedazo de mujer que eres.” “Pero tú no,” murmuró Jessie con dulzura, olvidando de repente sus agujetas y molestias mientras le atraía hacia ella. “Yo siempre estoy levantando la vista para mirarte a ti, cachalote.” Sus labios empezaban a rozarse con los de él, cuando sonó el timbre de la puerta principal. “Tiene que ser una broma,” gruñó Jessie. “Por qué no vas a abrir?” sugirió Kyle. “Voy a buscar una camiseta limpia que ponerme.” Jessie se acercó a la puerta principal, con la cerveza en la mano. Esa era su pequeña rebelión por el hecho de que le hubieran interrumpido en medio de su juego de seducción. Cuando abrió la puerta, le saludó una animada pelirroja que parecía tener más o menos su misma edad. Era bonita, con una nariz pequeña como un botón, relucientes dientes blancos, y un vestido veraniego que era lo bastante ajustado como para demostrar que nunca se perdía una clase de Pilates. Llevaba en las manos una bandeja llena de lo que parecían ser brownies caseros. Jessie no pudo evitar echarle una ojeada al enorme anillo de bodas que llevaba puesto. Relucía al sol de la tarde. Casi sin pensar, Jessie se puso a trazar un perfil de la mujer: treinta y pocos años; se casó pronto; dos, quizá tres niños; ama de casa que ha tenido mucha ayuda; curiosa, pero sin malicia. “Hola,” dijo la mujer con voz alegre. “Soy Kimberly Miner, tu vecina de enfrente. Solo quería daros la bienvenida al vecindario. Espero no molestaros.” “Hola, Kimberly,” contestó Jessie con su voz más amigable de vecina nueva. “Yo soy Jessie Hunt. Lo cierto es que acabamos de meter la última caja hace un par de minutos así que esto es muy oportuno. Y es tan dulce por tu parte, ¡literalmente! ¿Son brownies?” “Así es,” dijo Kimberly, entregándole la bandeja. Jessie observó cómo pretendía intencionadamente no mirar la cerveza que tenía en la mano. “Son algo así como mi especialidad.” “Pues entonces entra y come uno,” le ofreció Jessie, a pesar de que era lo último que quería en este instante. “Lamento que la casa esté hecha un lío, al igual que Kyle y yo. Llevamos todo el día sudando. Lo cierto es que él está buscando una camiseta limpia ahora mismo. ¿Te gustaría algo de beber? ¿Agua? Gatorade. ¿Una cerveza?” “No, gracias. No quiero molestar. Seguramente ni siquiera sabes en qué caja están las copas ahora mismo. Me acuerdo del proceso de la mudanza. Nos llevó meses. ¿De dónde venís?” “Oh, estábamos viviendo en D. T. L. A.,” dijo Jessie, y al ver la expresión confusa en la cara de Kimberly, añadió: “Oh, eso es el centro urbano de Los Ángeles. Teníamos un apartamento en el distrito de South Park.” “Oh, vaya, gente de ciudad,” dijo Kimberly, riéndose un poco de su bromita. “¿Qué os ha traído a Orange County y a nuestra pequeña comunidad?” “Kyle trabaja para una empresa de gestión de patrimonios,” explicó Jessie. “Abrieron una oficina satélite aquí este año que se expandió hace poco. Es algo muy importante para ellos porque PFG es una empresa bastante conservadora. Así que le preguntaron si quería encargarse de ella. Supusimos que era buen momento para un cambio porque estamos pensando en comenzar una familia.” “Oh, con el tamaño de esta casa, supuse que ya teníais hijos,” dijo Kimberly. “No—solo somos optimistas,” respondió Jessie, intentando ocultar la repentina vergüenza que le sorprendió sentir. “¿Tú tienes hijos?” “Dos. Nuestra hija tiene cuatro años y mi hijo tiene dos. Lo cierto es que voy a pasar a recogerles de la guardería en unos minutos.” Kyle llegó y le rodeó la cintura a Jessie con el brazo mientras extendía la otra mano para estrechar la de Kimberly. “Hola,” dijo con calidez. “Hola, bienvenidos,” respondió ella. “Por favor, entre vosotros dos, vuestros futuros hijos van a ser unos gigantes. Me siento como una chiquilla junto a los dos.” Se dio un breve e incómodo silencio mientras tanto Jessie como Kyle se preguntaban cómo responder. “¿Gracias?” dijo por fin Kyle. “Lo siento. Eso fue una grosería por mi parte. Soy Kimberly, vuestra vecina de esa casa,” dijo, señalando al otro lado de la calle. “Encantado de conocerte, Kimberly. Soy Kyle Voss, el marido de Jessie.” “¿Voss? Pensé que era Hunt.” “Él es Voss,” explicó Jessie. “Y yo soy Hunt, al menos por el momento. He estado retrasando hacer el papeleo para cambiarlo.” “Ya veo,” dijo Kimberly. “¿Cuánto tiempo lleváis casados?” “Casi dos años,” dijo Jessie tímidamente. “Tengo un auténtico problema con la postergación. Puede que eso explique por qué sigo en la escuela.” “Oh,” dijo Kimberly, obviamente aliviada de dejar atrás el delicado tema del apellido. “¿Qué estudias?” “Psicología forense.” “Vaya—eso suena emocionante. ¿Y cuánto te falta para ser una psicóloga oficialmente?” “Bueno, me quedé algo rezagada,” dijo Jessie, procediendo a contar la historia obligada de todas las fiestas a las que había ido en los últimos dos años. “Empecé con psicología infantil cuando éramos estudiantes en la USC—allí es donde nos conocimos. Hasta estaba de becaria para mi Master cuando me di cuenta de que no podía con ello. Lidiar con los problemas emocionales de los niños suponía demasiado para mí. Así que cambié de especialidad.” Intencionadamente, no dijo nada sobre los demás detalles de la razón por la que había dejado su puesto de becaria. Apenas había alguien que supiera sobre ello y, sin duda alguna, no se lo iba a contar a una vecina que acababa de conocer. “Entonces, ¿te resulta menos perturbador tratar con la psicología de criminales que con niños?” preguntó Kimberly, confundida. “Extraño, ¿verdad?” concedió Jessie. “Te sorprenderías,” intervino Kyle. “Tiene este don para meterse en las mentes de los tipos malos. Con el tiempo, se va a convertir en una perfiladora excelente. Ya pueden andarse con cuidado todos los Hannibal Lecter en potencia.” “De verdad,” dijo Kimberly, sonando realmente impresionada. “¿Has tenido que tratar con asesinos en serie y cosas así?” “Todavía no,” admitió Jessie. “La mayoría de mi formación ha sido académica. Y con la mudanza, tuve que cambiar de universidad. Así que voy a hacer mis prácticas en UC-Irvine, comenzando este semestre. Este es el último así que me graduaré en diciembre.” “¿Prácticas?” preguntó Kimberly. “Es algo así como un puesto interino, pero con menos trabajo. Me asignarán a una prisión o a un hospital psiquiátrico, donde observaré e interactuaré con presos y pacientes. Es lo que he estado esperando durante mucho tiempo.” “La oportunidad de mirar a los malvados a los ojos y ver lo que hay dentro de sus almas,” añadió Kyle. “Puede que eso sea algo exagerado,” dijo Jessie dándole un codazo en bromas en el hombro. “Pero con el tiempo, sí.” “Eso es muy emocionante,” dijo Kimberly, sonando genuinamente intrigada. “Estoy segura de que tendrás historias geniales que contar. A propósito, ¿dices que os conocisteis en la universidad?” “En el dormitorio de los recién llegados,” dijo Kyle. “Oh,” presionó Kimberly. “¿Os hicisteis amigos en la lavandería, o algo así?” Kyle ojeó a Jessie y antes de que dijera una sola palabra, ella ya sabía que iba a meterse de lleno en la historia que acababan contando en todas las fiestas. “Esta es la versión abreviada,” comenzó Kyle. “Éramos amigos, pero empezamos a salir a mitad del primer semestre después de que un idiota le dejara plantada. A él le echaron de la universidad, supongo que no por el hecho de dejarla tirada. Aun así, creo que se libró de un buen lío. Salimos juntos durante un año, y después nos fuimos a vivir juntos. Hicimos eso durante otro año antes de comprometernos. Entonces nos casamos diez meses después. Vamos a cumplir dos años de éxtasis matrimonial en octubre.” “Así que sois pareja desde la universidad. Eso es muy romántico.” “Sí, ya sé que suena así,” dijo Kyle. “Pero lo cierto es que me costó un tiempo ganarme su corazón. Y todo ese tiempo estuve tratando a mis competidores a palos. Como te puedes imaginar, prácticamente todos los chicos que la veían se quedaban embelesados de inmediato con la señorita Jessica Hunt. Y eso solo con mirarla. Cuando acabas por conocerla, todavía te embelesa más.” “Kyle,” dijo Jessie, sonrojándose. “Me estás dejando en evidencia. Guárdate algo de eso para octubre.” “Sabéis una cosa,” dijo Kimberly con una sonrisa. “Me acabo de acordar de que tengo que ir a recoger a mis hijos ahora. Y de repente, me da la impresión de que estoy interrumpiendo los planes de una pareja feliz de bautizar su nuevo hogar. Así que me voy a ir, pero prometo presentaros al resto de los vecinos. Tenemos un vecindario de lo más amistoso. Todo el mundo se conoce. Organizamos barbacoas en la calle cada semana. Los niños se quedan a dormir en las otras casas todo el tiempo. Todo el mundo pertenece al club de yates local, aunque no tengan barco propio. Cuando os acomodéis, os vais a dar cuenta de que este es un lugar estupendo donde vivir.” “Gracias, Kimberly,” dijo Kyle, acompañándole a la puerta. “Estaremos encantados de conocer a todo el mundo. Y muchas gracias por los brownies.” Después de que se marchara, cerró la puerta, haciendo un gesto exagerado al cerrarla. “Parece agradable,” dijo Kyle. “Esperemos que todos sean así.” “Sí, me cayó bien,” asintió Jessie. “Era un poco curiosa, pero supongo que así es como es la gente por aquí. Supongo que debería acostumbrarme a la idea de que se ha terminado el anonimato.” “Va a ser un proceso de adaptación,” asintió Kyle. “Pero creo que, a la larga, vamos a preferir saber los nombres de nuestros vecinos y poder dejar las puertas sin el pestillo cerrado.” “Aunque me di cuenta de que lo acabas de cerrar ahora mismo,” señaló Jessie. “Eso es porque estaba pensando en lo que dijo Kimberly sobre bautizar nuestro nuevo hogar,” dijo mientras se acercaba a ella, quitándose la segunda camiseta en diez minutos. “Y no quiero ninguna interrupción mientras la bautizo.” * Jessie yacía en la cama esa noche, mirando al techo, con una sonrisa en su rostro. “A este ritmo, vamos a llenar esos dormitorios extra en un suspiro,” dijo Kyle, pareciendo leer sus pensamientos. “Dudo que podamos mantener ese ritmo cuando empieces a trabajar en la oficina y comience mi nuevo semestre.” “Estoy dispuesto a probar si tú quieres,” dijo él, suspirando profundamente. Jessie podía sentir como todo su cuerpo se relajaba junto a ella. “¿No estás nervioso en absoluto?” le preguntó. “¿Por qué?” “Todo esto—mejor salario, nueva ciudad, nueva casa, nuevo estilo de vida, nueva gente, nuevo todo.” “No todo es nuevo,” le recordó. “Ya conoces a Teddy y a Melanie.” “He visto a Teddy tres veces y a Melanie una vez. Apenas le conozco. Y a ella solo la recuerdo vagamente. Solo porque tu mejor amigo del instituto viva a unas pocas manzanas, no quiere decir que ya esté integrada en nuestra nueva vida.” Sabía que estaba provocando una pelea, pero no parecía que pudiera controlarse. Kyle no picó el anzuelo. En vez de ello, se dio la vuelta hacia su lado de la cama y le pasó un dedo a lo largo de su hombro derecho, a lo largo de una cicatriz alargada, rosácea, y en forma de luna que le recorría unos doce centímetros desde la parte superior del brazo hasta la base del cuello. “Ya sé que te sientes aprensiva,” dijo con ternura. “Y tienes todas las razones para estarlo. Todo es nuevo. Y ya sé que eso puede resultar apabullante. No tengo palabras para decirte cuánto aprecio el sacrificio que estás haciendo.” “Sé que al final irá bien,” dijo ella, suavizándose. “Pero es que son muchas cosas con las que tratar al mismo tiempo.” “Es por eso que nos va a ayudar vernos mañana con Teddy y Melanie. Restableceremos esa conexión y después tendremos amigos en el vecindario con los que contar mientras nos situamos. Solo conocer a dos personas puede hacer más fácil la transición.” Kyle bostezó profundamente y Jessie pudo afirmar que estaba a punto de quedarse frito. Por lo general, ese enorme bostezo significaba que se quedaría frito en menos de sesenta segundos. “Sé que tienes razón,” dijo ella, decidida a terminar la noche de buenas maneras. “Estoy segura de que va a ser estupendo.” “Lo va a ser,” asintió Kyle con indolencia. “Te quiero.” “Yo también te quiero,” dijo Jessie, sin saber con certeza si le había escuchado antes de quedarse dormido. Escuchó sus respiraciones profundas y trató de utilizarlas para quedarse dormida. El silencio era perturbador. Estaba acostumbrada a los sonidos reconfortantes del centro de la ciudad mientras se quedaba dormida. Echaba en falta los pitidos de los coches más abajo, los gritos de los hombres de finanzas saliendo medio borrachos de los bares que retumbaban contra los rascacielos, el sonido atronador de los camiones saliendo del aparcamiento. Le habían servido de ruido de fondo durante años. Ahora todo lo que tenía para reemplazarles era el leve zumbido del filtrador de aire que había en el rincón de la habitación. De vez en cuando, creía escuchar un sonido crujiente en la distancia. Como la casa tenía más de treinta años, cabía esperar algunos ruidos de acomodación. Probó a tomar una serie de respiraciones relajantes profundas, tanto para ahogar los demás ruidos como para relajarse. Sin embargo, había una idea que le estaba molestando. ¿Realmente crees que va a ser estupendo vivir aquí? Se pasó la siguiente hora dándole vueltas a sus dudas y alejándolas con una sensación de culpabilidad antes de caer finalmente rendida de fatiga y entrar en un delicioso sueño.
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