**TOMAS**
Cada día que pasaba, era más difícil seguir fingiendo. Intentaba no pensar en ella, en Adriana, en sus risas espontáneas, en la forma en que fruncía el ceño cuando se concentraba, en lo viva que se veía desde que decidió seguir su propio camino. Me decía a mí mismo que debía mantenerme al margen. Que era lo correcto. Que debía protegerla… incluso de mí.
Pero mi cuerpo no entendía de moral ni de razones. Y mi corazón, mucho menos.
Me sentía atraído por ella con una fuerza que me enloquecía. Cada vez que la veía, cada vez que la escuchaba hablar con ese tono desafiante y dulce al mismo tiempo, cada vez que notaba cómo me miraba y luego desviaba la vista con una sonrisa apenas contenida… algo dentro de mí se desmoronaba.
Y eso no pasaba desapercibido.
—¿Te pasa algo? —preguntó
