Jennifer se sentó sobre cama, con los ojos muy abiertos y las manos entrelazadas sobre su regazo, en donde una expresión de perplejidad cruzó su rostro ante la inesperada invitación de parte de la empresa de su esposo hacia Stavros.
—Qué extraño, ¿por qué te habrán invitado? Si lo más que recuerdo era que siempre que mencionaban tu nombre, lo hacían así con mala intensión, siempre hablaban mal de ti porque según tu no eras parte de su círculo—comentó Jennifer, frunciendo levemente el ceño.
Stavros se sentó también sobre la cama, y un brillo peligroso destelló en sus ojos azules. Su mandíbula se tensó y sus nudillos se volvieron blancos al apretar los puños con creciente enojo.
—¿Y qué decían esos malditos? —preguntó con voz grave.
Jennifer tragó saliva, sintiendo un escalofrío recorrer
