En ese momento, Jennifer, al escuchar a Stavros, esbozó una sonrisa melancólica con una mezcla de felicidad y nostalgia reflejada en sus rasgos delicados. Abrazando con más fuerza a Stavros, hundió su rostro en el hueco de su cuello, aspirando aquel aroma que la embriagaba. Con voz apagada, teñida de tristeza, le dijo: —Bueno, entonces... ahora sí que debemos volver a nuestra realidad—puso una mueca de desagrado, arrugando la nariz de forma adorable—. Debo volver a mi realidad de que aún estoy casada con ese idiota asqueroso de Archibald, a quien le debo pedir el divorcio lo más pronto posible, y de que... mi hermana, mi única familia, está esperando un hijo de él. Te juro que estando aquí, me había olvidado de que existían ese par de horribles. Jennifer lo estrujó contra su cuerpo desn

