Jennifer, también embriagada por la excitación del momento, se separó ligeramente del apasionado y salvaje Stavros, colocando sus manos sobre su pecho. No deseaba entregarse en aquel espacio reducido del automóvil; anhelaba la intimidad de su habitación para que el hombre la hiciera suya como él quisiera. Además, estaban en otro estado del país y no quería problemas con la policía por tener sexo dentro del auto. Entonces, ella con sus labios aún rojos y la respiración entrecortada, buscó aplacar la pasión desenfrenada que consumía a aquella bestia que tenía encima. ―Nos falta poco, mi osito salvaje. Hagámoslo en la habitación de donde vamos a ir ¿si? ¿Por favor? ―suplicó Jennifer con una mirada tierna. Ella ahora captaba que aquella miraba a él lo controlaba. Stavros, quien no se negab

