Jennifer, con una mirada penetrante y el brillo de la indignación reflejado en sus ojos, le gritó a Stavros:
―¿Alguien de tu pasado? ¿Una mujer, seguramente? ― La habitación se llenó de una tensión, como si las palabras cortantes de la mujer fueran flechas que se clavaban en el alma del terco Stavros.
A pesar de la necesidad de decir la verdad, Stavros no deseaba mostrar su fragilidad ante Jennifer. Como un muro de piedra, se resistía a ser visto de manera vulnerable, ya que según él, las veces en que se mostró vulnerable lo traicionaron. Haberle pedido perdón ya era un gran avance para él y algo excepcional para un hombre de hielo, sanguinario y con mucho rencor como él. Pero hablar de su padre era caminar sobre cristales rotos, un terreno demasiado frágil para su orgullo y jamás querí
