En esa residencia misteriosa y oscura como todas las de Stavros, el moreno alarmado por el ruido de algo que se cayó en su cocina, se levantó de su cama tomando su gran cuchillo y una pistola con silenciador, para ir a ver a aquel posible intruso que lo visitaba a esas horas de la madrugada. Así que, con el sigilo de un felino al acecho, el moreno giró la perilla de su habitación, abriendo la puerta de una manera muy lenta y precavida acostumbrado a ese tipo de situaciones. Al salir, sus pies apenas rozaban el suelo mientras se adentraba en el interior de aquel lujoso apartamento, iluminado por unos pequeños rayos de la luz de la calle, que se colaban a través de las rendijas de sus cortinas y a su vez, todo estaba en profundo silencio excepto, por el zumbido del aire acondicionado en l

