En el pasillo de aquel lugar, Hermes se había mantenido expectante desde las ocho de la noche, con una mezcla de obsesión casi enfermiza y admiración hacia Stavros. Desde aquel momento en que el mafioso lo había salvado y eliminado a su peor enemigo, su tío, Hermes lo veía casi como un dios griego. Disfrutaba sigilosamente observando cada uno de sus movimientos, como si fuese un espectador privilegiado. Escondido entre las sombras del pasillo, su asombro fue monumental cuando vio a Stavros ingresar de la mano de Jennifer. Durante los cinco años que llevaba conociéndolo, Hermes había sido testigo de la aversión de Stavros hacia involucrarse sentimentalmente y establecer vínculos con mujeres comunes. Por eso, presenciar ese tierno beso intercambiado con la "normal" Jennifer resultaba casi s

