—¡Vamos levántate, ponte de pie Gianna! ¿Quieres tener una familia, el futuro asegurado? —la voz fuerte y enojada de la mujer hizo temblar a la pequeña niña tirada en el piso. Solo tenía cinco años.
—Me duelen los piecitos mami, déjame descansar por favor, solo un momento por favor mami —pidió con lágrimas en sus pequeños ojitos, sentía los pies doloridos tanto que eran incapaces de mantenerla en pie.
—De ninguna manera Gianna ¿Quieres una madre? —preguntó con crueldad a la pobre niña, tirada en el piso Harlequin, un piso profesional, especialmente para la profesión que había elegido para ella.
>>Baila, Gianna, baila hasta que te sangren los pies o hasta romperte las piernas ¡Pero baila!
La niña gimoteo, se puso de pie, un esfuerzo que terminó siendo inútil, su pequeño cuerpo estaba exhausto, llevaba bailando casi desde que abrió los ojos esa mañana ¿La razón? Había una audición a la cual sería llevada y la cual no tenía permitido fallar.
Gianna se preguntaba porque su madre la trataba tan mal, parecía no quererla, solo tenía cinco años; pero era inteligente, razón por la cual se cuestionaba la actitud de su madre, la mujer que se suponía debía amarla y protegerla. Pero la suya hacía todo lo contrario.
—¡Te he dicho que bailes! No debí elegirte, entre tantas niñas eras quien más prometías, tal parece que me he equivocado contigo; pero estoy a tiempo o bailas o te devolver al lugar del cual te he sacado.
Gianna volvió a temblar ante las palabras de su madre ¿De dónde la había sacado su madre? Se preguntó con lágrimas en sus ojos.
—Mamá
—Si quieres continuar llamándome madre, conviértete en la mejor bailarina de Ballet de todos los tiempos. Gianna, devuélveme lo que la vida me robó. Lleva mi apellido a la cúspide de la fama. ¡Llegaré alto a través de ti! —gritó desde donde se encontraba, la silla de ruedas le impedía moverse libremente.
Carina Romano, era la mejor bailarina de su promoción, con un futuro brillante. Añoraba ver su nombre entre las grandes y pisar los mejores escenarios. Que su nombre saliera en revistas y periódicos del mundo, siendo aclamada por el público en cada presentación. Más sus sueños se fueron al diablo cuando una fatídica noche perdió el control de su auto, había salido de fiesta a festejar la obtención de su primer papel protagónico. Lo que terminó en tragedia, su auto volcó cayendo hasta el fondo de un barranco, dejándola atada a una silla de ruedas con pocas esperanzas de volver a caminar y definitivamente sin esperanzas de volver a pisar un escenario.
La obsesión por ver su apellido figurar entre las grandes la llevó a adoptar a Gianna cuando solo tenía dos años, para moldear a su antojo y conveniencia. Dispuesta a lograr su objetivo a través de ella.
—Levántate o te quedarás sin comer esta noche. Debes aprender que en esta vida todo tiene un precio. Siempre deberás sacrificar algo para conseguir lo que quieres, si quiere triunfar, debes estar dispuesta a dar todo de ti
—Mamá
—No soy tu madre y no lo seré a menos que bailes y lleves mi apellido a lo más alto…
—Te prometo que seré la mejor bailarina de Ballet de todas, mami, por favor solo quiéreme, ámame, aunque sea un poquito —suplico con voz rota.
Gianna apartó las sábanas con furia. Odiaba recordar su pasado, odiaba la manera en la que había suplicado el amor de Carina Romano sin conseguirlo nunca. Se limpió las lágrimas que corrían por sus mejillas con furia contenida. Había llegado lejos, pero nunca había conseguido el amor de su madre, Gianna solo se consideraba una extensión de la mujer que la adoptó para convertirla en sus piernas. Eso era todo lo que era Gianna Romano, las piernas de una bailarina frustrada y amargada.
—Date prisa tu madre espera por ti —la voz de Lorenza la espabilo, miro la hora en el reloj sobre su cómoda, eran las cinco y media de la mañana, pero difícilmente podría volver a dormir
—Bajaré cuando esté lista, si se aburre de esperar, invítala a marcharse —dijo con frialdad, escucho el resoplido de su asistente; pero poco le importaba, nadie sabía lo que había vivido al lado de Carina así que podía juzgarla como mejor le pareciera.
Se dueño lo más lento que pudo, retrasando el momento, ya no era una niña de cinco años, ahora tenía veintidós y su nombre estaba entre las mejores, por no decir que era la mejor. Se vistió con un traje deportivo y bajo para enfrentarse a “su madre”
—¿Cómo puedes hacerme esto? —Gianna entornó los ojos al escuchar la voz de Carina, apenas terminó de bajar las escaleras.
—¿Hacerte qué mamá? No comprendo tu actitud, fuiste tu quien me obligó a bailar, hasta conseguirme otra lesión, esta vez una un tanto, más severa que la anterior —replicó ante el tono empleado de su madre, sabía que detrás de esa falsa preocupación se escondía una mujer furiosa.
—No me culpes, te dije claramente que no usaras zapatos de tacón, solo a ti se te ocurre semejante idiotez —gruñó la mujer con ira. Odiaba el comportamiento de su hija, no tenía por qué haber desobedecido su petición.
>>Estás tan acostumbrada a salir con la tuya, has hecho lo que se te ha venido en gana y estás con las consecuencias Gianna, no puedo creer que te importe tanto poco tu profesión —la joven sonrió ante las palabras de su madre, sabía era toda una farsa para seguir vendiéndose como la pobre madre a cargo de una hija loca y desobediente.
—¿Te duele que no pueda bailar o que no pueda generar dinero para ti? —Gianna se mantuvo de pie, para no quedar en desventaja contra Carina, era un poco más alta que ella, si no fuera por el bastón que utilizaba para caminar le superaría con bastante diferencia.
—Eres una mal agradecida, toda la vida has malinterpretado mi deseo de verte triunfar y me agobias culpándome de las cosas que tú misma has provocado ¿Qué ganas Gianna? ¿Qué pretendes con tratar de dejarme mal? —preguntó como si en verdad le doliera la situación. Gianna quien la conocía sabía perfectamente quién era.
—Deja de fingir ser una buena madre y vete de mi casa —espetó molesta justo cuando su fisioterapeuta entraba por la puerta.
—Buenos días ¿Interrumpo? —preguntó, era evidente la tensión en el ambiente y la mirada de ira en la joven bailarina lo confirmó.
—Interrumpes, pero no creo que eso te importe mucho que digamos, pero ya que estás aquí. Aprovechemos el tiempo y ponte a trabajar, quiero volver a los escenarios antes de que puedas cobrar tu primer cheque —dijo con arrogancia. Mientras miraba a su madre con enojo, de nuevo se estaba vendiendo y el idiota presente le compraría su numerito como todos.
—Deja de ser una niña caprichosa, Massimo Bianchi, es tu doctor, trátalo con respeto, parece ser que no hice un buen trabajo contigo, traté de educarte lo mejor que pude —sollozo, lo que terminó con la paciencia de Gianna.
—Vete de mi casa mamá y ¡no regreses! —gritó enojada.
—Lamento que tenga que presenciar esto doctor Bianchi, por favor téngale paciencia, mi hija es difícil; pero no es una mala persona. Ha sido mi culpa, no supe educarla bien —se disculpó la mujer antes de salir por la puerta del jardín, con ayuda de Lorenza.
—¿Cómo puedes tratar a tu madre de esa manera? —inquirió en tono molesto, no podía creer que esa mocosa fuera una falta de respeto, incluso con su propia madre.
—No opines si no sabes sobre el tema, es mejor que te pongas a trabajar o me veré obligada a pedir que te despidan.
—Para tu edad, eres demasiado arrogante y caprichosa, dudo que un día puedas encontrar la felicidad con ese carácter terrible que te cargas, nadie podría amarte —Gianna cerró los ojos ante las palabras de Massimo, las mismas palabras que su madre le repetía una y otra vez, cuando niña ¿No había manera de olvidar? ¿Por qué él también, le decía lo mismo? La juzga sin conocerla primero.
—Haz lo que se te pide Gianna, pon de tu parte para ser la mejor o nadie te amará, yo no te amare, a nadie le gustan los perdedores, debes ser siempre una de las mejores, una ganadora, no me sirves si no consigues nada, nadie te querrá, para ser feliz tienes que bailar —las palabras dichas por Carina, hacía mucho tiempo, causaba el mismo efecto en ella, siempre que las recordaba, odiaba bailar, tanto como odiaba a Carina Romano.
Gianna gimió al sentir la mano de Bianchi tocarle la entrepierna, había estado ensimismada en sus recuerdos que ni siquiera lo vio venir.
—¿Qué haces? ¿Cómo te atreves a manosearme de esa manera? —el hombre la miró con seriedad. El hielo en su mirada le estremeció. Lo odiaba, él tenía la capacidad de sacar lo peor de ella al igual que su madre.
—¿Manosearte? No te equivoques chiquilla tonta, no estoy manoseándote, más bien porque no hay nada interesante en ti, soy un profesional y como imaginaba tu lesión es de tercer grado, ni siquiera deberías estar de pie, sino en reposo absoluto ¿comprendes? —el tono en el que le hablo, le hizo sentir como si fuera una niña de cuatro años incapaz de comprender.
—Perfectamente, no tienes porque háblame como si fuera una idiota. Escúchame bien Massimo Bianchi, haz que vuelva a los escenarios antes de tiempo y te aseguro que tendrás un cheque considerablemente jugoso en tu cuenta bancaria. —ella odiaba bailar, pero disfrutaba cada vez que brillaba en los escenarios, cada vez que la prensa alababa una de sus actuaciones, porque sabía que eso enfermaba a su madre, Carina la obligó a bailar desde que tenía memoria, para cumplir el deseo de ver su apellido en cartelera, en titulares de prensa, obsesionada con convertirla en una bailarina de primera clase, algo que ella no pudo ser, desdeño sus sueños, su deseo por elegir algo que sentía era su vocación. A ella poco le importó lo que realmente deseaba ser en la vida.
—Haré mi trabajo de acuerdo a como lo considere necesario. No estoy interesado en tu dinero Gianna, espero puedas poner todo de tu parte para recuperarte, tu madre se ve angustiada por tu caso —ella sonrió, su madre jamás se preocuparía por ella, lo que en verdad le preocupaba era no tener el cheque mensual de la compañía de Ballet.
—Entonces deja de hablar y ponte a trabajar...