—¡No! ¡No es nada! —La oigo exclamar ya exhausta de sus reiteradas arcadas. Pausando las letras para recobrar el aliento, y logrando únicamente retorcerse del dolor estomacal, que parece propagarse a cada ápice de su cuerpo. —Sólo déjame dormir. —Pide cortada., creyendo que es a una idiota a quién le habla., y olvidándose que moriría de pena si algo llegase a ocurrirle, más aún si de imprudencia o negligencia se tratase. —No. —Resuelvo tajante. Seria. Sosteniéndole la quijada, buscando que su mirada conecte con la mía y entienda que me rehúso a hacerme la tonta. —Iremos al hospital ahora mismo. Gira bruscamente la cabeza y la escucho sollozar de bronca. Conozco a Sam., es terca, orgullosa, se cree invencible, una mujer desbordada de salud cuándo la realidad evidentemente dista muchísim

