Los segundos comienzan a correr y, el miedo como veneno inyectándose por mi dermis, poco a poco empieza a paralizarme. Mi respiración, lejos de tornarse agitada se vuelve pesada. Inhalar me cuesta enormidades y la opresión en mi pecho, dificulta la facultad básica del ser humano, que es llenar los pulmones de oxígeno. Tranquilidad; es lo que necesito, pues ésto aún no terminó. No voy a irme sin la afirmativa de Sergio. No le daré el gusto a David ni loca. Definitivamente ni loca, me presentaré en su despacho con un papel que oficie de antesala a la sentencia de muerte. Porque sin mucho preámbulo, o rodeos tontos, el que daddy sepa de mi desliz durante el fin de semana en Napa, implica más que la ruptura de un contrato. Significaría perderlo todo y, a su vez lo que no tengo: l

