Poso mi mano en el trasero y froto suavemente la zona azotada. Le dirijo una ojeada amenazante y despertando más carcajadas masculinas, empezamos a caminar colinas abajo en dirección a los viñedos. —Quizá pueda repetirlo en otro momento —insinúa con su picardía habitual, anudándose la chaqueta a la altura de la cadera, luciendo solamente la camisa desprendida. Chasqueo la lengua y niego de inmediato. —¡Cómo vuelvas a hacerlo vas a lamentarlo! —advierto al trote, evitando perder el equilibrio y rodar por el pastizal. La risa grave, ronca y viril se escucha a mis espaldas —¡Me corrijo! —dice adelantándose y ganándome en la llegada a la viña—. Tengo entendido, ¡que conste, no doy fe!, que en otras circunstancias, las palmaditas son muy excitantes, brujita rubia. —¡Ajá! —ironizo brin

