Entre el sonido de las olas, la brisa marina, el olor a sal y el brillante sol ardiente, mis párpados se cerraron y me rendí tumbada en la arena. Un diminuto diluvio sobre mi cuerpo hizo que abriera mis ojos, la figura de Lissandro estaba parada en frente de mí sacudiendo su cabello, con una risa juguetona. —¡Ay! ¡Lissandro me estás mojando! —Dije cubriéndome torpemente con las manos. —¡Vamos! ¡Levántate! —Dijo halándome por el brazo. —¡No quiero! ¡No quiero! ¡Estoy tomando el sol! —Dije haciendo un puchero. —Ya que no quieres por las buenas, tendré que hacerlo por las malas. —Dijo de manera sería. —¡Ayyy! ¡Bájame! —Gritaba entre los brazos de Lissandro que me llevaba cargada rumbo al mar. —¡Por favor, Lissandro! ¡No me lan... —¡Paf! ¡Glu! ¡Glu! ¡Glu! —Me lanzo en el agua. Salí de