Capítulo 12

4991 Words
—¿Quieres que renuncie a él? ¿Que aborte? Se le revolvieron las tripas. No podía leer la expresión en la cara de Blake y no sabía en qué estaba pensando. ¿Se lo había preguntado para saber su opinión o quería eliminar el embarazo de la ecuación y seguir como hasta entonces? —Responderé a tus preguntas cuando tú hayas respondido a las mías. Parecía justo. —En ningún momento he considerado otra posibilidad que no sea tener al niño. Los hombros de Blake se hundieron. ¿Eso significaba alivio o resolución? —¿Blake? —Me alegro de oírlo —respondió Blake con una sonrisa. —¿De verdad? —De verdad. Sé que todo esto está pasando muy deprisa y no como habíamos planeado, pero... —¿Pero? Blake se levantó de la hamaca y empezó a andar por la terraza. —Así es como yo veo las cosas. No somos niños. Hace diez años mis pensamientos habrían sido distintos y los tuyos también, o eso me parece a mí. —Esperó a que Samantha asintiera antes de continuar—. Cuando dos personas que ya no son niños se quedan embarazadas, siguen adelante y tienen al bebé. Lo bueno que tenemos nosotros es que ya estamos casados. «Oh, Dios mío. Está pensando en el futuro.» —La idea no era seguir casados. Blake dejó de pasear y se sentó en el borde de la hamaca de Samantha. —Lo sé. Y quizá no lo hagamos. Creo que un bebé cambia las cosas. No, rectifico, sé que un bebé cambia las cosas, pero hasta que ambos sepamos qué queremos exactamente, propongo que sigamos adelante paso a paso. —¿Y eso qué quiere decir? —Me gusta cómo estamos, Samantha. Me gusta volver a casa y que estés aquí. Hasta que uno de los dos quiera cambiar eso, propongo que continuemos tal y como estamos ahora. —Sus ojos buscaron los de Samantha. —¿Y cuando se acabe el año? ¿Cuando el niño haya nacido? —El plazo de un año no tiene por qué cambiar. Samantha lo sabía, pero oírlo de su boca fue como un jarro de agua fría en la cara. —No querías oír eso —dijo Blake al ver su reacción. —No. Es lo que acordamos. La mano de Blake se deslizó tobillo arriba hasta la rodilla. —¿Quieres más de un año? —Ahora mismo no sé lo que quiero. Acabo de descubrir que estoy embarazada. Voy a ser madre y eso es para siempre. Es el único hecho irrefutable que sé que va a suceder. Todo lo demás es un gran signo de interrogación. —Entonces déjame que te cuente más hechos irrefutables —le dijo, dándole una palmada en la rodilla—. Yo voy a ser el padre de esa criatura. No os abandonaré ni a ti ni al niño. Tienes mi palabra. Samantha sabía que decía la verdad. El haragán de su padre no se parecía en nada a Blake. —¿Te puedo preguntar algo? —Sabía que se arriesgaba al preguntar, pero necesitaba saber qué pensaba él. —Por supuesto. —¿Tú quieres más de un año? Blake guardó silencio unos segundos y luego tomó aire. —Creo que se lo debemos al niño, que deberíamos darle la opción de disponer de más tiempo. —¿Seguir casados por el bebé? —Desde luego, parecía sacado de un culebrón de tres al cuarto, pensó Sam. En lugar de responder, Blake contratacó con otra pregunta. —¿Te gusta vivir aquí conmigo? «Qué pregunta tan tonta. Por supuesto que sí.» —No está mal. Blake se rió. —Pues olvidémonos de fechas límite y contratos, al menos hasta que cambiemos de opinión y lo nuestro nos parezca horrible. —¿Podemos hacerlo? —Cariño, podemos hacer lo que nos dé la real gana. Ahora era Samantha la que se reía. Una risa sincera que no se había vuelto a repetir desde la visita al ginecólogo. —Hasta que nos parezca horrible entonces. Opino que los mareos matutinos son horribles. Blake se rió a carcajadas y se acercó a ella. —Eso no cuenta. He oído que la comida a domicilio también es horrible. —Sí, bueno, eso tampoco debería contar. Engordaré. Eso sí es horrible. La mano de Blake se deslizó por el muslo de Samantha hasta la cadera y se detuvo en su —de momento—, vientre plano. —Apuesto a que estarás preciosa con barriguita de embarazada. —Ja, eso lo dices ahora. Seguro que más adelante te parece horrible. Sus cálidos dedos le acariciaron la cintura y siguieron subiendo hasta las costillas. Cuando llegó a la curva del pecho de Samantha, le acarició el pezón por encima de la tela. —Esto se hinchará y a mí no me parecerá horrible. —Su voz se había convertido en un susurro grave. Samantha se mordió el labio. —Tengo entendido que me dolerán y que no podrás ni acercarte a ellas. Eso sí será horrible. Blake se inclinó sobre ella. El calor de su aliento se coló entre los labios de ella. —Estoy dispuesto a aguantarlo todo si tú también lo estás. —¿Me estás retando? —Quizá —respondió él con un destello de picardía en la mirada. —Que sepas cómo manipularme tan fácilmente es, sin lugar a dudas, lo más horrible de todo. Los labios de él permanecieron inmóviles, sin llegar a rozar la boca de Samantha pero muy cerca. —¿Ya te parezco horrible? —Creo que podré soportarlo. Un breve roce de sus labios no era suficiente. Samantha se acercó a él en busca de más, pero él se apartó apenas unos centímetros. —Me alegro de que la madre de mi hijo vayas a ser tú —le confesó—. Vas a ser una madre increíble. —Eso no lo sabes. —Te equivocas, lo sé. La besó con tanta entrega que Samantha empezó a ver estrellitas flotando a su alrededor y se olvidó de que estaban al aire libre, donde cualquiera podía estar mirando. Entre sus brazos, mientras él le cubría de besos los labios, el cuello y el mentón, Samantha pensó que el mundo no era un sitio tan malo. Los mareos matutinos, en lugar de mejorar, fueron a peor. Todos los días Blake le repetía, con la disciplina de un soldado, que sí, que los vómitos eran horribles, pero que él la ayudaría a llevarlos lo mejor posible hasta que desaparecieran. Decidieron guardar en secreto el embarazo hasta el segundo trimestre básicamente por el riesgo de complicaciones y abortos espontáneos. El ginecólogo les aseguró que después del segundo mes no tendrían de qué preocuparse, pero aun así ellos prefirieron esperar antes de decírselo a nadie. Samantha ni siquiera se lo contó a Eliza, lo cual fue cualquier cosa menos fácil, pero creía que era mejor que su amiga no lo supiera aún para evitar que se le escapara sin querer mientras hablaba con alguien. Blake estuvo a su lado, tal y como había prometido. De vez en cuando no tenía más remedio que volar a Europa, pero los viajes siempre eran cortos, de tres días como mucho. Samantha lo pasaba mal cuando se iba, pero tenerle de nuevo en casa siempre era maravilloso. Las semanas se sucedían a una velocidad vertiginosa. Las noches eran una experiencia memorable en los brazos de Blake. Hasta que un día, tal y como el ginecólogo había pronosticado, el hada de los mareos matutinos interrumpió sus visitas diarias. Un día, Blake regresó a casa tras pasar el día en la oficina. Samantha había dedicado la jornada a retirar cuadros y a mover los muebles de la habitación que había frente al dormitorio. Estaba levantando una mesita de noche cuando oyó la voz alarmada de Blake gritando desde la puerta. —¿Se puede saber qué demonios estás haciendo? Samantha soltó la mesita y a punto estuvo de aplastarse un dedo del pie. —Me has asustado —le dijo. Blake se dirigió hacia ella con las manos en la cadera. —No deberías estar levantando muebles. —Sus ojos recorrieron la estancia—. ¿Has sacado tú todo lo que había aquí? Solo quedaba el armario, la cama y las mesitas. —Sí, ¿por qué? Dijimos que este sería el dormitorio del bebé —respondió Samantha con un hilo de voz para que Louise, que estaba limpiando el dormitorio principal, no oyera nada. —Esto no está bien —susurró Blake, y dándose la vuelta gritó—: ¿Louise? ¿Mary? —¿Qué estás haciendo? Louise apareció en la habitación casi a la carrera, visiblemente alarmada. —¿Va todo bien? —Ve a buscar a Neil —le dijo Blake. Samantha tomó el brazo de su marido, debatiéndose entre la confusión y la alarma. Por mucho que insistió, no consiguió que le contara qué estaba pasando. Blake esperó a tener a sus tres empleados delante antes de decir una sola palabra. Y cuando finalmente lo hizo, Samantha se quedó muda de la sorpresa. —Samantha está embarazada. No daba crédito a lo que estaba pasando. Ambos habían acordado no decir nada a nadie hasta la próxima visita con el ginecólogo, aunque en cuestión de segundos comprendió sus motivaciones. —Lo sabía —dijo Louise, mirando a Mary de soslayo. Mary se encogió de hombros y recibió la noticia con una sonrisa maternal. —Por supuesto que sí. —¿Lo sabíais? —preguntó Samantha. —Querida, vivimos aquí. Pues claro que lo sabíamos. Blake miró a Neil. —A mí no me mire. No tenía ni idea. —Si sabéis que Samantha está embarazada, ¿por qué permitís que se dedique a mover muebles por toda la casa? Neil miró a su alrededor. —No quería que la ayudáramos. —No necesito que me ayuden —se defendió Samantha, a ella misma y a sus empleados—. ¿Dónde está el problema? Neil dio un paso al frente. —Las embarazadas no pueden cargar peso. Blake sonrió y le dio una palmadita en la espalda. —Al fin alguien que me entiende. —¿Por eso tanto revuelo? ¿No me crees capaz de vaciar un dormitorio? —Samantha empezaba a enfadarse por momentos, ella que aborrecía el machismo... —A partir de ahora, no quiero que Samantha levante nada que pueda pesar más que un plato de comida o una bolsa llena de ropa. Y si la bolsa pesa mucho, ni siquiera eso. —Blake habló mirándola a ella, pero en realidad se dirigía al personal. —Espera un momento... Mary retrocedió y le hizo una seña a Louise. —Creo que deberíamos dejarlos a solas. —Blake tiene razón —intervino la voz de Neil—. Permítame que la ayude con todo esto. Podría hacerse daño usted o al bebé. Samantha levantó un brazo en alto cuando vio que Neil pasaba junto a ella y se disponía a levantar la mesita de noche. —Quieto ahí. Estoy embarazada, no enferma. El ginecólogo no dijo nada de restricciones. —Neil —intervino Mary—, creo que deberíamos dejar solos a los señores para que lo solucionen sin nuestra ayuda. Los tres se dirigieron hacia la puerta en silencio, mientras Samantha se mordía la lengua e intentaba controlar su ira y Blake erguía la cabeza, decidido a no dar el brazo a torcer. —Creí que habíamos decidido entre los dos no contarle a nadie lo del bebé. Blake miró a su alrededor. —Pues ese punto no lo hemos cumplido. Maldita sea, Samantha, podrías haberte hecho daño arrastrando cosas de un lado para otro. —No son más que cosas. —Cosas pesadas que tú no deberías levantar. —Venga, por favor... Blake puso una mano en alto para silenciar las protestas. —¿Y si levantaras esta mesita —preguntó, dándole una patada a la madera— y notaras un dolor en el vientre? Samantha sintió un escalofrío que la cogió desprevenida. —Eso no tiene por qué pasar. —Pero ¿y si pasara? Miró a su alrededor y de repente fue consciente por primera vez del tamaño de la cama, de la masa imponente del armario que estaba decidida a sacar de la habitación antes de que Blake la interrumpiera. Quizá tenía razón. —Puedo cargar las bolsas después de una tarde de compras —respondió finalmente con un hilo de voz. Blake se acercó a su mujer y la abrazó. Podía notar la frialdad de sus manos acariciándole la espalda y el rápido latido de su corazón dentro del pecho. Estaba preocupado, genuinamente sorprendido por sus acciones. La parte más emocional de Samantha suspiró aliviada al constatar cuánto se preocupaba por ella; la más independiente agitó el puño en alto. —Por favor, prométeme que otra vez pedirás ayuda. Samantha nunca prometía nada que no pensara cumplir, así que no se apresuró a responder lo que Blake necesitaba oír. —Prométemelo —insistió él, dando un paso atrás y sujetándole la cabeza entre las manos. —Esta mañana, cuando me he levantado, me sentía genial. Creo que se han acabado los mareos. —Prométemelo. —Blake no pensaba rendirse. —Vale, está bien. No levantaré peso. ¿Satisfecho? —La respuesta sonó más áspera de lo que Samantha pretendía, pero, a juzgar por su sonrisa, a Blake no parecía importarle. —¿Me lo prometes? —¡Te lo prometo! —exclamó ella, dándole un empujón en el pecho—. Santo Dios, ¿es que siempre te sales con la tuya? Blake asintió. —Prometo abalanzarme sobre cualquier cosa que necesites levantar. Cuando quieras que haga algo, no tendrás que repetírmelo dos veces. —Vale, machote, más acción y menos palabrería. Quiero que me vacíes la habitación para empezar a preparar las paredes para pintarlas. Blake abrió los ojos como platos y frunció los labios. —¿Con el olor que desprende la pintura? —preguntó. Samantha supo al instante que tendría que hacer unas cuantas promesas más antes de que se hiciera de noche. Al final, prometió dejarle el trabajo duro a Blake y a quienquiera que él contratase para ello. A cambio, ella tenía rienda suelta para señalar, gastar y ordenar tantos cambios como creyera necesarios. En lugar de comunicar por carta a los abogados de su padre la futura llegada de su heredero, Blake optó por una presentación mucho más espectacular. En cuanto Samantha se sintió lo suficientemente bien como para viajar, organizaron un viaje al hogar de sus ancestros para compartir la noticia con el resto de la familia. La pequeña cena festiva bullía de excitación hasta que Blake pidió silencio y cogió a Samantha de la mano. —Supongo que muchos de vosotros os debéis de estar preguntando por qué os hemos reunido aquí esta noche. —Ya sabes que me encantan las suposiciones —dijo su madre desde el otro extremo de la mesa. Todos a su alrededor rompieron a reír y esperaron a que Blake continuara. —Samantha y yo esperamos nuestro primer hijo para finales de enero. —Lo sabía. —Gwen se puso en pie de un salto y rodeó la mesa para abrazar a Samantha y luego a su hermano. Los presentes se deshicieron en felicitaciones y buenas intenciones. Si alguien tenía dudas sobre cuándo se había quedado embarazada, no dijo ni una sola palabra al respecto. Howard captó la mirada de Blake desde el otro extremo de la mesa, y sus labios dibujaron una fina línea recta. Blake siempre había culpado a su padre por la mala relación que existía entre los dos primos. Si no le hubiera nombrado su segundo heredero, tal vez Blake y Howard estarían más unidos. Tristemente la realidad era bien distinta. Paul se acercó a su hijo y le susurró algo, y Blake centró la atención en su mujer. Samantha irradiaba orgullo y ese brillo especial que tanta gente atribuía a las embarazadas. Llevaba un vestido de verano con las mangas cortas y un cinturón alrededor de su —por momento— minúscula cintura. Blake se había dado cuenta de que empezaba a tener los pechos ligeramente más grandes y también más sensibles cuando hacían el amor. Cada mañana descubría una nueva maravilla. En la última visita al ginecólogo antes de volar a Gran Bretaña, habían escuchado el latido acelerado del corazón de su hijo. A Samantha se le habían llenado los ojos de lágrimas y a él se le había hecho un nudo en la garganta. De repente sintió un amor incondicional hacia su hijo, una emoción más sólida que cualquier otra que hubiese experimentado en toda su vida. Bueno, casi, musitó. Buscó con la mirada a su mujer, engullida por una marea de personas que esperaban para poder abrazarla. Descubrir el amor que sentía por su hijo le había llevado a darse de bruces con otra realidad. El amor que sentía por Samantha. En lugar de huir de tantas emociones potencialmente devastadoras, Blake las sujetó contra su pecho como si fueran una buena mano en una partida de póker. Tendría tiempo suficiente para descifrar los sentimientos de Samantha antes de confiarle los suyos. Al fin y al cabo, estaba acostumbrado a jugar sus cartas hasta asegurarse de ganar la partida. Al final de la noche, Parker se acercó a hablar con él justo antes de abandonar la fiesta. —Veo que se ha asegurado todos los puntos del testamento de su padre. Dicho así, Blake no pudo evitar sentir que una fina capa de suciedad le nublaba la conciencia. No había hecho nada malo para conseguir su objetivo, pero tampoco le había contado a Samantha la necesidad de asegurarse un heredero si quería cobrar la herencia. —Eso parece —respondió Blake. Parker le ofreció la mano. —Nos reuniremos tras el nacimiento y firmaremos los papeles del testamento. Felicidades de nuevo. —Gracias. Mientras seguía a Parker con la mirada mientras este salía de su casa, Blake notó que alguien le observaba. Cuando se dio la vuelta, se encontró a Samantha en medio del recibidor. —El abogado de tu padre, ¿verdad? Blake asintió levemente con la cabeza. —Eran amigos íntimos. Samantha se acercó a Blake y colocó una mano en su cintura antes de apoyarse en él. —Supongo que ahora ya no podrá dudar de tus intenciones —dijo, desviando la mirada hacia la puerta. —Me temo que seguirá dudando hasta que nazca el niño. Samantha apoyó la cabeza en el hombro de su marido y disimuló un bostezo con la mano. —Estás cansada. Deberíamos irnos a la cama. —Pero aún queda mucha gente que ha venido a verte. —Pues tendrán que arreglárselas sin nosotros. Samantha no se resistió. Era evidente que estaba muy cansada, así que Blake la cogió de la mano y desaparecieron escaleras arriba. Blake y Samantha se quedaron un par de días en Nueva York de regreso a California. Mientras Blake se reunía con su abogado, Sam se enfrentó al calor sofocante de Manhattan y aprovechó para hacer un montón de compras totalmente innecesarias. Por mucho que intentara concentrarse en la ropa premamá que le hacía falta, no podía evitar sentir una atracción irresistible hacía la sección infantil de los centros comerciales. Quizá fuera porque todos los que tenían que saber que estaba embarazada ya lo sabían, pero Sam sentía la extraña necesidad de comprar de todo. No saber el sexo del niño dificultaba las cosas, pero nada que no se pudiera salvar comprando un conjunto verde por aquí y otro amarillo por allá. Encontró un arrullo blanco tejido a mano para envolver al niño cuando salieran del hospital camino de casa. Con los brazos cargados de bolsas, Samantha estaba rebuscando entre minúsculos calcetines y peluches varios cuando sintió una mano en el hombro. Allí estaba la víbora con su melena rubia al viento. —¿Por qué no me sorprende encontrarte aquí? —preguntó Vanessa con su lengua viperina asomando entre los labios pintados de rosa. A Samantha poco le importaba lo que pensara aquella mujer y no tenía la menor intención de entablar una conversación con ella. De todas formas, ¿qué probabilidades tenía de encontrarse accidentalmente con ella en una ciudad del tamaño de Nueva York? Sam sabía que vivía allí, pero ¿qué posibilidades había? —Vanessa. Vanessa señaló el sonajero con forma de elefante que Samantha sostenía en la mano. —Qué monada. ¿Para cuándo esperas tu retoño? —No es asunto tuyo. —Samantha dejó el sonajero donde lo había encontrado y se dio la vuelta, dispuesta a alejarse. —Déjame que haga mis cálculos. —Vanessa le bloqueó la salida, acorralándola entre una estantería llena de parafernalia para bebés y una serpiente venenosa—. ¿Antes del cumpleaños de Blake? No era muy difícil de imaginar y tampoco tenía importancia. —¿Tienes envidia, Vanessa? ¿Tanto te ha afectado que Blake no te escogiera a ti? Vanessa echó la cabeza hacia atrás y soltó una sonora carcajada. —Por favor. Ese cerdo manipulador. Es más fácil ver su verdadera naturaleza cuando no se está cerca de él. Lástima que tú no te hayas dado cuenta a tiempo... —Vanessa dejó las palabras en el aire y bajó la mirada hasta el vientre de Samantha. Sam se cubrió la barriga con la mano como para proteger a su hijo de la mirada de aquella horrible mujer. —Blake es una de las personas más entregadas que he conocido. —Blake solo se preocupa por sí mismo. Me pregunto si te pidió que tuvieras un hijo suyo o si una noche se olvidó de utilizar protección «por accidente» —dijo Vanessa, imitando la forma de unas comillas con los dedos. La conversación había coronado la cima de lo extraño y ahora se precipitaba ladera abajo hacia lo estrambótico. —No tengo tiempo para estas cosas, Vanessa. Si me disculpas... Samantha se apartó pero Vanessa la cogió del brazo. —Dios mío, no lo sabes, ¿verdad? Sam tiró del brazo pero la otra mujer se negaba a soltarla. De repente sintió un ataque de pánico inexplicable, parecido a la sensación que un perro debe de tener cuando hay un terremoto, que la dejó sin habla. —Sabes que Blake necesita un heredero para recibir la herencia, ¿no? «¿Qué?» Vanessa sonrió abiertamente y apartó la mano del brazo de Samantha. —Pobrecita. Me pregunto cómo lo ha hecho. ¿Te ha escondido las píldoras? ¿O habrá agujereado los preservativos? A Samantha empezaba a dolerle la mandíbula y tenía los músculos del cuello tan tensos que en cualquier momento empezarían a partirse. ¿De qué demonios hablaba Vanessa? De pronto recordó las palabras de Parker. «Veo que se ha asegurado todos los puntos del testamento de su padre.» No estaba dispuesta a ser el hazmerreír de Vanessa durante más tiempo, de modo que dio media vuelta y salió de la tienda tan deprisa como pudo. Quería poner tierra de por medio a toda costa y el calor era tan intenso que enseguida empezó a sudar. «Blake necesita un heredero para poder cobrar la herencia.» Las palabras se repetían como un eco infinito dentro de su cabeza. ¿Sería verdad? Si lo era, tenía sentido que Blake hubiera recibido la noticia con tanta calma. Samantha creía que eso era precisamente lo único que él no quería de su matrimonio temporal con ella. No era de extrañar que no hubiera perdido la cabeza al saber que iba a ser padre. Ni siquiera se había encogido de hombros. Es más, ¿le había sorprendido? No, ahora que pensaba en ello, Samantha comprendió que no. Ya no tenía por qué hacerle más promesas por el bien del bebé. Ni una más. De todas formas, Blake se había comprometido a ser un buen padre y a estar disponible siempre que su hijo lo necesitara. Sam se negaba a permitir que los sentimientos tomaran el control sobre su cerebro. Paró un taxi y se dirigió hacia el condominio que Blake tenía en la costa este de Manhattan. Ya había estado allí dos veces, siempre en viajes hacia o desde Europa. Cuando por fin entró en el edificio y sintió el frío aire climatizado del lugar, empezaba a caer la tarde sobre la ciudad. Sin quitarse las gafas de sol, Samantha saludó al portero y se dirigió hacia los ascensores evitando cualquier tipo de conversación. A diferencia de la casa de Malibú, allí no había sirvientas ni cocineros con los que cruzarse. Tiró las bolsas sobre el sofá y encendió el portátil de la habitación extra que Blake utilizaba como despacho. Necesitaba hacer unas comprobaciones antes de enfrentarse a Blake y pedirle explicaciones de lo que le había contado Vanessa. El porcentaje de error de los preservativos era algo que le había parecido extraño desde el principio. Los hombres responsables como él utilizaban condones toda su vida y se las arreglaban para que nunca nadie tuviera que llamarlos «papá». Entonces, ¿qué había cambiado? ¿Por qué con ella no había funcionado? Sus dedos volaron sobre el teclado. En apenas unos minutos, había encontrado varias páginas de salud en las que se hablaba de los condones, de su uso y de su efectividad. Por un momento creyó que no encontraría nada útil, hasta que dio con una web que se titulaba «¿Por qué fallan los preservativos?». La página estaba llena de información general y en ella se hablaba de condones y de por qué se rompían. Pero a ellos nunca les había pasado, al menos que Samantha supiera. También incluía algunas entrevistas a mujeres que habían acabado formando parte de esa estadística del dos por ciento. Muchas de ellas confesaban malos hábitos, roturas e incluso que el látex estaba caducado. Aun así, Blake y ella solo habían mantenido relaciones durante un mes antes de que ella descubriera que estaba embarazada. Era como si no hubieran utilizado protección desde el principio. ¿Cómo podía un hombre asegurarse de dejar embarazada a una mujer? Incluso en sus momentos más tórridos, sus relaciones siempre habían sido seguras. Samantha se levantó de la mesa y se dirigió hacia el lavabo. Habían utilizado el dormitorio de camino a la recepción, así que parecía razonable que el condón de aquella noche hubiera salido de la caja que había en el cajón de la mesita. La misma caja que aún seguía allí. Samantha comprobó que faltaban meses para que caducaran. Apenas quedaban unos cuantos. Se llevó la caja al lavabo y sacó uno de los envoltorios. Con cuidado de no dañarlo, lo abrió y sacó el contenido. Todo parecía normal. Por puro instinto, puso la boca del preservativo bajo el grifo y lo abrió. Al principio no pasó nada. Pero cuando cerró el grifo y observó de cerca la punta del condón, vio que empezaba a formarse una minúscula gota de agua. Primero fue una, luego otra, hasta que al final el goteo fue constante. Samantha sintió que el corazón le daba un vuelco. Le temblaban las manos, las rodillas, hasta el labio inferior. Dejó el preservativo dentro del lavamanos y cogió otro. El proceso fue exactamente el mismo. Incapaz de creer lo que le decían sus ojos, o lo que le gritaba su cerebro, Samantha sacó un tercer condón de la caja y volvió al dormitorio. Apagó las luces del techo, puso el paquete sobre la bombilla de una lámpara y la encendió. Un minúsculo rayó de luz atravesó el plástico como si fuese un faro. A pesar de la sinceridad, a pesar de la intención de abrirse el uno al otro, Blake había ejecutado su plan para conseguir un heredero manipulándola a su antojo para que creyera que no había sido más que un accidente. ¿Cómo había podido ser tan inocente? ¿Tan crédula? Recogió los condones y los escondió en el fondo de la papelera para que nadie los encontrara, mientras las lágrimas le caían por las mejillas. Guardó uno en el bolso y dejó dos más junto a la cama. Si había algo que Samantha odiaba era que alguien la utilizara como un peón en su propio beneficio. ¿Cómo había podido hacerle algo así el hombre del que se había enamorado? ¿Cómo iba a sobrevivir a partir de entonces sin él? —Samantha está embarazada —le dijo Blake a su abogado en la privacidad de su despacho. —Así que por una vez las revistas dicen la verdad. —Jeff levantó una revistilla de mala muerte sujetándola con la punta de los dedos y la tiró sobre la mesa. Blake no había visto la portada, pero leyó el titular que ocupaba toda la parte superior de la página: «De duque a papá». —He pensado que tenía que decírtelo yo mismo para que no hicieras suposiciones. Las cosas deberían calmarse a partir del año que viene. —Le pediré a Parker que me envíe la documentación para la semana de tu cumpleaños y en unas semanas lo tendremos todo encarrilado. —Jeff se acomodó en su silla y sonrió—. No me puedo creer que lo hayas hecho. —¿El qué? —preguntó Blake, cruzando las piernas y apoyando el tobillo en la rodilla opuesta. —Convencerla para que se quedara embarazada. ¿Qué le has ofrecido a cambio? ¿Diez millones más? Al oír las palabras de Jeff, Blake sintió que se le ponía el vello de punta. —Nada de eso. Ha sido cosa del destino. —¿En serio? —No es el primer embarazo no buscado de la historia. —Eso dicen las ex esposas de mis clientes cuando les piden la pensión. En mi opinión, los accidentes no pasan porque sí.
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