—¿Quieres que renuncie a él? ¿Que aborte?
Se le revolvieron las tripas. No podía leer la expresión en la cara
de Blake y no sabía en qué estaba pensando. ¿Se lo había
preguntado para saber su opinión o quería eliminar el embarazo de la
ecuación y seguir como hasta entonces?
—Responderé a tus preguntas cuando tú hayas respondido a las
mías.
Parecía justo.
—En ningún momento he considerado otra posibilidad que no
sea tener al niño.
Los hombros de Blake se hundieron. ¿Eso significaba alivio o
resolución?
—¿Blake?
—Me alegro de oírlo —respondió Blake con una sonrisa.
—¿De verdad?
—De verdad. Sé que todo esto está pasando muy deprisa y no
como habíamos planeado, pero...
—¿Pero?
Blake se levantó de la hamaca y empezó a andar por la terraza.
—Así es como yo veo las cosas. No somos niños. Hace diez
años mis pensamientos habrían sido distintos y los tuyos también, o
eso me parece a mí. —Esperó a que Samantha asintiera antes de
continuar—. Cuando dos personas que ya no son niños se quedan embarazadas, siguen adelante y tienen al bebé. Lo bueno que
tenemos nosotros es que ya estamos casados.
«Oh, Dios mío. Está pensando en el futuro.»
—La idea no era seguir casados.
Blake dejó de pasear y se sentó en el borde de la hamaca de
Samantha.
—Lo sé. Y quizá no lo hagamos. Creo que un bebé cambia las
cosas. No, rectifico, sé que un bebé cambia las cosas, pero hasta que
ambos sepamos qué queremos exactamente, propongo que sigamos
adelante paso a paso.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Me gusta cómo estamos, Samantha. Me gusta volver a casa y
que estés aquí. Hasta que uno de los dos quiera cambiar eso,
propongo que continuemos tal y como estamos ahora. —Sus ojos
buscaron los de Samantha.
—¿Y cuando se acabe el año? ¿Cuando el niño haya nacido?
—El plazo de un año no tiene por qué cambiar.
Samantha lo sabía, pero oírlo de su boca fue como un jarro de
agua fría en la cara.
—No querías oír eso —dijo Blake al ver su reacción.
—No. Es lo que acordamos.
La mano de Blake se deslizó tobillo arriba hasta la rodilla.
—¿Quieres más de un año?
—Ahora mismo no sé lo que quiero. Acabo de descubrir que
estoy embarazada. Voy a ser madre y eso es para siempre. Es el
único hecho irrefutable que sé que va a suceder. Todo lo demás es un
gran signo de interrogación.
—Entonces déjame que te cuente más hechos irrefutables —le
dijo, dándole una palmada en la rodilla—. Yo voy a ser el padre de esa
criatura. No os abandonaré ni a ti ni al niño. Tienes mi palabra.
Samantha sabía que decía la verdad. El haragán de su padre no
se parecía en nada a Blake.
—¿Te puedo preguntar algo? —Sabía que se arriesgaba al
preguntar, pero necesitaba saber qué pensaba él.
—Por supuesto.
—¿Tú quieres más de un año?
Blake guardó silencio unos segundos y luego tomó aire.
—Creo que se lo debemos al niño, que deberíamos darle la
opción de disponer de más tiempo.
—¿Seguir casados por el bebé? —Desde luego, parecía sacado de un culebrón de tres al cuarto, pensó Sam.
En lugar de responder, Blake contratacó con otra pregunta.
—¿Te gusta vivir aquí conmigo?
«Qué pregunta tan tonta. Por supuesto que sí.»
—No está mal.
Blake se rió.
—Pues olvidémonos de fechas límite y contratos, al menos hasta
que cambiemos de opinión y lo nuestro nos parezca horrible.
—¿Podemos hacerlo?
—Cariño, podemos hacer lo que nos dé la real gana.
Ahora era Samantha la que se reía. Una risa sincera que no se
había vuelto a repetir desde la visita al ginecólogo.
—Hasta que nos parezca horrible entonces. Opino que los
mareos matutinos son horribles.
Blake se rió a carcajadas y se acercó a ella.
—Eso no cuenta. He oído que la comida a domicilio también es
horrible.
—Sí, bueno, eso tampoco debería contar. Engordaré. Eso sí es
horrible.
La mano de Blake se deslizó por el muslo de Samantha hasta la
cadera y se detuvo en su —de momento—, vientre plano.
—Apuesto a que estarás preciosa con barriguita de embarazada.
—Ja, eso lo dices ahora. Seguro que más adelante te parece
horrible.
Sus cálidos dedos le acariciaron la cintura y siguieron subiendo
hasta las costillas. Cuando llegó a la curva del pecho de Samantha, le
acarició el pezón por encima de la tela.
—Esto se hinchará y a mí no me parecerá horrible. —Su voz se
había convertido en un susurro grave.
Samantha se mordió el labio.
—Tengo entendido que me dolerán y que no podrás ni acercarte
a ellas. Eso sí será horrible.
Blake se inclinó sobre ella. El calor de su aliento se coló entre los
labios de ella.
—Estoy dispuesto a aguantarlo todo si tú también lo estás.
—¿Me estás retando?
—Quizá —respondió él con un destello de picardía en la mirada.
—Que sepas cómo manipularme tan fácilmente es, sin lugar a
dudas, lo más horrible de todo.
Los labios de él permanecieron inmóviles, sin llegar a rozar la boca de Samantha pero muy cerca.
—¿Ya te parezco horrible?
—Creo que podré soportarlo.
Un breve roce de sus labios no era suficiente. Samantha se
acercó a él en busca de más, pero él se apartó apenas unos
centímetros.
—Me alegro de que la madre de mi hijo vayas a ser tú —le
confesó—. Vas a ser una madre increíble.
—Eso no lo sabes.
—Te equivocas, lo sé.
La besó con tanta entrega que Samantha empezó a ver
estrellitas flotando a su alrededor y se olvidó de que estaban al aire
libre, donde cualquiera podía estar mirando.
Entre sus brazos, mientras él le cubría de besos los labios, el
cuello y el mentón, Samantha pensó que el mundo no era un sitio tan
malo.
Los mareos matutinos, en lugar de mejorar, fueron a peor. Todos
los días Blake le repetía, con la disciplina de un soldado, que sí, que
los vómitos eran horribles, pero que él la ayudaría a llevarlos lo mejor
posible hasta que desaparecieran. Decidieron guardar en secreto el
embarazo hasta el segundo trimestre básicamente por el riesgo de
complicaciones y abortos espontáneos. El ginecólogo les aseguró que
después del segundo mes no tendrían de qué preocuparse, pero aun
así ellos prefirieron esperar antes de decírselo a nadie.
Samantha ni siquiera se lo contó a Eliza, lo cual fue cualquier
cosa menos fácil, pero creía que era mejor que su amiga no lo supiera
aún para evitar que se le escapara sin querer mientras hablaba con
alguien.
Blake estuvo a su lado, tal y como había prometido. De vez en
cuando no tenía más remedio que volar a Europa, pero los viajes
siempre eran cortos, de tres días como mucho. Samantha lo pasaba
mal cuando se iba, pero tenerle de nuevo en casa siempre era
maravilloso.
Las semanas se sucedían a una velocidad vertiginosa. Las
noches eran una experiencia memorable en los brazos de Blake.
Hasta que un día, tal y como el ginecólogo había pronosticado, el hada
de los mareos matutinos interrumpió sus visitas diarias.
Un día, Blake regresó a casa tras pasar el día en la oficina.
Samantha había dedicado la jornada a retirar cuadros y a mover los
muebles de la habitación que había frente al dormitorio. Estaba
levantando una mesita de noche cuando oyó la voz alarmada de Blake
gritando desde la puerta.
—¿Se puede saber qué demonios estás haciendo?
Samantha soltó la mesita y a punto estuvo de aplastarse un
dedo del pie.
—Me has asustado —le dijo.
Blake se dirigió hacia ella con las manos en la cadera.
—No deberías estar levantando muebles. —Sus ojos recorrieron
la estancia—. ¿Has sacado tú todo lo que había aquí?
Solo quedaba el armario, la cama y las mesitas.
—Sí, ¿por qué? Dijimos que este sería el dormitorio del bebé
—respondió Samantha con un hilo de voz para que Louise, que estaba limpiando el dormitorio principal, no oyera nada.
—Esto no está bien —susurró Blake, y dándose la vuelta gritó—:
¿Louise? ¿Mary?
—¿Qué estás haciendo?
Louise apareció en la habitación casi a la carrera, visiblemente
alarmada.
—¿Va todo bien?
—Ve a buscar a Neil —le dijo Blake.
Samantha tomó el brazo de su marido, debatiéndose entre la
confusión y la alarma. Por mucho que insistió, no consiguió que le
contara qué estaba pasando. Blake esperó a tener a sus tres
empleados delante antes de decir una sola palabra.
Y cuando finalmente lo hizo, Samantha se quedó muda de la
sorpresa.
—Samantha está embarazada.
No daba crédito a lo que estaba pasando. Ambos habían
acordado no decir nada a nadie hasta la próxima visita con el
ginecólogo, aunque en cuestión de segundos comprendió sus
motivaciones.
—Lo sabía —dijo Louise, mirando a Mary de soslayo.
Mary se encogió de hombros y recibió la noticia con una sonrisa
maternal.
—Por supuesto que sí.
—¿Lo sabíais? —preguntó Samantha.
—Querida, vivimos aquí. Pues claro que lo sabíamos.
Blake miró a Neil.
—A mí no me mire. No tenía ni idea.
—Si sabéis que Samantha está embarazada, ¿por qué permitís
que se dedique a mover muebles por toda la casa?
Neil miró a su alrededor.
—No quería que la ayudáramos.
—No necesito que me ayuden —se defendió Samantha, a ella
misma y a sus empleados—. ¿Dónde está el problema?
Neil dio un paso al frente.
—Las embarazadas no pueden cargar peso.
Blake sonrió y le dio una palmadita en la espalda.
—Al fin alguien que me entiende.
—¿Por eso tanto revuelo? ¿No me crees capaz de vaciar un
dormitorio? —Samantha empezaba a enfadarse por momentos, ella
que aborrecía el machismo...
—A partir de ahora, no quiero que Samantha levante nada que
pueda pesar más que un plato de comida o una bolsa llena de ropa. Y
si la bolsa pesa mucho, ni siquiera eso. —Blake habló mirándola a
ella, pero en realidad se dirigía al personal.
—Espera un momento...
Mary retrocedió y le hizo una seña a Louise.
—Creo que deberíamos dejarlos a solas.
—Blake tiene razón —intervino la voz de Neil—. Permítame que
la ayude con todo esto. Podría hacerse daño usted o al bebé.
Samantha levantó un brazo en alto cuando vio que Neil pasaba
junto a ella y se disponía a levantar la mesita de noche.
—Quieto ahí. Estoy embarazada, no enferma. El ginecólogo no
dijo nada de restricciones.
—Neil —intervino Mary—, creo que deberíamos dejar solos a los
señores para que lo solucionen sin nuestra ayuda.
Los tres se dirigieron hacia la puerta en silencio, mientras
Samantha se mordía la lengua e intentaba controlar su ira y Blake
erguía la cabeza, decidido a no dar el brazo a torcer.
—Creí que habíamos decidido entre los dos no contarle a nadie
lo del bebé.
Blake miró a su alrededor.
—Pues ese punto no lo hemos cumplido. Maldita sea,
Samantha, podrías haberte hecho daño arrastrando cosas de un lado
para otro.
—No son más que cosas.
—Cosas pesadas que tú no deberías levantar.
—Venga, por favor...
Blake puso una mano en alto para silenciar las protestas.
—¿Y si levantaras esta mesita —preguntó, dándole una patada
a la madera— y notaras un dolor en el vientre?
Samantha sintió un escalofrío que la cogió desprevenida.
—Eso no tiene por qué pasar.
—Pero ¿y si pasara?
Miró a su alrededor y de repente fue consciente por primera vez
del tamaño de la cama, de la masa imponente del armario que estaba
decidida a sacar de la habitación antes de que Blake la interrumpiera.
Quizá tenía razón.
—Puedo cargar las bolsas después de una tarde de compras
—respondió finalmente con un hilo de voz.
Blake se acercó a su mujer y la abrazó. Podía notar la frialdad de sus manos acariciándole la espalda y el rápido latido de su corazón
dentro del pecho. Estaba preocupado, genuinamente sorprendido por
sus acciones. La parte más emocional de Samantha suspiró aliviada al
constatar cuánto se preocupaba por ella; la más independiente agitó el
puño en alto.
—Por favor, prométeme que otra vez pedirás ayuda.
Samantha nunca prometía nada que no pensara cumplir, así que
no se apresuró a responder lo que Blake necesitaba oír.
—Prométemelo —insistió él, dando un paso atrás y sujetándole
la cabeza entre las manos.
—Esta mañana, cuando me he levantado, me sentía genial.
Creo que se han acabado los mareos.
—Prométemelo. —Blake no pensaba rendirse.
—Vale, está bien. No levantaré peso. ¿Satisfecho? —La
respuesta sonó más áspera de lo que Samantha pretendía, pero, a
juzgar por su sonrisa, a Blake no parecía importarle.
—¿Me lo prometes?
—¡Te lo prometo! —exclamó ella, dándole un empujón en el
pecho—. Santo Dios, ¿es que siempre te sales con la tuya?
Blake asintió.
—Prometo abalanzarme sobre cualquier cosa que necesites
levantar. Cuando quieras que haga algo, no tendrás que repetírmelo
dos veces.
—Vale, machote, más acción y menos palabrería. Quiero que
me vacíes la habitación para empezar a preparar las paredes para
pintarlas.
Blake abrió los ojos como platos y frunció los labios.
—¿Con el olor que desprende la pintura? —preguntó.
Samantha supo al instante que tendría que hacer unas cuantas
promesas más antes de que se hiciera de noche.
Al final, prometió dejarle el trabajo duro a Blake y a quienquiera
que él contratase para ello. A cambio, ella tenía rienda suelta para
señalar, gastar y ordenar tantos cambios como creyera necesarios.
En lugar de comunicar por carta a los abogados de su padre la
futura llegada de su heredero, Blake optó por una presentación mucho
más espectacular. En cuanto Samantha se sintió lo suficientemente
bien como para viajar, organizaron un viaje al hogar de sus ancestros
para compartir la noticia con el resto de la familia.
La pequeña cena festiva bullía de excitación hasta que Blake pidió silencio y cogió a Samantha de la mano.
—Supongo que muchos de vosotros os debéis de estar
preguntando por qué os hemos reunido aquí esta noche.
—Ya sabes que me encantan las suposiciones —dijo su madre
desde el otro extremo de la mesa. Todos a su alrededor rompieron a
reír y esperaron a que Blake continuara.
—Samantha y yo esperamos nuestro primer hijo para finales de
enero.
—Lo sabía. —Gwen se puso en pie de un salto y rodeó la mesa
para abrazar a Samantha y luego a su hermano.
Los presentes se deshicieron en felicitaciones y buenas
intenciones. Si alguien tenía dudas sobre cuándo se había quedado
embarazada, no dijo ni una sola palabra al respecto.
Howard captó la mirada de Blake desde el otro extremo de la
mesa, y sus labios dibujaron una fina línea recta. Blake siempre había
culpado a su padre por la mala relación que existía entre los dos
primos. Si no le hubiera nombrado su segundo heredero, tal vez Blake
y Howard estarían más unidos. Tristemente la realidad era bien
distinta. Paul se acercó a su hijo y le susurró algo, y Blake centró la
atención en su mujer.
Samantha irradiaba orgullo y ese brillo especial que tanta gente
atribuía a las embarazadas. Llevaba un vestido de verano con las
mangas cortas y un cinturón alrededor de su —por momento—
minúscula cintura. Blake se había dado cuenta de que empezaba a
tener los pechos ligeramente más grandes y también más sensibles
cuando hacían el amor. Cada mañana descubría una nueva maravilla.
En la última visita al ginecólogo antes de volar a Gran Bretaña, habían
escuchado el latido acelerado del corazón de su hijo. A Samantha se
le habían llenado los ojos de lágrimas y a él se le había hecho un nudo
en la garganta. De repente sintió un amor incondicional hacia su hijo,
una emoción más sólida que cualquier otra que hubiese
experimentado en toda su vida. Bueno, casi, musitó.
Buscó con la mirada a su mujer, engullida por una marea de
personas que esperaban para poder abrazarla. Descubrir el amor que
sentía por su hijo le había llevado a darse de bruces con otra realidad.
El amor que sentía por Samantha.
En lugar de huir de tantas emociones potencialmente
devastadoras, Blake las sujetó contra su pecho como si fueran una
buena mano en una partida de póker. Tendría tiempo suficiente para
descifrar los sentimientos de Samantha antes de confiarle los suyos.
Al fin y al cabo, estaba acostumbrado a jugar sus cartas hasta
asegurarse de ganar la partida.
Al final de la noche, Parker se acercó a hablar con él justo antes
de abandonar la fiesta.
—Veo que se ha asegurado todos los puntos del testamento de
su padre.
Dicho así, Blake no pudo evitar sentir que una fina capa de
suciedad le nublaba la conciencia. No había hecho nada malo para
conseguir su objetivo, pero tampoco le había contado a Samantha la
necesidad de asegurarse un heredero si quería cobrar la herencia.
—Eso parece —respondió Blake.
Parker le ofreció la mano.
—Nos reuniremos tras el nacimiento y firmaremos los papeles
del testamento. Felicidades de nuevo.
—Gracias.
Mientras seguía a Parker con la mirada mientras este salía de su
casa, Blake notó que alguien le observaba. Cuando se dio la vuelta, se
encontró a Samantha en medio del recibidor.
—El abogado de tu padre, ¿verdad?
Blake asintió levemente con la cabeza.
—Eran amigos íntimos.
Samantha se acercó a Blake y colocó una mano en su cintura
antes de apoyarse en él.
—Supongo que ahora ya no podrá dudar de tus intenciones
—dijo, desviando la mirada hacia la puerta.
—Me temo que seguirá dudando hasta que nazca el niño.
Samantha apoyó la cabeza en el hombro de su marido y
disimuló un bostezo con la mano.
—Estás cansada. Deberíamos irnos a la cama.
—Pero aún queda mucha gente que ha venido a verte.
—Pues tendrán que arreglárselas sin nosotros.
Samantha no se resistió. Era evidente que estaba muy cansada,
así que Blake la cogió de la mano y desaparecieron escaleras arriba.
Blake y Samantha se quedaron un par de días en Nueva York de
regreso a California. Mientras Blake se reunía con su abogado, Sam
se enfrentó al calor sofocante de Manhattan y aprovechó para hacer
un montón de compras totalmente innecesarias.
Por mucho que intentara concentrarse en la ropa premamá que
le hacía falta, no podía evitar sentir una atracción irresistible hacía la sección infantil de los centros comerciales. Quizá fuera porque todos
los que tenían que saber que estaba embarazada ya lo sabían, pero
Sam sentía la extraña necesidad de comprar de todo.
No saber el sexo del niño dificultaba las cosas, pero nada que no
se pudiera salvar comprando un conjunto verde por aquí y otro
amarillo por allá. Encontró un arrullo blanco tejido a mano para
envolver al niño cuando salieran del hospital camino de casa. Con los
brazos cargados de bolsas, Samantha estaba rebuscando entre
minúsculos calcetines y peluches varios cuando sintió una mano en el
hombro.
Allí estaba la víbora con su melena rubia al viento.
—¿Por qué no me sorprende encontrarte aquí? —preguntó
Vanessa con su lengua viperina asomando entre los labios pintados
de rosa.
A Samantha poco le importaba lo que pensara aquella mujer y
no tenía la menor intención de entablar una conversación con ella. De
todas formas, ¿qué probabilidades tenía de encontrarse
accidentalmente con ella en una ciudad del tamaño de Nueva York?
Sam sabía que vivía allí, pero ¿qué posibilidades había?
—Vanessa.
Vanessa señaló el sonajero con forma de elefante que
Samantha sostenía en la mano.
—Qué monada. ¿Para cuándo esperas tu retoño?
—No es asunto tuyo. —Samantha dejó el sonajero donde lo
había encontrado y se dio la vuelta, dispuesta a alejarse.
—Déjame que haga mis cálculos. —Vanessa le bloqueó la
salida, acorralándola entre una estantería llena de parafernalia para
bebés y una serpiente venenosa—. ¿Antes del cumpleaños de Blake?
No era muy difícil de imaginar y tampoco tenía importancia.
—¿Tienes envidia, Vanessa? ¿Tanto te ha afectado que Blake
no te escogiera a ti?
Vanessa echó la cabeza hacia atrás y soltó una sonora
carcajada.
—Por favor. Ese cerdo manipulador. Es más fácil ver su
verdadera naturaleza cuando no se está cerca de él. Lástima que tú
no te hayas dado cuenta a tiempo... —Vanessa dejó las palabras en el
aire y bajó la mirada hasta el vientre de Samantha.
Sam se cubrió la barriga con la mano como para proteger a su
hijo de la mirada de aquella horrible mujer.
—Blake es una de las personas más entregadas que he conocido.
—Blake solo se preocupa por sí mismo. Me pregunto si te pidió
que tuvieras un hijo suyo o si una noche se olvidó de utilizar protección
«por accidente» —dijo Vanessa, imitando la forma de unas comillas
con los dedos.
La conversación había coronado la cima de lo extraño y ahora se
precipitaba ladera abajo hacia lo estrambótico.
—No tengo tiempo para estas cosas, Vanessa. Si me
disculpas...
Samantha se apartó pero Vanessa la cogió del brazo.
—Dios mío, no lo sabes, ¿verdad?
Sam tiró del brazo pero la otra mujer se negaba a soltarla. De
repente sintió un ataque de pánico inexplicable, parecido a la
sensación que un perro debe de tener cuando hay un terremoto, que
la dejó sin habla.
—Sabes que Blake necesita un heredero para recibir la herencia,
¿no?
«¿Qué?»
Vanessa sonrió abiertamente y apartó la mano del brazo de
Samantha.
—Pobrecita. Me pregunto cómo lo ha hecho. ¿Te ha escondido
las píldoras? ¿O habrá agujereado los preservativos?
A Samantha empezaba a dolerle la mandíbula y tenía los
músculos del cuello tan tensos que en cualquier momento empezarían
a partirse. ¿De qué demonios hablaba Vanessa?
De pronto recordó las palabras de Parker. «Veo que se ha
asegurado todos los puntos del testamento de su padre.»
No estaba dispuesta a ser el hazmerreír de Vanessa durante
más tiempo, de modo que dio media vuelta y salió de la tienda tan
deprisa como pudo. Quería poner tierra de por medio a toda costa y el
calor era tan intenso que enseguida empezó a sudar.
«Blake necesita un heredero para poder cobrar la herencia.» Las
palabras se repetían como un eco infinito dentro de su cabeza. ¿Sería
verdad? Si lo era, tenía sentido que Blake hubiera recibido la noticia
con tanta calma. Samantha creía que eso era precisamente lo único
que él no quería de su matrimonio temporal con ella. No era de
extrañar que no hubiera perdido la cabeza al saber que iba a ser
padre. Ni siquiera se había encogido de hombros. Es más, ¿le había
sorprendido?
No, ahora que pensaba en ello, Samantha comprendió que no.
Ya no tenía por qué hacerle más promesas por el bien del bebé.
Ni una más.
De todas formas, Blake se había comprometido a ser un buen
padre y a estar disponible siempre que su hijo lo necesitara.
Sam se negaba a permitir que los sentimientos tomaran el
control sobre su cerebro. Paró un taxi y se dirigió hacia el condominio
que Blake tenía en la costa este de Manhattan.
Ya había estado allí dos veces, siempre en viajes hacia o desde
Europa. Cuando por fin entró en el edificio y sintió el frío aire
climatizado del lugar, empezaba a caer la tarde sobre la ciudad.
Sin quitarse las gafas de sol, Samantha saludó al portero y se
dirigió hacia los ascensores evitando cualquier tipo de conversación.
A diferencia de la casa de Malibú, allí no había sirvientas ni
cocineros con los que cruzarse.
Tiró las bolsas sobre el sofá y encendió el portátil de la
habitación extra que Blake utilizaba como despacho. Necesitaba hacer
unas comprobaciones antes de enfrentarse a Blake y pedirle
explicaciones de lo que le había contado Vanessa.
El porcentaje de error de los preservativos era algo que le había
parecido extraño desde el principio. Los hombres responsables como
él utilizaban condones toda su vida y se las arreglaban para que nunca
nadie tuviera que llamarlos «papá». Entonces, ¿qué había cambiado?
¿Por qué con ella no había funcionado?
Sus dedos volaron sobre el teclado. En apenas unos minutos,
había encontrado varias páginas de salud en las que se hablaba de
los condones, de su uso y de su efectividad. Por un momento creyó
que no encontraría nada útil, hasta que dio con una web que se
titulaba «¿Por qué fallan los preservativos?».
La página estaba llena de información general y en ella se
hablaba de condones y de por qué se rompían. Pero a ellos nunca les
había pasado, al menos que Samantha supiera. También incluía
algunas entrevistas a mujeres que habían acabado formando parte de
esa estadística del dos por ciento. Muchas de ellas confesaban malos
hábitos, roturas e incluso que el látex estaba caducado.
Aun así, Blake y ella solo habían mantenido relaciones durante
un mes antes de que ella descubriera que estaba embarazada. Era
como si no hubieran utilizado protección desde el principio.
¿Cómo podía un hombre asegurarse de dejar embarazada a una
mujer?
Incluso en sus momentos más tórridos, sus relaciones siempre habían sido seguras.
Samantha se levantó de la mesa y se dirigió hacia el lavabo.
Habían utilizado el dormitorio de camino a la recepción, así que
parecía razonable que el condón de aquella noche hubiera salido de la
caja que había en el cajón de la mesita.
La misma caja que aún seguía allí.
Samantha comprobó que faltaban meses para que caducaran.
Apenas quedaban unos cuantos. Se llevó la caja al lavabo y sacó uno
de los envoltorios. Con cuidado de no dañarlo, lo abrió y sacó el
contenido. Todo parecía normal.
Por puro instinto, puso la boca del preservativo bajo el grifo y lo
abrió. Al principio no pasó nada.
Pero cuando cerró el grifo y observó de cerca la punta del
condón, vio que empezaba a formarse una minúscula gota de agua.
Primero fue una, luego otra, hasta que al final el goteo fue
constante. Samantha sintió que el corazón le daba un vuelco.
Le temblaban las manos, las rodillas, hasta el labio inferior. Dejó
el preservativo dentro del lavamanos y cogió otro. El proceso fue
exactamente el mismo.
Incapaz de creer lo que le decían sus ojos, o lo que le gritaba su
cerebro, Samantha sacó un tercer condón de la caja y volvió al
dormitorio. Apagó las luces del techo, puso el paquete sobre la
bombilla de una lámpara y la encendió.
Un minúsculo rayó de luz atravesó el plástico como si fuese un
faro.
A pesar de la sinceridad, a pesar de la intención de abrirse el
uno al otro, Blake había ejecutado su plan para conseguir un heredero
manipulándola a su antojo para que creyera que no había sido más
que un accidente.
¿Cómo había podido ser tan inocente? ¿Tan crédula? Recogió
los condones y los escondió en el fondo de la papelera para que nadie
los encontrara, mientras las lágrimas le caían por las mejillas.
Guardó uno en el bolso y dejó dos más junto a la cama.
Si había algo que Samantha odiaba era que alguien la utilizara
como un peón en su propio beneficio.
¿Cómo había podido hacerle algo así el hombre del que se
había enamorado?
¿Cómo iba a sobrevivir a partir de entonces sin él?
—Samantha está embarazada —le dijo Blake a su abogado en la privacidad de su despacho.
—Así que por una vez las revistas dicen la verdad. —Jeff levantó
una revistilla de mala muerte sujetándola con la punta de los dedos y
la tiró sobre la mesa.
Blake no había visto la portada, pero leyó el titular que ocupaba
toda la parte superior de la página: «De duque a papá».
—He pensado que tenía que decírtelo yo mismo para que no
hicieras suposiciones. Las cosas deberían calmarse a partir del año
que viene.
—Le pediré a Parker que me envíe la documentación para la
semana de tu cumpleaños y en unas semanas lo tendremos todo
encarrilado. —Jeff se acomodó en su silla y sonrió—. No me puedo
creer que lo hayas hecho.
—¿El qué? —preguntó Blake, cruzando las piernas y apoyando
el tobillo en la rodilla opuesta.
—Convencerla para que se quedara embarazada. ¿Qué le has
ofrecido a cambio? ¿Diez millones más?
Al oír las palabras de Jeff, Blake sintió que se le ponía el vello de
punta.
—Nada de eso. Ha sido cosa del destino.
—¿En serio?
—No es el primer embarazo no buscado de la historia.
—Eso dicen las ex esposas de mis clientes cuando les piden la
pensión. En mi opinión, los accidentes no pasan porque sí.