Blake se frotó la cara por millonésima vez aquel día. El mensaje
de Samantha lo había dejado descolocado y todavía no había podido
hablar con ella.
¿En qué demonios estaba pensando Vanessa? ¿Qué le había
dicho a su mujer? No llevaba ni una semana casado y ya tenía que
pensar en la forma de mantener a su esposa y a sus amantes
separadas. Blake ni siquiera había hablado con Vanessa desde el día
en que puso el anillo en el dedo de Samantha. Había intentado
llamarla, una única vez, pero cuando el mayordomo le dijo que su
señora no aceptaba llamadas, pensó que ya no tenían nada más que
decirse.
Jacqueline le había enviado un frío «Llámame cuando te canses
de ella».
¿Y qué había querido decir con «víbora»? Nada bueno, seguro.
Maldita sea. Si no tuviera que pasarse un día entero volando,
ahora mismo se montaría en su avión privado, aunque tomar
decisiones precipitadas nunca había sido su estilo. El plan era volver a
Estados Unidos el domingo por la tarde para recoger a su mujer y
escoltarla de vuelta a Europa.
A menos que Samantha le necesitara antes, se mantendría fiel al
plan original. La idea de verla seguía despertando en él un sentimiento
que le dejaba sin respiración. Las conversaciones que mantenía con
ella por teléfono le alegraban el día de una forma que jamás hubiera
imaginado. Tanto flirteo acabaría convirtiéndose en un problema en
cuanto estuvieran en el mismo país. Un océano de por medio parecía
una distancia segura. Quizá por eso últimamente tenía la sensación de
estar abriéndose a ella. Para él, las mujeres siempre habían sido un
juego al que no podía negarse a jugar. Primero a atraerlas, lo cual no
le resultaba difícil, y luego a seducirlas. Aunque hasta entonces nunca
se había marcado un tiempo máximo, sus relaciones solían durar de
media entre seis meses y un año. Sin embargo, la atracción que sentía
por ellas solía apagarse mucho antes. Blake no conocía la
monogamia, un rasgo que sin duda había heredado de su padre.
Con Samantha no le hacía falta jugar. Por primera vez en su vida
adulta, se sentía cómodo siendo honesto con el sexo opuesto.
Su teléfono le avisó de la llegada de un mensaje con un pitido.
—Sam —susurró Blake, esperanzado.
Pero no era ella, sino un mensaje del banco informándole de los
movimientos de la tarjeta que le había dado a su mujer.
Quizá al final la visita de Vanessa serviría para algo, pensó.
Comprobó la cantidad del cargo y sonrió. De pronto recordó el
comentario de Samantha acerca de que las mujeres eran criaturas
emocionales. Al parecer, su esposa no era inmune del todo.
Las épocas más traumáticas en la vida de una persona a veces
despiertan en ella un sexto sentido sobre las cosas que la rodean, o al
menos eso era lo que creía Samantha. Y es que nadie podía negarle
que, a pesar de lo joven que era, había sufrido más que muchos otros
en dos vidas.
Pronto la chusma de la prensa rosa la sustituyó por la sensación
del momento, una actriz que por culpa de las drogas y del mal
comportamiento había dado con sus huesos en la cárcel. Gracias a
Dios, se olvidaron de la nueva duquesa que vivía en las afueras de
Tarzana, aunque Samantha no dejó de sentirse observada, de notar el
peso de unos ojos ajenos sobre ella.
Y empezaba a estar harta.
El último año de libertad de su padre había sido exactamente
así. Samantha descubrió a varios estudiantes nuevos en el campus a
los que luego nunca veía en clase pero que se cruzaban con ella
continuamente. Coches oscuros seguían a su descapotable y
aparcaban al otro lado de la calle. Los teléfonos de casa emitían un
sonido cada vez que levantaba el auricular, una especie de clic. Llegó
al extremo de vestirse en el lavabo o en el enorme vestidor de su
dormitorio como medida de privacidad.
Blake no le había dado los detalles de quién sería el encargado
de vigilar su matrimonio durante el año siguiente, solo que alguien lo
haría. El tiempo que pasaran juntos debería resultar convincente y el
que estuvieran separados, difícil para ambos. Sam imaginaba que las
llamadas diarias de Blake eran una forma de medir su afecto hacia
ella. Al menos en los registros telefónicos aparecería una llamada
cada día.
Samantha convenció a su esposo de que la visita de Vanessa no
le había afectado. Aquella era seguramente la única verdad a medias
que le había contado hasta la fecha. No tenía por qué saber hasta qué
punto le había hecho ver las cosas desde otra perspectiva. Claro que
la tarjeta de crédito hablaba por sí misma. Samantha no tenía nada que envidiarle al personaje de Julia Roberts en Pretty Woman. Trajes
de firma, vestidos, zapatos y bolsos. Se había pasado medio día
sentada en un salón de estética haciéndose la manicura, la pedicura,
un tratamiento facial y cortándose el pelo. Un par de sombreros de ala
ancha y unas gafas de sol oscuras la ayudarían a pasar inadvertida,
aunque la sensación de saberse observada no la abandonaba en
ningún momento.
—Te estás volviendo una paranoica —se dijo Samantha
mientras corría las cortinas de casa a primera hora de la tarde del
viernes.
Miró el reloj y calculó qué hora sería en Europa. Siempre era
Blake quien llamaba, así que pensó que quedaría bien tomar la
iniciativa si, como creía, alguien le había pinchado el teléfono. Levantó
el auricular del fijo y cogió un papel del escritorio en el que había
apuntado el número de su casa.
Un tono, seguido de un clic, y un segundo tono.
Samantha se quedó petrificada.
Conocía aquel sonido, lo recordaba muy bien. Colgó el auricular
y consideró sus opciones. Llamar a Blake con el móvil era una, pero
por lo que sabía había una cámara vigilándola y un micrófono
escondido en algún punto de la casa. Menos mal que la mayoría de
sus últimas conversaciones con Blake habían tenido lugar en la calle y
siempre por el móvil.
Salir de casa para hacer la llamada era otra opción.
Y luego estaba la número tres. Si la persona que le había
pinchado el teléfono esperaba escuchar una discusión sobre un
matrimonio falso, la decepción sería mayúscula.
El Gobierno ya había invadido su privacidad en el pasado con
resultados terribles para su familia. Esta vez Samantha no se jugaba
tanto, pero no tenía intención de permitir que nadie se quedara lo que
por derecho era de Blake.
Le gustase o no, Blake era su marido, y seguiría siéndolo las
próximas cincuenta y tres semanas.
Samantha se quitó los zapatos y volvió a levantar el auricular
inalámbrico del teléfono. Con el móvil en la otra mano, primero envió
un mensaje.
«¿Estás en casa?»
El móvil vibró. «Por primera vez en toda la semana.»
Empezó a marcar de nuevo el número. «Ten el móvil cerca y
sígueme la corriente.»
Blake miró la pantalla del teléfono y sacudió la cabeza.
—¿Que le siga la corriente? ¿Qué se supone que quiere decir
eso? —Se disponía a escribir la pregunta cuando de pronto sonó el
teléfono fijo. Lo cogió y oyó la voz grave de Samantha prácticamente
ronroneando al otro lado de la línea.
—Hola, cariño.
¿Cariño? ¿A qué venía eso? Abrió la boca dispuesto a
preguntar, pero Samantha siguió hablando, cada sílaba más
insinuante que la anterior.
—¿Qué tal el día?
—Ocupado. Tengo ganas de tomarme medio día libre mañana.
—El móvil de Blake vibró. «¿Has oído ese clic en la línea?»
Leyó la pregunta de Samantha y empezó a responder en voz
alta.
—Samantha, ¿qué está...?
—Dios, cómo te echo de menos. Ojalá me llegue pronto el
pasaporte y podamos reunirnos.
Blake abrió los ojos como platos. No parecía que Samantha
hubiera estado bebiendo, aunque le gustaba la idea de que le hubiera
echado de menos. Aun así, era capaz de reconocer una mentira
cuando la oía.
«Alguien me ha pinchado el teléfono. Sigue hablando.»
—¿Qué? —¿Le habían pinchado el teléfono?
—He dicho que te echo de menos —respondió la voz
entrecortada de Samantha.
—Yo también te echo de menos —le susurró él mientras
tecleaba «¿Qué coño está pasando?»
Samantha se rió.
—¿Sabes en qué llevo pensando todo el día?
Su voz de línea erótica se confundía con los mensajes de texto y
Blake empezaba a perder el norte. Si alguien le había pinchado el
teléfono, eso significaba que habían estado en su casa. De pronto,
empezó a dolerle la mandíbula de la tensión y sintió un calor muy
intenso en su interior. Estaba demasiado lejos para llegar hasta ella.
—No, ¿por qué no me lo cuentas?
«Me vigilan. Creo que alguien nos escucha ahora mismo.»
—Pues he estado pensando en esa sonrisa tan sexy que tienes.
Blake respiró profundamente antes de seguir con el mensaje que
estaba escribiendo.
—¿Crees que mi sonrisa es sexy?
—Sabes que sí. Echo de menos ver la sonrisa en tus ojos
cuando estamos juntos.
Blake sabía que aquellas palabras eran para la persona que
estaba escuchando la conversación, pero no por ello era menor el
efecto que causaban. Samantha no era actriz, pero lo estaba haciendo
de fábula.
«Tengo que sacarte de ahí.»
—¿Sabes qué es lo que yo echo de menos de ti? —preguntó
Blake, siguiendo el hilo de la conversación.
—Dime.
«Estoy de acuerdo contigo», respondió ella.
Blake se sorprendió de que accediera sin oponer resistencia.
—¿Qué?
—Que me digas qué echas de menos de mí —le recordó
Samantha.
Blake dejó el móvil a un lado y se concentró en sus palabras.
—Echo de menos tu pelo salvaje sobre mi almohada. —No era
la primera vez que imaginaba aquella estampa, a pesar de que nunca
la había presenciado... todavía—. La forma en que te humedeces los
labios justo antes de besarme.
—¿En serio? —La voz de Samantha era aún más grave.
—Echo de menos el olor a lavanda de tu piel. Voy a hacer que
los jardineros planten lavanda para que, cada vez que pase por allí,
me acuerde de ti. —¿De dónde había salido eso? ¿Y desde cuándo
era un poeta?
El teléfono permaneció en silencio unos segundos.
—¿Samantha? ¿Sigues ahí? —Miró la pantalla del móvil para
comprobar si le había enviado otro mensaje, pero no era así.
—Sigo aquí. Es que... necesito tenerte cerca. Tal vez debería
mudarme a tu casa de Malibú.
Blake sonrió.
—Me alegro de que al fin estés de acuerdo.
—Todo ha pasado tan deprisa. Pensé que lo mejor sería hacer
las cosas poco a poco. Ahora me parece una tontería.
—Eres una mujer independiente y lo entiendo, pero pasaremos
parte del tiempo en Europa y parte allí. Lo mejor para ti sería que te
sintieras cómoda en ambos lugares. Así al menos sabré dónde estás
cuando estemos separados. —Lo curioso era que hasta la última
palabra de lo que acababa de decir era verdad. Sin embargo, si no
hubiera otro par de orejas escuchando la conversación, probablemente nunca le habría dicho nada.
—Eres... ¡Mierda! —La palabrota salió despedida de su boca con
la fuerza de una explosión.
Blake sintió que el vello de la nuca se le ponía de punta.
—¿Qué pasa?
—Me he dado un golpe en el dedo gordo. —Parecía cabreada,
pero no herida.
El móvil volvió a vibrar. «He encontrado una cámara.»
—¿Qué haces? —preguntó Blake. Se puso en pie y empezó a
pasear por la habitación.
—Estoy escogiendo unos libros para llevármelos a tu casa. ¿A
qué hora llegas el domingo? —Si no hubiese estado atento, no habría
percibido el temblor en la voz de Samantha. Buscó el teléfono de Neil
en la agenda del móvil y le mandó un mensaje urgente. «¡Encuentra a
Sam ahora mismo! Te llamo en unos minutos.»
—Voy a reorganizar mis planes para coger el avión antes.
—Antes significaba esa misma noche.
—No hace falta —dijo ella.
—No estoy de acuerdo. Llevamos demasiado tiempo separados.
—Y era totalmente cierto, aunque lo hubieran acordado por contrato.
Samantha suspiró.
—Hoy no vas a conseguir que discuta contigo.
—Te llamo luego.
—No hagas ninguna tontería —le dijo Samantha—. Estoy bien.
Pero Blake no lo estaba. Alguien espiaba a su esposa,
escuchaba sus conversaciones, la observaba. Y eso, para alguien
cuyo objetivo era pillarlos en una mentira, suponía llevar las cosas
demasiado lejos.
—Estaré ahí por la mañana.
—Te espero con los brazos abiertos.
Blake sonrió y colgó el teléfono.
«Coge lo que necesites para hoy y mañana. Neil está de
camino.»
Blake llamó a su guardaespaldas y le explicó la situación. La
siguiente llamada fue al piloto de su avión privado. Frustrado, se pasó
las manos por el pelo una y otra vez mientras ultimaba los
preparativos antes de marcharse. De pronto, su matrimonio a distancia
estaba en peligro. Su cerebro zumbaba con una urgencia que le hacía
golpear repetidamente el suelo con el pie o frotarse las manos como si
quisiera rodear con ellas el cuello de alguien. ¿Sería su primo capaz de arrastrarse a ese nivel? ¿O estaba Vanessa tan ofendida que
quería vengarse a cualquier precio? Tampoco podía eliminar a Parker
y Parker de la corta lista de sospechosos porque, en caso de que
pudieran descubrir el fraude, ganarían una cantidad considerable de
dinero.
Veinte minutos más tarde, mientras se dirigía hacia el
aeropuerto, recibió una llamada.
—¿Samantha?
—Sí, soy yo. —Parecía agotada, exhausta—. Estoy en tu casa.
—Entonces podemos hablar. El sistema de alarma detecta la
presencia de micrófonos. ¿Cómo lo llevas?
Samantha suspiró.
—Estoy cabreada. Pensaba que los días de teléfonos pinchados
y cámaras ocultas estaban más que superados. ¿Quién está dispuesto
a llegar tan lejos, Blake?
—Llevo haciéndome esa misma pregunta desde que me has
llamado. Tengo a mi equipo trabajando en ello. Lo averiguaremos.
—Si hay algo en lo que pueda ayudar dímelo. Quienquiera que
sea el responsable tiene en mí a una enemiga.
La chispa que transmitía su voz era mejor que el tono derrotado
de hacía un momento. Su mujer era capaz de convertirse en un volcán
cuando la acorralaban.
—Llegaré de madrugada. ¿Qué dormitorio has escogido?
—Ah, vaya, no... no estaba segura de quién sabe lo nuestro por
aquí, así que le pedí a Neil que pusiera mis cosas en tu suite
—balbuceó Samantha—. Puedo mudarme a otro dormitorio si quieres.
Blake imaginó su cabeza sobre la almohada, los ojos cerrándose
lentamente entre las sábanas de su cama.
—No te cambies. Tienes razón. Confío en mi personal, pero no
creo que debamos avisarlos.
—¿Estás seguro? —Volvía a parecer vulnerable. El deseo de
tenerla entre sus brazos y rodearla con todas sus fuerzas era tan
poderoso que casi resultaba doloroso.
—Por favor. Insisto.
A esas alturas ya sabía que lo mejor era no exigir. Samantha
cogía sus órdenes y se las tiraba a la cara siempre que tenía ocasión.
Preguntar educadamente era algo nuevo para él, pero iba mejorando
la técnica con el paso de los días.
—Está bien. Nos vemos por la mañana.
Colgó y empezó a dar golpecitos con el dedo en el teléfono. La imagen de Samantha enroscada en posición fetal en su cama, con los
ojos abiertos de par en par por culpa del miedo, se le antojaba
asfixiante. Hundió las uñas en las palmas de sus manos. Quienquiera
que fuese el responsable de aquello, había cometido un error
imperdonable. Aplastaría sin miramientos a la persona capaz de violar
la privacidad de su esposa hasta esos extremos. Paparazzi en la vía
pública, alguien escuchando una conversación ajena en la cola de una
tienda, vale, pero ¿esto? ¿Y si también había una cámara en su
dormitorio? ¿Y si alguien la había observado mientras se vestía,
mientras se duchaba?
No era de extrañar que Samantha pareciera asustada.
Cuanto más pensaba en ello, más le costaba mantener la
cabeza fría.
A medio camino entre el recuerdo y el sueño, el cerebro
somnoliento de Samantha filtraba imágenes de sí misma caminando
por el campus, con una mochila colgando del hombro.
Alguien la seguía. No era la primera vez que veía a aquel
hombre, pero no conseguía situar su cara. El pánico insuperable había
empezado el día en que compartió sus pensamientos más profundos
con su profesor de comercio.
En lo más remoto de su mente, Samantha sabía que estaba
soñando. Sabía hacia dónde se dirigía el sueño e intentó detenerlo por
todos los medios.
Una imagen del dormitorio de su infancia cruzó su mente. Una
conversación cándida con un amigo en quien confiaba. Su madre, aún
con vida, diciéndole que tuviera cuidado con lo que decía.
Jordan, con un sujetador de deporte, riéndose de algo que
Buster, el perro de la familia, hacía.
Todas esas instantáneas mezcladas formaban un ovillo en el
pecho de Samantha.
Dos hombres vestidos de n***o y con una placa en la mano se
la llevaban de clase para interrogarla, solo que en lugar de preguntarle
dónde estaba su padre o qué estaba haciendo, le preguntaban por
Blake.
—Lo que está haciendo es ilegal, Samantha. Miles de personas
sufren por su culpa.
¡No! Se enfrentó al sueño, deseando que las imágenes
cambiaran.
Pero no se detuvieron y el miedo se adentró en su corazón.
Samantha se incorporó de un salto respirando entre jadeos y con
el corazón latiendo desbocado. En una décima de segundo, Blake se
levantó de la silla en la que estaba durmiendo y corrió a su lado.
—Sam, ¿estás bien? —le preguntó, mientras la sujetaba por los
brazos para calmarla.
Ella asintió, intentando recuperar el aliento.
—Una pesadilla.
—Estás temblando. —Sin saber qué decir, rodeó su cuerpo con
los brazos y la atrajo hacia su pecho.
Apartarse seguramente habría sido lo mejor, pero Samantha se
había quedado sin energía. Respiró el profundo aroma a masculinidad
con unas notas de pino, que siempre seguía a Blake por dondequiera
que fuese. Desde tan cerca era mucho más intenso, más poderoso.
Samantha se apoyó en él y cerró los ojos. Él le frotó la espalda y le
acarició el pelo.
—No pasa nada —le susurró.
La fuerza del sueño le había dejado una mella imborrable en el
corazón. Los recuerdos de su madre aún viva, de su hermana sana.
Todo había desaparecido.
Y era culpa suya.
Blake siguió abrazándola durante horas, o eso le pareció a él.
Cuando finalmente Samantha retiró la cabeza de su pecho, se dio
cuenta de que él iba vestido con una camisa de vestir y unos
pantalones de pinzas. Lucía una barba incipiente y su mirada destilaba
preocupación. A pesar de su atractivo, esta vez parecía cansado.
—Ya estoy mejor —le dijo.
Se había apartado de él, pero Blake no la soltaba y le acariciaba
la línea de los brazos antes de entrelazar los dedos con los suyos.
Una poderosa sensación de pertenencia, de saberse anclada a
alguien, se apoderó de ella. Los ojos de Blake se movían por su cara
como si buscaran signos físicos de agresión. Su preocupación por ella
la dejó sin respiración y la atracción que hasta entonces había sentido
creció de pronto en su interior. Se sentía vulnerable, pero sabía que lo
mejor era no tontear con él ni recordarle que estaban en su cama y
que ella solo llevaba un camisón ligero.
Para romper el contacto visual, Samantha miró hacia el otro
extremo del dormitorio.
—¿Estabas durmiendo en esa silla?
—Solo quería ver cómo estabas. Debo de haberme quedado
dormido.
Pero sus zapatos descansaban junto a la silla y el abrigo sobre
el respaldo.
—¿Qué vamos a hacer? Alguien está tomando medidas
desesperadas para descubrir nuestra mentira.
—Han ido demasiado lejos —dijo Blake, y sus manos se
tensaron sobre las de ella. Samantha le devolvió el apretón.
—¿Y qué hacemos ahora? Irme de casa no mantendrá alejado
por mucho tiempo al que esté detrás de todo esto. Los federales
vigilaron nuestra casa durante más de un año mientras investigaban el
caso. No tenemos forma de saber si alguien nos vigila o nos escucha
a todas horas. —La posibilidad de tener que pasarse un año
esquivando cámaras y micrófonos ocultos le provocaba dolor de
cabeza.
—Descubriré quién ha hecho esto. Que yo sepa, sigue siendo
ilegal colarse en casa de alguien para grabar su vida.
—Puede que sea ilegal, pero eso no los detendrá. Tenemos que
convencerlos de que están perdiendo el tiempo. De lo contrario, en
algún sitio, cuando menos lo esperamos, alguno de los dos meterá la
pata y se le escapará que este matrimonio es algo temporal. Tú
perderás tu herencia y será por culpa mía.
Blake entornó los ojos e inclinó la cabeza.
—¿Por qué culpa tuya? Los dos dijimos «Sí, quiero» por los
motivos equivocados.
Samantha temía que pudiera intuir los pecados del pasado en
sus ojos, así que retiró las manos de las de Blake y se llevó las rodillas
al pecho.
—Tal vez no sea todo culpa mía... —dijo, con la mirada perdida
a lo lejos.
Blake se interpuso en su campo de visión y apoyó una mano en
su rodilla. El calor que desprendía su piel subió por la pierna de
Samantha hasta que toda su atención se concentró en su marido, el
hombre que estaba sentado junto a ella.
—Ahora que conocemos las normas del juego, tenemos que
ganar utilizando sus términos. Usaremos las cámaras para
demostrarles lo equivocados que están.
—¿Y cómo sugieres que hagamos eso?
Blake disimuló una sonrisa. La preocupación había empezado a
desvanecerse en los ojos de Samantha.
—Iremos los dos a tu casa a recoger tus cosas. Antes enviaré a
un equipo para que averigüe si hay más cámaras escondidas.
—¿No será demasiado evidente?
—¿Fue evidente cuando ellos se colaron en tu casa para
instalarlas?
Samantha llevaba toda la noche pensando en ello. Los tipos de
la compañía de teléfono eran los únicos que habían entrado en su
casa desde que Blake y ella se habían casado.
—No.
—Encontraremos las cámaras y actuaremos para ellos.
—¿Actuaremos para ellos? —repitió ella, sintiendo que se le
aceleraba el pulso.
Blake le cogió un mechón de pelo y lo sujetó detrás de su oreja.
El contacto de sus dedos sobre la piel levantó chispas, una corriente
eléctrica que también él sintió. Podía verlo en sus hermosos ojos
grises.
—¿Tan duro te resultaría volver a besarme? ¿Para la cámara?
Samantha se humedeció los labios sin dejar de mirarle fijamente
mientras hablaba.
—¿Un beso?
La mano de Blake le acarició la mejilla.
—Quizá unas caricias subidas de tono. Seguro que en la
habitación hay algún punto donde escondernos de las cámaras. Que
la persona que esté viendo las imágenes se imagine el resto.
Samantha se preguntaba cómo sería estar entre sus brazos.
Había pensado en la posibilidad de volver a besarlo desde el día de la
boda.
—¿Y qué demostraríamos con eso? —preguntó, ignorando el
pulgar de Blake, que le acariciaba la mejilla y evocaba imágenes
eróticas de sus manos sobre otras partes de su cuerpo.
—Demostraría que hay intimidad entre nosotros, que disfrutamos
el uno del otro lejos de las miradas de la gente. Mientras crean que no
sabemos nada de las cámaras, estoy seguro de que funcionará. ¿Qué
me dices, Samantha? ¿Aceptas el reto?
Ella apartó los ojos de sus labios y descubrió que la estaba
mirando. Sabía cómo enrolarla en su causa y prepararla para la
batalla.
—Cuenta conmigo.
La suave curva en los labios de Blake se convirtió en una sonrisa
de oreja a oreja.
—Esa es mi chica. Ahora, ¿por qué no le pides a la cocinera que
te prepare el desayuno mientras yo intento recuperar un par de horas de sueño? Cuando me levante haremos una escapada a tu casa. Así
mis hombres dispondrán del tiempo necesario para encontrar los
micrófonos.
Apoyó una mano en la cama y se levantó de un salto.
—Blake, ¿y qué pasará mañana? ¿Y pasado? ¿Cómo vamos a
mantener esto durante todo un año?
—Día a día, preciosa. Somos dos personas inteligentes con un
mismo objetivo. Ya se nos ocurrirá algo.